Opinión

El Naranjo: dos historias, y lo perecedero de toda placa

Deambulando
photo_camera El ourensano Alfonso y la tudense Elena con su hija Alicia en la cima del Picu Urriellu o Naranjo de Bulnes, después de una increíble escalada de la que no había precedentes.

El Picu de Bulnes, la pared más difícil para los escaladores, situada en la Cordillera Cantábrica, concretamente en el parque Nacional de los Picos de Europa, llamado pico Urriellu (lo de Naranjo por ese color en la puesta del Sol), me hace recordar que por estos desniveles subió hace un par de años una pareja de escaladores, ella tudense, él ourensano, que forman Elena Vasconcellos y Alfonso Vega; pero esto que podría no ser noticia, aunque siempre lo es ascender los más de 500 metros verticales de la pared oeste desde el refugio de Vega de Uriellu, lo más sorprendente, digo, es que en medio de esta pareja iba como incrustada su hija de seis años, y no es que la subieran sino que Alicia iba trepando; algo que ha batido los récords conocidos de escalada. Y esto por dos conciudadanos, y aun me cuesta creerlo si los abuelos Marisa Avelaira y Tomás Vega no me lo refrendasen con el entusiasmo propio de quienes fuesen los primeros sorprendidos de tamaña hazaña de su nieta Alicia, ocurrida en la cara sur del Picu y de la que eco se hizo "Desnivel", la más prestigiosa de las revistas de escalada y montaña. Sería bueno que en las jornadas audiovisuales del Club Alpino Ourensán del año próximo nos trajesen a esta pareja y a su vástago. Lo dejo caer por si los directivos se dan por aludidos.

Poco después de que los abuelos me contasen esto me topo con Ernesto Fernández, un amigo al que le dio por la escalada en la madurez ,quien hace un año, a media trepada de ese paredón de más 500 metros de la Oeste del Picu, sufrió un accidente al soltársele una sujeción, batiéndose contra la roca; menos mal que los restantes anclajes aguantaron y todo lo que pudo ser una tragedia o roturas múltiples se quedaría en un magullamiento general. Ernesto sería evacuado de la misma pared por un helicóptero. Ahora, recién vuelto de los Mallos de Riglos anda preparando su segundo asalto a la gran pared, si es que ya no lo hizo. No se arredran estos deportistas como muchos, que sufrido contratiempo, se plantean retos que la mayoría de los mortales desecharían. Ernesto es el Negro para sus amigos que incluso le dicen The Black o Te Black, como cariñoso epíteto en una panda en la que ninguno carece de él.

Como veis, por acá existen todos los deportes, acaso algunos muy seguidos como el atletismo, lo que me trae a la memoria a los que por aquí han sido, tales un Moncho Prada, o una Josefina Salgado, u otra Marta Míguez…; en la bici, José Hermida, dos veces campeón del mundo de mountain bike o Raúl Rey con varios Tours finalizados; en gimnasia rítmica, Marta Bobo, que al borde de medalla de oro en las olimpiadas de  Montreal. E, ironías del destino, todos ellos y alguno que se me olvida no reunieron méritos para que se diese su nombre a un Pazo dos Deportes, porque algunos políticos sí capaces de dárselo a quien palmarés alguno tenía. Son esos dislates que hacen correr la especie de que fulano de tal merece la inmortalidad, recogen la antorcha otros, lo lanzan unos cuantos y ya está el bautismo asegurado, como el que ahora se pretende con un hombre de muchos cargos en Ourense, y siempre nombrado a dedo, al que le quieren otorgar el nombre del Polígono de San Cibrao, que ya lo tiene, cuando sabido que fallido, por su escaso eco, el intento de dárselo al Puente del Milenio. Habría que hacer un repaso de tanta placa colocada a despropósito. Se venden mejor los méritos cuando se cree dejar escuela para que los apadrinados, aprovechados o paniaguados o simples seguidores de una pretendida escuela, estén para realzarlos. No hay como dejar unos cuantos seguidores que sobredimensionarán el, digamos, legado, que ya se encargarán de engalanarte en cualquier esquina, plaza, avenida o estadio. Vanitas vanitatum. Aunque, bien pensado, todas las placas aparecerán algún día desprendidas, incapaces de soportar el paso y poso de los años y menos la inmortalidad que más sus paniaguados pretendían, que los mismos homenajeados, que acaso, conscientes de su pequeñez, nunca se imaginarían sujetos de tanta fanfarria. Aun el mismo Horacio, el más grande de los poetas, diría de sí mismo: “Si me insertas entre los sumos vates, heriré los cielos con la coronilla”, aunque más adelante, consciente de su grandeza diría: “Con mis letras construiré un monumento más perenne que el bronce”

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