Opinión

Amigos, más de agua que de vinos

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photo_camera Reproducción en piedra del Castelo de Monterrei, de José Cid Sierra.

De pequeños, al menos seis hermanos fuimos heredando el abrigo paterno al que se daban o hacían readaptaciones en cada traspaso de entre seis hermanos. Un sastre del Posío se encargaba de estos arreglos que generalmente eran recortes de largo para adaptarlo, más que a la estatura del heredero, a la moda imperante de abrigos largos, cortos o medianos. Lo que más rabia nos daba eran las pruebas porque este sastre de tan meticuloso te tenía como media hora metiendo de largo, con un alfiler aquí, otro allá.

De estas pruebas como recuerdo, porque aquel sastre se fue y nosotros ya más crecidos no teníamos que ir al Posío y a medio camino ya teníamos a Pepe, al que mucho mareaba el hermano siguiente en adaptaciones, meter a pantalones, estrecharlos, alargarlos o lo que fuese. Pepe, que no otro que José Cid Sierra, era de tan paciente que estaba de sol a sol, si lo veía, para cumplir tanto encargo y encima nosotros llegábamos a horas intempestivas con encarguitos y el hombre que estuvo en un tris de mudarse a la ciudad porque algún local tenía, de tanto trabajo fue que no vio el sol en dos semanas y no quería arriesgar el mucho trabajo que aquí le ataba por el incierto y de más prestigio en el centro. Pepe, de Bentraces, tenía estas cosas; me confiesa que cierto temor por el riesgo, y esto le encasillo en sastre de barrio sin horario. Ahora como más que jubilado dedica su tiempo, quien anduvo con el cartabón, las tijeras, la regla, la tiza o los alfileres, a la escultura y pintura reproduciendo los cuadros más famosos, en lo que demuestra cierto arte, que aunque fuera de copista no deja de tenerlo. Nos despedimos casi a las puerta de la casa de una hija con la que, viudo, va a comer a diario. Los hombres no nos arreglamos solos en la vida ordinaria salvo que cocinillas o manitas.

Así como teníamos para quince hermanos una costurera cada quince días y una modista para la "mater familias", que venían a domicilio, nunca pisaría un sastre los umbrales de nuestra casa cuando nosotros pisoteábamos los del sastre vecino. Pero Pepe, el sastre, pintor y escultor, amante del realismo, al que agradecer tengo que lector, me dice que es lo que más le interesa de este periódico y que le recuerda viejos tiempos de cuando el barrio sello propio tenía. Ahora anda entretenido con la Fragua de Vulcano, de Velázquez, y mañana esculpiendo en roca, por ejemplo, el castillo de Monterrei. Un ejemplo este bentracino de como en provecta edad se pueden tener ilusiones, y a él le desbordan, no obstante su físico impedimento.

Dejo a Pepe que me insinúa dónde podría colgar sus cuadros (Todo el mundo aspira al reconocimiento ) y me encuentro con tres inseparables a la hora de vasos a mediodía: Aser Rial, jubilado dela banca; Manolín Dacosta, pensionado de las ITV, Y Floreano Velo, de Renault, con un cuarto que me presentaron y no recuerdo el nombre. Los cuatro no de vasos, si por tales los del vino, si acaso de agua alguno y de cerveza, tal vez los más. Es una forma de juntanza la de estos tres amigos desde la infancia, que ahora en laboral retiro han reforzado lazos. Nunca se les verá de inspectores de obras públicas o privadas ni arreglando el país como suelen muchos pasivos o reformados, como en Portugal les dicen. Otro vecino, Sito de León, empresario de la mueblería, pero echándole un vistazo a lo que para los hijos legó, nunca iría con ellos de vasos matutinos porque su afición está en echar, después del llantar, una partida de tute o subastado con los de la rúa Marcelo Macías y deja el atardecer para jugar una partida de ajedrez en el edificio Simeón. Tienen todos los nombrados aficiones sobradas para entretener su ocios. Las mujeres tienen los suyos, ahora que viajeras de toda cuanta excursión se organice y activas en las asociaciones vecinales y voluntarias donde se las requiera, amén de que llevar una casa a la antigua usanza más que trabajo, que ahora, afortunadamente, la pareja se reparte las funciones del hogar y no como antes que mientras la mujer en el hogar trajinando sin parar no tenía descansos ni para ir a la obligada misa. Una sociedad que masacró a la mujer ad infinitum y más aún, la invisibilizó. La imperante religión redujo a la mujer a la nada hasta que fueron sacudiéndose esos hábitos salidos de la mujer en casa y, para más inri, con la pata quebrada, por si se escapase. O "tempora o mores, que diría Cicerón refiriéndose a un glorioso pasado de la romana vida, que aquí deberíamos aplicar, pero a la inversa. Eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor es pura ficción por esa proclividad que tenemos a minimizar las estrecheces del pasado, porque, superadas, se presentan como un triunfo, obviando las necesidades. Así que más cuadra: cualquier tiempo pasado fue peor.

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