Opinión

Nunca llueve al gusto de todos

Las consecuencias del temporal en la ciudad.
photo_camera Las consecuencias del temporal en la ciudad.

Las lluvias incesantes evocan aquella película ambientada en la India donde el estado de Ranchipur conoció un diluvio de tal calibre que la gente ya asumía ese vivir permanentemente en el pantano sin estar preparados para ello. En un film  que se llamaba "Vinieron las lluvias", como fondo de un drama protagonizado por los actores entonces más en boga, Tyrone Power  y Myrna Loy.  Persistentes éstas de ahora, que a orillas del Miño no dejó de pensar que caudal así apagaría la sed de todo un continente africano o del australiano o del mismísimo Oriente Medio o de los  7.000 millones de humanos que somos.  Han alcanzado su cota máxima los embalses  aunque algunos parece  nunca alcanzarán la cima de sus compuertas como el de Salas, en una parte en territorio luso, por razones de seguridad por su mal asiento en rocas que podrían no resistir el empuje o presión de las aguas, a medio llenar siempre, y con tubos de drenaje en su muro por levantarse sobre duro terreno pero deslizante.  El de Lindoso, de llenado total, pocas veces; a Chandrexa le sucede lo mismo. Entonces, nunca llueve al gusto de todos. Pero si llovió más que ahora cuando el agua del Miño, aun no domeñado por la presa de Velle, inundaba las parte bajas de la capilla de Os Remedios y lamía los anteriores edificios de los Salesianos y era un espectáculo matinal cuando nos íbamos encima de la puente Vieja y por no muchos metros llegaba el agua a tapar los románicos arcos, que el central gótico aun desaguaba. Por esos años andaban todos los ingenieros implicados en la construcción del embalse de San Estevo, en su día el más alto de Europa sobrepasados los 100 metros, de enorme preocupación por el que veían inminente desplome de la presa a la que día y noche inyectaban cemento, temerosos como quien  una espada de Damocles  encima porque veían muy  posible la caída de la presa porque a punto de rebasarla por encima las aguas del Sil. Allí se moriría uno de los buzos, mientras el sudor por lo inminente tenía a todos los técnicos en alerta. Algún testigo queda de aquellos días de angustia, mientras aguas abajo poco nos enterábamos Si cayese la presa habría que imaginar los estragos que causaría el nivel de las aguas alcanzando el mismo parque de San Lázaro. Una destrucción que superaría con creces la habida en 1696 de la que historia se hizo, en este diario reproducida. Pero en estos años de 1960 la imprevisión, el oscurantismo y no provocar  alarma podía darnos la sorpresa de una riada catastrófica tal como la habida en 1959 en Ribadelago cuando se desploma más de la mitad de la presa de Vega de Tera y arrasa el pueblo causando más de un centenar de muertos que el Régimen ocultó para decir que solamente una docena. No se podía asumir ningún fracaso en el plan hidrográfico de embalses y menos que como en el caso de la catástrofe sanabresa se levantasen presas casi de argamasa y lajas. El caso era electrificar el país a costa de lo que fuese.

La fauna silvestre ajena a estos desbordamientos, porque los ánades, plácidos en los remansos, y los cormoranes de más inmersiones para esquilmar truchas y lo que pille este prodigioso sumergible, aéreo y menos terrestre, como opina de  este depredador el que había sido gran pescador Daniel González. En el campo y la ciudad, más visibles las aves, porque de los mamíferos salvajes ni en el monte se ven, como corzos, zorros, lobos, jabalíes; si por bravíos tomamos, se ven manadas de caballos. Los estorninos por millares han trasladado sus cuarteles  de otoño y ya no dormitan en los desgarbados plátanos del Pabellón dos Remedios, pero si al lado, en las ramas de las grandes plataneras en el vecino Salesianos  o en la avenida de ellos por Cardenal Quevedo, delante del Campus. Por el campo aún se ven algunos pinzones, esos pájaros coloridos; lavanderas blanquinegras o comunes,  incluso la amarillenta cascadeña; muchos patos azulones o alavancos, como dije, por los remansos del rio Miño, alternando con garzas, cormoranes y algunas gaviotas, que legión fueron cuando el basurero de Eiroás en activo. Los mirlos por el entrado otoño y el invierno no emiten esos deliciosos cantos sino un chirrriiii, con el crac, crac de las pegas. Veo a las, con razón denostadas palomas, que más ensucian de lo poco que actúan también como sanitarios de la Naturaleza ante cualquier desperdicio. Fluyen los  hinchados ríos emitiendo sus quejidos en cada rápido, con esos sones que el agua hace de tantos matices. Los patos emparejados defienden a su hembra de otros que arrebatársela quieren; así que más se ven en parejas que en bandadas o si éstas, emparejadas también, dicen que de por vida. Las elegantes garzas vuelan majestuosas siguiendo el cauce, los jilgueros, antaño visibles, ahora rara avis; unos jardineros podan zarzas o silvas y todo arbusto que penda de las márgenes de este Barbaña ciudadano, anclados por cuerda  anudada a su arnés para no precipitarse por la inclinada ladera. Unas grúas de reposo de retirada de vehículos infractores. Menos plástico en el cauce de los que esperar se podría después de la barahúnda ferial. Canes a los que presto el amo a soltar de su correa, sea cual sea su raza. Los perros peligrosos, además de su bozal, el que los porta debe estar en posesión de un carnet expedido por un psicotécnico para evaluar sus facultades mentales, de difícil obtención o, para ser más claros, no imaginamos a ningún amo de tales canes en posesión de este certificado que cualquier agente de la autoridad puede exigir.

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