Opinión

Floración y el suroeste

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photo_camera Ciruelo en plenitud de floración, por escasos días, en la poza auriense.

En plena eclosión por unos días del níveo blancor de los ciruelos; ahora mismo con las lluvias han perdido la lozanía que el Sol les suministraba; los prunos, rojizos, no le van en zaga; mientras, las mimosas comienzan a perder esplendor sin llegar a estar mustias. Con esas lluvias pasadas, la naturaleza brotará con más ímpetu y aunque tenga fechas fijas, siempre estará sujeta a la variabilidad estacional, aunque rara.
Los aviones roqueros que antes por docenas, ahora superando el centenar siguen despiojándose y limpiando plumas mientras salen por grupos a la caza de insectos, y, de pronto, por, alguna señal todos desaparecen; así que solo espectáculo de unas horas cuando más.

Por el suroeste está el embalse portugués de Lindoso bajo mínimos. El pueblo de Aceredo el viejo quedó sepultado por las aguas cuando la presa a nivel; emergen ahora algunas destejadas casas, también los bancales, la antigua carretera y una tienda-taberna que era para alivio de viajeros y algún ciclista que se caía por allá; de peregrinos no se tiene constancia que aliviaran su sed por ahí. Una gran playa en media luna, formada con el llenado y reflujo del embalse, como en ladera y al fondo, al lado del puente que lleva a la Illa, el gran pantalán que pronto se desvencijará, precipitado como está, si no permanece flotando. Mientras tanto aguas arriba, As Conchas o Cunchas está a nivel normal y las ciano-bacterias de tantas toneladas diarias como se vierten de purines aguas arriba son difíciles de erradicar mientras se sigan irrigando campos con estos desechos porcinos o se viertan en cualquier caudal, como ya vimos entre Vilar de Barrio y Ponte Liñare,  donde a la desecada Lagoa de Antela le sucedieron esas numerosas lagunas, algunas kilométricas, excavadas por las areneras de A Limia donde se han asentado de modo permanente cigüeñas, cormoranes, ánades, sobrevoladas por el vigilante gavilán. Para llenar los embalses se precisan lluvias continuadas y no intermitentes. Mientras tanto seguiremos visitando las ruinas de Aceredo pasando antes por el nuevo poblado, muy por encima, de chalets, algunos de habitación permanente; la mayoría, de ocupación estacional. Se dice que nunca expropiaciones mejor pagadas de lo que tajada sacaron muchos.

Por allí cerca la frontera de Lindoso- Magdalena o Madanela  que antes se abría en contadísimas ocasiones; también la casa da Escusalla, un noble caserón en ruinas invadido por los árboles que nos podría recordar a las ruinas de Angkor, en Camboya; está llena de leyendas, que si mazmorras de la Inquisición que si apariciones. Por allí también la iglesia de Aceredo traída piedra a piedra para rehacerla, a salvo de las aguas; las aldeas Ludeiros y Compostela están más arriba y la serra de Santa Eufemia se yergue casi imponente con su leyenda de una santa que un reguero de iglesias y capillas fue dejando de aquí a la ciudad, porque cuentan que en la disputa que por los restos de la santa entre el obispo de la Diócesis bracarense  y el de la auriense, ganaría el segundo, que en su peregrinaje "ad limina" (los umbrales, episcopales en este caso) fundado se fueron capillas e iglesias, dos en la ciudad. Recogería en un libro sobre historias y leyendas del Xurés el que había sido alcalde de Lobios, José Lamela.

Me voy hacia el Foxo do Lobo de Guende, salpicado en su trayecto por las esculturas de planchas de hierro de Monteiro, que muestran al superpredador en todas las posturas de caza, sumisión... siempre proclives al saludo los escasos vecinos de Guende y los de más abajo, en Esperanzo, donde te puedes encontrar con Benito, al que nosotros decíamos Benito Bento, un vecino que fue pastor y muchas cosas, experto de aquellos montes como pocos. Una vez nos acompañó en travesía por los Picos da Fontefría demostrando su gran conocimiento de la sierra. Y si tienes tiempo hasta en la inmediata aldea de San Paio, Emi que tiene una tienda bar, te puede preparar unos huevos con patatas  y chorizo fritos.

Me llaman la atención esos nombres de aldeas: Puxedo, Esperanzo, Gustomeau, Prencibe, Briñidelo. Mientras me acerco, en Vila, aldea más común, a un tiro de piedra, el "castelo" que fue de los Arauxo, de esos fronterizos abundantes en toda la raya, que fueron surgiendo a raíz de la segregación del condado Portucalense de la Corona de León, con el luego primer rey portugués Afonso Henriques, que marca el nacimiento de la nación lusa, siglo XII. Este castillo lleva el nombre de sus poseedores y es tan singular que conserva pozo artificial, a modo de  cilíndrica torreta llena de agua para resistir asedios.  Si bajamos hacia la desembocadura del Salas en el Limia está Portaxe que tiene casa de turismo rural con caballos, pinball, piraguas, bicis, o más adelante la casa Baralló donde también puedes comer, previa reserva, porque fama tiene.

Este Xurés tan apartado a donde iban cada día los coches de la empresa Suárez nos sonaba a tan remoto que Madrid nos parecía al lado. Conocí el Xurés en más profundidad cuando Pepe Barros Oliveira, de Riocaldo, era presidente de la comunidad de aquellos montes a los que siempre profesaba un amor que hoy podría parecerme desmedido. Tal vez los proyectos que él albergaba para el Xurés no se cumpliesen.

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