Opinión

Gonzalo Belay, fotoperiodista incombustible del automóvil

Familia Belay
photo_camera Gonzalo Belay (d), con su hijo, Gonzalo y su nieta, Dyana.

Con un no lejano pariente me encuentro paseando entre la arboleda por tierras de Nogueira de Ramuín, que no dejo de admirar que tan boscosas en las laderas que se caen al Miño, con un dilatado horizonte más allá del castro de Santa Águeda, los montes da Martiñá y del Faro de Chantada como horizonte, y como ante horizonte, A Peroxa,  casi Peares, las tierras de Graíces.

De retorno concertamos vernos en Pereiro de Aguiar con Gonzalo Belay en una terraza del bar de una plaza muy acogedora, bullendo en vida aquel día con los chavales, vigilados por sus papás en aquel parque infantil. Gonzalo llega enhiesto a la cita. Nos damos un abrazo.

Me admiro cuando se aproxima que dentro de su elevada estatura no se haya encorvado lo más mínimo, y segunda sorpresa, que con una lucidez increíble para quien ha sobrepasado los noventa, aun conserve íntegra su capacidad y lo mismo la de respuesta inmediata, que podría todo estar muy dañado por los últimos golpes sufridos con la desaparición de mujer e hijo, que como dijo si es duro la pérdida de la esposa, durísimo perder a un hijo, lo que me recuerda a mi padre que decía que no quisiera sobrevivir a cualquiera de sus hijos…y eso que éramos quince, que de Belay decía: “Este rapaz escribe ben” refiriéndose aun a sus reportajes automovilistas, que también en la incursión en otros géneros no carecía de ingenio. 

Gonzalo Belay fue ese fotoperiodista cuando aún no se conocía esa denominación, expertísimo en cosas que a las cuatro ruedas se refieren, narrador ameno de unas crónicas que levantaban la sonrisa e imprescindible en la historia del motor ourensano, capaz de tirar de las orejas al mismísimo Lalao Reverter, un intocable, por trayectoria, factótum, además del impulso dado a los vehículos de competición desde la fundación de la Escudería Ourense y antes como laureado piloto por esos mundos.

Belay como radioaficionado llegó a presidir la URE (Unión de Radioaficionados Españoles) relanzándola. Nos sentamos compartiendo cafés los tres, rememorando algún viaje juntos para la presentación de un coche en Ibiza cuando el nudismo, desconocido en las costas españolas o prohibidísimo, allí pionero, o cuando la famosa discoteca Pachá ya era referente europeo del turismo isleño. En el vuelo, en avión bimotor de hélices, sobrevolamos a poca altura por lo que casi distinguíamos a la gente dispersa por entre los naranjales de Valencia, mientras él se ganaba con su desenfado a aquellos pilotos de cabina al aire, que poco faltaría para que le dejasen los mandos, revolucionando a todo el pasaje, periodistas especializados en motor.

Aún Belay  podría estar contando muchas cosas de las ya narradas como las del viaje por la Europa de la emigración para el lanzamiento de la edición aérea de este periódico y la captación de clientes por la Caja de Ahorros Provincial con Moncho Alonso, Ruko Lezcano, Luis Padrón, Luis L. Salgado, él mismo, y no sé si sobra o falta alguno de ese periplo europeo tan fructífero emprendido con entusiasmo. Recogían el dinero de los emigrantes por cajas, porque en el sistema bancario de envíos no se tenía o confianza o hábito.

También sondeaban el ambiente para hacer suscritores de la Edición Aérea. Así que cargados de suscritores, francos y marcos llegarían a un buen hotel donde, por entrados de tal guisa y en tropel, más pareciere atraco que pacífica llegada por lo que lógica la reacción del recepcionista a darles alojamiento, hasta que trayendo más bolsón que maletín, dejarían el dinero encima del mostrador de recepción a la vista, y no es que el oro abriese las puertas como Filipo de Macedonia, conquistador de Tebas, el Ática o el Peloponeso o lo que restaba de aquella cultísima Hélade o Grecia, decía: allí donde hiciese llegar un burro cargado de oro, esa fortaleza sería suya.

Belay podría estar contándote mil y una anécdotas pues ni carece de memoria ni de entusiasmo ni de esas cualidades que le hicieron diferente, y además para un hombre que no tenía pelos en la lengua y no se cortaba para decir a quien fuera lo que pensaba…aunque algún disgusto pudiese acarrearle.

Más que genio y figura la de este dinámico al que no han abatido en su larga vida lo que de ella se espera: que sobrevengan sucesos luctuosos, como que en un breve lapso te quedes sin mujer e hijo, que en el segundo caso todo el mundo pensó que de él se trataba y así, en vida, oyó de sí mismo lo que pocos de su propia muerte.

Larga vida a un lúcido Belay al que no abatieron los ya sufridos males ni han de abatir los venideros.

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