Opinión

Gárrulos a la procura de víctimas

Goya en este grabado "Farándula de charlatanes" quiere expresar lo que ya en aquellos tiempos se extendía esta plaga de vacuos.
photo_camera Goya en este grabado "Farándula de charlatanes" quiere expresar lo que ya en aquellos tiempos se extendía esta plaga de vacuos.

Abrumado y casi no recuperado de los elogios en los que más el corazón primó que la razón, recordaré aquello de Quinto Horacio Flaco: "Quod  inseras me divinis vatis feriam sumo vértice coelum",  lo que traducido sería:…”porque si me insertas entre los vates divinos heriré el cielo con la coronilla”. Hasta tal grado me sentí rebasado. Ni yo soy un clásico al uso sino alguien que por moverse y vivir, acaso sepa expresar algo y procura transmitirlo por si algún lector, no digo incauto, pierda su tiempo en la lectura. Y no se interprete esto como falsa modestia a la búsqueda de elogios. Y no es por devolver la flor a Abelardo Lorenzo, quien el pasado jueves en estas mismas páginas me rebasó con sus loas, cuando digo de él que acertada pluma tiene quien se mueve,  a veces en proceloso mar, con claridad, y de tanta que destila levanta ampollas entre esa tropilla de ignaros, sabelotodo de años, días, horas e incluso minutos y si me apuran hasta segundos de cualesquiera efeméride. Estos parlanchines de lo que sea acuden a Internet y allí se nutren de lo que les halaga los oídos. Existen en esta especie algunos trotacalles a la búsqueda de víctima a la que abrumar con sus saberes adquiridos en cualquier fuente de autenticidad dudosa. Estos personajes si no abundan en la urbana fauna sí singulares y llegan hasta adquirir nombre por lo que de atención llaman o requieren, más que por   lo que valen. Así tenemos que en un alarde se manifiestan de derechas hasta el tuétano y como tales los mejores defensores de los personajes de la izquierda, llegan a decir, en un ejercicio malabar que nunca entendí, por contradictorio y mendaz. Existen gentes que no se resignan al anonimato y han de dejarse notar allá do fueren convirtiéndose con sus preguntas en más conferenciantes que el propio orador. Sembrarán la duda con  datos, fechas y horarios, producto más bien de una mente ordenada o cuadriculada en las que la falta de sustancia se suple con esta verborrea incesante y abrumadora en la que el interlocutor apenas espacio entrevé para entrarle, así que desiste porque comprende que no se debe perder el tiempo con aquella especie de sabedores de todo, aportadores de nada y sembradores de la confusión.

Los gárrulos

La tropa de los gárrulos siempre vagó entre nosotros. Son temidos más que antaño la misma peste o las doce plagas de Egipto. Para evadirse de los tales está eso que se dice de desconectar, pero ni aun así, porque el gárrulo te asaltará desde la acera de enfrente. Necios, modorros, ignaros de todo, charlatanes de cualquier tema, que incapaces de despertar la curiosidad de la víctima seguirán machaconamente lacerando tus oídos. Y es que, además, no tienen ni la mínima gracia en lo que cuentan. Suelen ser personajes, o personajillos más bien, de escasa base cultural que un día accedieron a ese caudal de conocimientos que se da en Internet y no supieron separar, lo que se dice el grano de la paja, y en su desparpajo y exuberancia  podrán machacarte, no digo por minutos o acaso horas, o que digo, si los dejares, días.

La plaga de los verborreicos se extiende. Yo tengo un amigo con el que a veces un día entero vagando por esos montes hablará de todo y ocupará en un 90% el verbal espacio. Opina de todo y hasta dogmatiza, y por su entusiasmo, diríase de él que interesante lo que dice. Lo peor es que iniciado un tema yo, ya él lo desarrolla a su manera y yo sin solazarme en lo que me cuenta logro eso que los ingleses dicen absent mind o ausencia, aunque no siempre lo consiga. El silencio cuando entre la naturaleza te hallas enseña más que toda una sarta didáctica, si lo fuese, del compañero de turno. De la naturaleza hay que impregnarse sin tasa para que no te interrumpan esos habladores de todo y sabedores de algo. Un barallán o verborreico, charlatán o gárrulo en casa es como tener un perro al que tantas atenciones tienes que dispensar, pero mientras al cánido puedes hasta ignorarlo, al barallán tienes que sufrirlo sin remedio. Cuando fuera de casa, por educación y a veces por no desairarle te lo encuentras de sopetón, no tienes otra que una franciscana resignación.

Suelen ser los más temidos aquellos que, manos a la espalda, trotar incesante y por periscopio una cabeza que se mueve a uno u otro lado, como cazador en acecho. Vagarán por ahí y se tendrán por pagados si atrapan a algún despistado, porque los avisados le rehuirán cambiando de acera o apresurando el paso como quien va de alguna urgencia. Pero nunca cundirá el desánimo en estos cazadores y sí el abandono en los cazados, que uno no puede estar en alerta continuada.

La literatura abunda sobre esta especie que ahora, más que atosigarte, se produce con largueza a través de los medios. Previne a un más que autorizado historiador de por qué concurría en plano de igualdad en un medio televisivo con uno de estos sabelotodo memoriones, lo que, a mi entender, podría confundir a televidentes. No sé si atendió a lo que le dije o si ya no acudía al medio. El caso es que no apareció más en el televisivo medio. Tendemos a sacralizar lo que vemos en pantalla, defecto propio de los tiempos y no fuere que de tanto valor lo que el memorión decía como lo que el documentado profesor exponía, que todo parecía mixturarse en la misma coctelera. Este es el peligro que expelen estos sabelotodo.

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