Opinión

La floración del cerezo en el SIl

Cerezos y ciruelos salpican todas las laderas.
photo_camera Cerezos y ciruelos salpican todas las laderas.

Si hace un par de semanas decía que un espectáculo las invasoras mimosas en el corredor del Miño, ahora en el del Sil hasta la planicie  berciana y tanto en ella, los cerezos bravos de las laderas que se caen al Sil y muchos mansos, junto con el espino albar, que por acá decimos escambrón, proporcionan más goce todavía.  Un regalo para la vista de la que aún se puede disfrutar por menos de una semana, me parece, por lo pronto que las flores de los frutales y de los árboles en general se van. Un Jerte en pequeño o en grande por la magnitud de las laderas montañosas. Otros años por no darse esta conjunción de tiempos entres lluvias o lloviznas y abundante sol que propician la floración; porque si lluvias, en plenitud de ella, darían tempranamente con sus pétalos en tierra.

Apuraos porque el espectáculo ha comenzado y pronto se va como el arco iris. Las bellezas tienen eso de efímero lo que las hace más deseadas, por que, cuando se instalan sin esa precariedad, dejan de tener atractivo. Esta floración alcanza este año el paroxismo o lo parece para alguien que anda de acá para allá observando las floraciones de la naturaleza.

Coincidiendo con estas observaciones mientras nos desplazamos rumbo a las valdeorresas tierras, que comparten A Rúa, O Barco, Vilamartiño y Rubiá. Es un viaje que provoca cierta pereza habitual a la que contribuyen muchos con un, ¡huy, O Barco está lejísimos! pero por el espectáculo diría que no, cuando al paso hacia Peares descolgándose entre viñedos unas mimosas ya ajadas, de tan difícil desarraigo que no se halla cómo le van a meter mano a esta lepra. Viajamos y en Os Peares dejamos el Miño y por el alto de la Guítara vemos que algunos ciclistas prefieren curvear por la antigua carretera hasta el ante dicho puerto para luego deslizarse por el valle de Lemos, con O Castro o Pantón donde románico y  paciego a escasa distancia; ahora complementado todo por ese hotel y campo de golf de Augas Santas. Por Canabal me hace la observación un pasajero que en tiempos tenían floreciente cerámica en la ladrillera y tejera de Canabal, del que testigo una chimenea no menos recia que su homóloga de la Molinera, pero si de más rojiza presencia. Dejamos de lado Rosende de magnífico pazo, y a la vista desde éste que no nuestra, Naz, donde aun hasta hace muy poco se exhibía la cepa más antigua del Noroeste, acaso de la época romana, con tronco arbóreo y en umbrío patio; quiso protegerla la autoridad pero no llegó a tiempo o la cepa no dio más de si. 

A continuación Monforte nos recuerda a los canales de irrigación del valle de Lemos construidos por los 50 del pasado siglo, que ahora para tan escaso riego del que antes se pretendía de toda una planicie agrícola, sin mencionar al castillo de los condes de Lemos, que señoreaban Ponferrada, y allá cuasi Corte habitaron; en Monforte aún conservan palacio condal en lo alto donde un asentamiento castrejo, monasterio reconvertido en parador, del que todavía sobresale una torre del homenaje que queda como lo más patente de toda la fortificación. El valle como preludio de toda la Terra Chá cuando insensiblemente nos metemos en la bajada hacia Quiroga con curvas y más curvas de amplio radio donde siempre hasta más de media docena de veces pasarás el río Lor, antaño truchero, hoy de menos. El río desemboca en el Sil en Entrambosrios donde una apisonadora que casi iba a vapor nos hace rememorar los duros tiempos del asfaltado a mano. Quiroga, a izquierda ; Ribas de Sil por San Clodio, a derecha, nos introducen, si de ello tiempo, en O Courel, pero seguimos, pasamos bajo el castillo templario de Novaes, que se atribuye el nombre a que cuando decían en qué estado se hallaba, contestaban los vecinos: Nova es. Ya empiezan algunas escombreras de pizarra. Montefurado aparece de súbito y al vérselo pareciere incapaz de tragar no a dos automóviles opuestos si no a uno solo. Así que en Montefurado anduvieron los invasores romanos a la búsqueda de oro para su erario y de ello huella dejaron en el Sil horadando la montaña para desviar el curso del río y explotar el enorme meandro de más de dos kilómetros que libre de las corrientes podía ser bateado. Aceitunas por allá se dan, porque en la inmediata Rúa ni un olivo, colonizado como han las cepas el territorio, y los álamos las riberas del Sil allí domeñado por presa más abajo.

 Antes de llegar a O Barco, Vilamartiño del que sobresale en la montaña grande murallón y tras él una almenada mansión de quien ostentación de riqueza hizo. Valdegodos, más adelante, acaso la pionera de lo que iban a ser las residencias de esa provecta edad en la que impedidos de cabeza o pies, sobre todo. Hasta que hacemos la entrada por el lateral norte de O Barco. 

 El Castro de Valdeorras, por encima de la villa, aún exhibe almenada torre desmochada, y en Rubiá se acaba el último concello provincial, cuando nos metemos en el Bierzo, que siempre hortícola, vinícola o carbonífero asociamos con esas descripciones románticas de Gil y Carrasco en su novela histórica El señor de Bembibre y los templarios, o la descripción que hizo de un viaje por la tierra interior de puente de Domingo Flórez hasta la misma Baña donde un castro y varios canales que nutrían a la explotación de Las Médulas, alguno de 140 kilómetros, un prodigio de la ingeniería romana para captar las aguas de la misma cuenca del Duero a ésta del Sil, con trabajadores, que no eran esclavos, pasada la época de la conquista de Hispania, colgados de cuerdas en las laderas de la montaña. Y aquí se acaba el periplo no sin antes olfatear la templaria fortaleza de Cornatel, inexpugnable en una de sus laderas y que desde la vieja nacional era como obligado portal a la comarca del Bierzo.

Te puede interesar