Opinión

Pedestre viaje por A Mariña

El verano se relanza por A Mariña, esa costa luguesa que va desde Ribadeo a O Vicedo, como más de 80 kilómetros. Las aguas de esta costa, más benignas que las atlánticas, echan por tierra todo eso que a norte huele, por ende, a más frío. Puede que en tierra firme, pero la temperatura del agua es otra cosa.

Ribadeo, por tomar el nombre de ribera del Eo, es el punto costero más oriental. Una ciudad o villa a la que dieron nombre el marqués de Sargadelos, Antonio Ibáñez, y los Moreno, que mientras el primero hizo fortuna primero con los cargamentos marinos de salazones, los segundos, emigrados al Caribe, se enriquecerían también y dejarían un formidable palacio indiano, la casa de los Moreno, escuelas para la instrucción, como casi norma en esa Mariña y en Asturias, de estas gentes que querían sacar del analfabetismo a sus conciudadanos, y el marqués de Sargadelos, además de construir otro palacio, empleo dio a muchos. Este, palacio todavía más imponente que su vecino. Antonio Ibáñez, obtenido el título de marqués por sus servicios a la Corona al crear las fundiciones de Sargadelos, para cañones y cerámica, conocido por su espíritu liberal y altruista en tiempos de la IIustración, después de innúmeros beneficios a la comarca, fue masacrado en un tumulto al que leña echaron sus tradicionales enemigos, la Iglesia, dirigida por el cura de Ribadeo enardeciendo a la multitud. Un luctuoso incidente que avergüenza al pueblo. Lo cuenta bien Alfredo Conde en un libro documentado sobre la vida del marqués en fluida prosa. Los ribadeanos le han erigido una estatua delante de su palacio, como reparación a la barbarie de sus antepasados.

Si te vienes hacia occidente por la costa, pasarás por Rinlo, ese puertecillo, que en su estrechez vial y ocupada por el turismo terracero, te embarazará un tanto si en coche pasas. El pueblo tiene su encanto; pero un reparo, unos bloques que hacen casa, dañan la vista.

A mí me impresionó al paso por esta costa la playa de As Catedrais; ahora menos, masificada por el turismo; dejamos atrás la de Os Castros; pasada aquella, esa playa que asociaba con la inmensidad, que es Reinante, y llegando a la desembocadura del Masma o ría de Foz, me parecía imposible que no se pudiese, por su estrechez, pasar a la otra orilla en bajamar, pero no era posible, así que habría que dar un gran rodeo donde la breve ría ya es río, para entrar a Foz, que dicen la playa de Lugo; por proximidad debe serlo y por los llenos de A Rapadoira, ese arenal tan peculiar a pie de calle. Seguir la costa es hacerlo por paseos marítimos siempre bellos que forman parte de los caminos por la costa Cantábrica, que tiene su expresión ya en el mismo Ribadeo y en Foz en cuyas afueras debe visitarse la catedral que fue la iglesia de San Martiño, cuando la sede mindoñense estaba acá.

No se acaban las sorpresas al paso por Nois, Fazouro y su castro marítimo en una costa de playas plena y muy singulares cuando te aproximas a Burela, que de pueblo marinero, atunero por excelencia, con grandes flotas que se arriesgan por el Gran Sol cerca de las batidas costas de Irlanda a la caza del túnido. Burela en 30 años creció el triple y como está en medio de A Mariña tiene Hospital Comarcal y despliega actividad en torno a su puerto; sus bonitos conservados en latas tienen fama, cuales los de Remo, que de tanto fabricar aquí se fue a envasar a Gijón, ignoro la causa. Sigues la costa por otro paseo con acantilados y te plantas en la Maroxa, una playita de encanto rodeada de instalaciones deportivas y con fama de llevarse a cualquier arriesgado bañista cada año… y este año cumplió. 

A la vista, San Cibrao, o mejor la gran chimenea de la factoría de aluminio, hoy de Alcoa, a la que quedan pocos años de vida activa porque estas fábricas, como muchas, tienen fecha de caducidad. Increíble que una playa limítrofe, la de Lago, tenga tanta pureza, y la próxima de Portinho de Mourás tan pequeña pero singular y con historias de vikingos, como todas las costas atlánticas y aun mediterráneas, y de más anteriores civilizaciones que dejaron perenne huella sobre todo en el megalitismo atlántico, que habla a las claras del contacto de civilizaciones.

Un ondulado paseo entre Mourás y Portocelo, increíble sendero de sube y baja, con la isla de Sarón o Ansarón al lado. Como ya la costa se remonta, pasamos al cabo o punta da Roncadoira, que ronquidos da cuando la mar bravía, lo que percibimos andando por quebrado sendero que nos da acceso a Esteiro de Faro, playa surfera; ya la visión de la breve ría de Viveiro entre O Faro y O Fuciño do Porco. Casi percibimos la aventura y tragedia de ese mariscal Pardo de Cela, que torre tiene por las tierras del Valadouro, de infausto destino por rebelarse contra la unificación de los reyes Católicos, y antes reprimiendo a los Irmandiños, que no comprendemos porqué prototipo de héroe galaico. Son esas cosas de la historia, que algunos manipulan en provecho propio, tales nacionalistas partidos.

Por Viveiro, ciudad de A Mariña, con dos conventos, una gran puerta plateresca, la de Carlos V, y unas murallas, que la especulación derribó en gran parte, exportadora de vinos, si queda bien, a Roma, aunque esto más mito que otra cosa, porque también del salazón o conservas en sal para ir a alimentar los romanos banquetes, que más lógico fuese del especializado puerto de Vigo, el Vicus Spacorum. Viveiro tierra de la gran pintora, Maruja Mallo, esa Frida Kahlo galaica, y de Pastor Díaz, poeta. Viveiro y su crecimiento hacia el núcleo de Cobas en la otra parte de la ría, tiene a San Roque por patrono, que desde un alto otero domina el puerto desde donde parten los pesqueros a faenar, nunca dando la popa al santo si no saliendo de puerto en oblicua dirección. Viveiro tuvo minería y ahora exporta por Europa ese mineral conductivo tan preciado en la era de los ordenadores, como antes el hierro por toda Europa, desde las minas de A Silvarosa.

La costa se nos va acabando en esta Mariña donde aún quedan por reseñar O Fociño do Porco, un cabo que se adentra en la ría, la isla de Coelleira y esa ensenada de la ría del Sor, del Barqueiro o de Vares, donde reposaban los submarinos nazis que acosaban a los cargueros aliados por los años cuarenta. Y aquí se acaba el periplo costero mariñano que tanto de sí da que como para contenerse en estas apreciaciones.

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