Opinión

Del Club Alpino y de los socios que por ahí transitan

Deambulando
photo_camera Carmela y Kike en su kayack remando en la vera de un glaciar cerca de las Torres del Payne, en los Andes chileno-argentinos.
 

Anduvo el club Alpino, que antes fue Club Pena Trevinca, Club Alpino Manzaneda y ahora Club Alpino Ourensán, con sus anuales jornadas audiovisuales, esta vez en el Campus, bajo el patrocinio, como siempre, de la fundación Florencio Alvarez. Yo que fui de aquellos que subíamos a los quince años, esquíes al hombro, desde Casaio a Fonte da Coba, en camino de tremendo desnivel para echar unos raquíticos descensillos en la pista del Embudo, con aquellas tablas de fresno o prestadas o curveadas en las cálidas aguas de As Burgas por los hermanos Villalva y otros, entusiastas de muchos deportes de montaña, me congratulo del espectro vario de un club que supo sobrevivir a no pocos cambios gracias  a unos cuantos, cuando lo más fácil era desengancharse y dejar que la cosa se muriese, como a punto en alguna crisis. Eran los tiempos en que se subía en el autocar del Mangana hasta Os Milagros, y desde allí, esquíes al hombro ascendíamos a San Mamede a echar unas esquiadas en algún nevero y bajábamos, también a pie, hasta Os Milagres, atábamos los esquíes a la bici, y, pedaleando, hasta Ourense; menos mal que casi todo en bajada.

Villalvas, Gurrieranes, Bello, Redonet, Senras, Chelís Tovar, los Heras, Pastor Fábrega, Fito, Nacho…y tantos que enumerar exhaustivo, estuvieron apoyando a un club que ahí siguió, saliendo de sus raices para hacerse universal ya en los Alpes, Cáucaso, el Atlas, Kilimanjaro, Andes, Rocosas o Himalaya, amén de los Pirineos, Gredos, Sierra Nevada o los Picos de Europa, en escaladas o travesías.

Todos los deportes ligados al monte se practican ahí por anónimos que igual viajan a las torres del Payne en la Patagonia chilena, que al Everest, o descienden a las más profundas simas o se cuelgan por los cañones, rapelando y saltando de poza en poza, o en kayack por bravías aguas. Uno de los ponentes de este ciclo, viajero bianual a cualquier lugar, nos ilustró sobre sus periplos bici-montañeros por los Balcanes o por ese idealizado país, por lejano, supongo, que es Nueva Zelanda donde la lluvia es diaria, 14.000 litros m2 anuales por los 1.200 de Santiago o el Xurés. Hay que imaginarse ese permanente diluvio y si se vive y transmite, mejor, como hizo un aventurero de Muiños y sus dos compañeros, desmitificando al paso esa Nueva Zelanda donde transitar en bici por carretera es un peligro constante por el agresivo modo de conducción y los cabreos de los conductores, que pueden llegar al insulto o incluso a la agresión. Así que el idealizado mundo rural de nuestros antípodas es solo eso, con paisaje muy verde, con vacas y ovejas dominando todo el entorno y el urbano los burguer o las salchicherías y escaso acogimiento de sus gentes, por decirlo amablemente. Y eso que es un país de los considerados mejores para vivir, a pesar, también de sus elevadísimos precios, aun para los turistas del dólar. Lo de los Balcanes, a pesar de, digamos raza y religiones que conviven y de las imborrables heridas de una guerra reciente, fue un recorrido gratificante por los paisajes y sus acogedores habitantes fuesen albaneses, montenegrinos, serbios, croatas o kosovares. Choca todo esto.

Y a mi también me sorprendió que la bien avenida pareja Kike Soto y Carmela, en otra intervención en estas jornadas, a los que creía como aventureros de andar por casa, por esto de ser vecinos y amigos de siempre ( ya se sabe que a los próximos, por cercanía, se le niegan los méritos ), resulta que se van a la Patagonia o a la Baja California o a la costa Maya donde más que sestear en las playas transitan por las ruinas de esa esplendorosa civilización Mesoamericana que se plasmó en las monumentales pirámides de sus ciudades estado como Tikal, Copán, Palenque, Uxmal, Chichen Izá… o bucean en sus cenotes, o se van de remo y travesía en la andina Patagonia o remando en kayak por el Mar de Cortés entre la península de California y el territorio continental mexicano, en cientos de kilómetros por etapas, y hasta se toparon en un puertecillo pesquero del despoblado territorio con una chica de permanente asiento cuyos padres eran de A Peroxa (das una patada y encuentras a un conciudadano), allá en el desierto de la mexicana Baja California. Es un contraste casi entre el frio extremo y el calor también extremo el que lleva de vacaciones por esos mundos a esta intrépida pareja.

Tenemos, sin aun sospecharlo, a muchos anónimos aventureros de aquí, por ahí ciscados.

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