Opinión

El imperio español de la miseria

Aplaudo a la hora octava que debe de ser sexta, desde el mediodía, juntamente con parte del vecindario; la otra parte metida en el confort de sus pisos. Podríamos doblar el número de aplaudidores. Ya hay como una relación de ventana a ventana y los habituales nos enviamos saludos a brazo alzado y con las palmas abiertas. De los que siempre amigos, otros de más reciente conocimiento; a diario nos saludamos con el que fue compañero en la extinta Caixaourense y su esposa, compañera laboral por unos años de una de mis numerosas hermanas; con otros vecinos  que aguantan como bravos la crisis de la construcción en su oficina bajo el piso que habito; con una amiga, funcionaria, y con otra funcionaria también de la Pública Hacienda; con otro, de Renfe, del profesorado tenístico del Club Sto. Domingo; con otro, también, inveterado caminante de algunas montañeras. Seguro que hay unos cuantos más.

En el interin, paso las horas hojeando libros, el último sobre el llamado Siglo de Oro hispano, que en las letras, la pintura, sobre todo, alumbró los mayores prodigios, paradójico en un mundo de más miseria que Imperio. Sí, éramos dueños de medio mundo, pero tan dilatados confines exigían tal esfuerzo, sobre todo por nuestra dispersión por Francia, Países Bajos, Alemania e Italia en una Europa en que el Imperio había de sostener esas campañas de Carlos V, que las arcas públicas vaciaban, donde, además, la corrupción era norma, los licenciados de los victoriosos tercios pasaban directamente a la indigencia, cuando jubilados de la milicia, el pueblo se arrastraba malviviendo en un hambre endémica muy bien reflejada en la novela picaresca, ya por el anónimo escritor del "Lazarillo de Tormes" o famosos como Quevedo en su "Vida del buscón llamado Don Pablos", o Mateo Alemán, en su "Guzmán de Alfarache, o el mismo Cervantes en su "Don Quixote de la Mancha" que amén de ser apaleado en cada aventura pasaba más hambre que Rocinante o el mismo Sancho, que también la pasó, a pesar de exhibir una panza alusiva a su sobrenombre, hinchada por más vigilias que hogazas.

Un Siglo de Oro donde casi todos sus genios, si no pasaron por la prisión, si por la estrechez que el hambre da y la censura de una Inquisición que quemaba a herejes, hechiceros, sodomitas, falsos conversos, entre lo más leve, por lo que los más grandes escritores, los medianos o aun los menores deberían tener en cuenta la espada de Damocles que pendía sobre sus cervices para andarse con ojo para no caer en las garras del Santo Oficio, si algún escrito si estimaban que ofendía al dogma.

Incomprensiblemente en medio de esta barbarie se alumbraron estos genios. Aquello era el Imperio Español que cual remedo los franquistas exhibieron por medio siglo para una España, Grande y Libre que tantos cadáveres y hambrunas fue dejando tras de si. ¿Podría ser que la lección nos sirva para ser mejores en esta crisis? Se duda, volveremos. Aquel siglo, magnífico en el arte y las letras no volverá a darse, aunque aquí no podría aplicarse aquello de cualquier tiempo pasado fue mejor, y no así en otras cosas, y si no, nos queda la ocurrencia de esos genios, Los Luthier, que decían que cualquier tiempo pasado fue anterior.

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