Opinión

¡Oh cereza, cuán deseada!

Árbol cuando florido, de vistosa apariencia, y cuando germinado, de ubérrima. Tiempo de cerezas éste. Una de las frutas de más sabores sean del Bierzo, el Jerte, O Ribeiro o Reza. La misma clase de cerezas  se plante acá o acullá tendrá diferente sabor. Las más tempranas son menos sabrosas que las siguientes. Por acá empiezan las primeras cerezas allá por los albores de mayo y a mediados ya abundan las de Reza, que fama de primerizas tenían. Como fruta del género "Prunus" tiene en albaricoques y almendros a sus parientes más cercanos. La cereza que nosotros consumimos es la del "Prunus avium" o dulce, mientras hay otras muchas especies. Se cree que árbol visto por los conquistadores romanos del Asia Menor, importado fue de los paises caucásicos para hacerse extensivo su cultivo en la cuenca mediterránea, como las italianas y las de la levantina costa de Hispania, aunque el más de millón de cerezos del valle cacereño del Jerte, en el oeste, se lleven la palma. Los cerezos bravos, de más pequeños frutos, son fáciles de ver en nuestros bosques de frondosas.

Y como de cerezas va la cosa y de su volubilidad de precios: tempranas, a 6 euros, las buenas; luego van bajando pero nunca por debajo de los 2 euros ¿Y cómo una fruta puede ser tan voluble en su precio? ¿Por perecedera? Acaso si o por su misma recolección tan trabajosa. Lo cierto es que en los huertos perecen la mayoría de las cerezas por consunción o por comidas de las aves, que si una bandada de estorninos da con ellas no durarán ni aun días, ¿qué digo?, horas en el cerezo. Incluso cuando muy maduras libadas por avispas, avispones e incluso abejas.

Reconozco que una de mis debilidades fruteras, la cereza, que en alguna salida ciclista por esos caminos más de una se pilla, si a camino público, que aun allí que no te vea el paisano, amo o no de la finca que te dará un grito, aunque sabido que los frutos o ramas de dan a vía pública, públicos son, pero el derecho de propiedad tan arraigado, que aun en vía pública, para ellos no son públicas.

De mis experiencias con las cerezas, que siendo el mayor varón de la familia y habiendo dos cerezos en la familiar finca, mi madre me encargaba de cogerlas en un caldero de zinc porque los pequeños no trepaban al cerezo sin escaleras y yo las tenía. Así que el encargo de cogerlas para todos no privaba a los menores de estar bajo el cerezo a ver si alguna caía, pero ni las pepitas porque yo me hartaba subido al árbol a medida que llenaba el caldero, pero tragaba las pepitas para que no cayese testigo alguno de mi paparota cerecil. No cogí indigestión alguna, aunque los dioses debieran haberme castigado, o no tanto porque de vez en cuando dejaba que alguna cereza se desplomase, que gran disputa su posesión entre la más de media docena de expectantes. Bajado del cerezo, organizaba carreras como de cien metros, con premio de cereza por vencedor; por proximidades de edad las pruebas; pero si esto de cierta crueldad no lo era menos en el barrio donde los cereza tomantes o robantes las distribuían entre la chavalada, a cereza hormiga, en cuya faena había de tragarse una hormiga por cada fruto, y en tiempo de uvas, también. Los mayores teníamos ese privilegio en casa, pero fuera incluso éramos de los hormiga comientes o cuando no, funcionaba el a palmada, ameixa, o traducido, a un palmetazo recibido, por via aérea te remitían la cereza, la uva o la ameixa, por lo que habría de añadirse lo difícil que era atrapar tan pequeños frutas...¡estos barrios!

De las cerezas más anécdotas todavía, recordaba allá por Salesianos con el padre Mariano, docente de Filosofía, y con mucho sentido del humor, con un solo cerezo en todo un recinto con varios árboles. A propósito del cerezo comenzó este diálogo, que nos provocaría no pocas risas, como cuando le conté que en un tránsito hacia Castrelo do Miño para surfear, parado ante un cerezo en vía pública y preguntando a una pareja de edad sentada a la sombra si las cerezas eran de la casa, me dijeron que sí pero que podía subir a cogerlas, incluso me dieron unas bolsas, y como los cedentes imposibilitados de cogerlas me permití, por cortesía, dejarles provisión de ellas para días. Así que yéndome e invitándome a más recogidas, pasaría un amigo que también provisión de ellas, que me contaría que le dijeron: ¿Ese amigo suyo no iría a venderlas a la plaza?. No visité más ese cerezo, aunque público, ante tal suposición por más que di cerezas a quienes no podían cogerlas. Una forma de desconfianza del aldeano. O cuando un amigo hace días sabiendo de mi afición a las cerezas insistió en que fuera a recogerlas a su urbano cerezo. El día fijado llovería suavemente por lo que llamó para que no fuera por ellas porque peligroso, por resbaladizo el árbol o las mismas escaleras. El tiempo mejoró y a la espera de alguna llamada, ésta no se produciría. O se lo pensó y díjose: mejor lucen en el cerezo que donadas a cualquier amigo. Y así fueron consumiéndose o cayendo de maduras. Con todo no perdí al amigo…pero sí las cerezas.

Vale más un cerezo que cien amigos, y así debe ser para tantos gozadores de verlas madurar y de cómo a cerdeira o cereixo se engalana con ellas presentando esa reconfortante visión y por demás colorista. Ahora comprendo porque sus poseedores prefieren verlas como se van subsumiendo, porque aun así el cromatismo aumenta.

Mi debilidad por las cerezas hace que perezca a manos de unos pródigos que jamás te llamarán para darte otra oportunidad. Acaso por la amenaza que suponemos para su cosecha. La experiencia determina que podría ser ésta la causa. No queda más que comprarlas, ¡con lo bien que saben en el árbol! El padre Mariano no tiene problemas con un solo cerezo, atacado de pulgón casi siempre. Él nunca tendrá remordimientos de conciencia por un solo y enfermo árbol, dejando que las cojan cuando están sanas por lo que jamás vociferará a quien se las “hurta”.

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