Opinión

Quédeme con esas lecturas y ándeme por la urbe

La lectura, esa pasión especialmente atractiva durante el frío invierno. FOTO: ÓSCAR PINAL
photo_camera La lectura, esa pasión especialmente atractiva durante el frío invierno. FOTO: ÓSCAR PINAL

Mientras en las mañanas invernales me entretengo a las lecturas de “La Conquista de América contada para escépticos” o “Una Historia de la Guerra Civil que no va a gustar a nadie”, ambas escritas por Juan Eslava Galán, en la Casa de América en Madrid, a cargo del autor y del presentador Arturo P. Reverte, que fue como un cruce sabroso de ingenios demostrando que las conferencias así llevadas e intercambiadas gozan de una amenidad de las que pocos foros; también aprovecho, estas mañanas invernales, leyendo a estos conciudadanos que tanto enseñan a la par que tiñen de sabiduría y de pensamiento, como las reflexiones del viejo Milenario que no otro que Gonzalo Iglesias Sueiro, que desde Xinzo, a pesar de estar constreñido por sus achaques, pensamiento lúcido desprende, aunque a cuentagotas en la escasez de una menos que media página sabatina; o de las de un por temporadas escaso en apariciones, Abelardo Lorenzo, que siempre tiene la palabra para la conciencia democrática, para la solidaridad, para todo menos para lo dogmático, o de ese amigo, Carlos Risco, que hace poesía de cualquier cosa u objeto de los muchos que con él conviven desde su campestre casuca de Moredo, o la de ese otro, Benito Reza, “desterrado” en Celanova que hasta las piedras poema, o también, de ese botánico Francisco de Asís, que tanto nos ilustra sobre árboles y plantas, fluctuando entre Caldas de Reis y el Vaticano, y de otros tantos a los que hincar el diente cuesta por su longitud, que acaso también pensarán lo mismo de mí.

En urbano paseo me topo con un pedigüeño a la puerta de un supermercado, que ahora abundan incluso en las de las panaderías. Dan ganas de donarles más a pan que a moneda, pero preferirán ésta. Pienso, cómo se puede pedir de comer cuando hay tantos sitios donde surtirse: Comedores sociales, Caritas, Cruz Roja. Ah, la independencia de la que no usan ni siquiera algunos a los que ves trayendo un bolsón de hipermercado lleno de viandas acopiadas en Caritas montándose en un coche de altísima gama, o aguardando a las puertas de la ONG de turno con smartphones de última generación. Me dice una laboriosa mesoamericana que sus conciudadanos caribeños no tienen ganas de trabajar y que prefieren vivir hacinados en pisos, comer gratis y subsistir con esas comidas sociales y sus subsidios. No todos, cree uno, pero sí que habrá unos cuantos, porque el ocio contagia, o a veces, como me repite un amigo, chófer que lo fue de toda clase de vehículos, que después de matar el cuerpo con horarios extras no pagados le restaba medio centenar de euros que ahora cobra de un subsidio sin trabajar. He de creerlo o forma parte de su rechazo social a ser explotado como él cree.

Y mientras en estas divagaciones, camino por la ciudad, apenas si saludo a conocidos que ya no lo son o porque hayan desparecido físicamente o se hayan recluido por sus años o que la ciudad se haya renovado en gentes, así que donde antes no cesabas de decir adioses ahora ni esporádicamente, aunque sí dé para unos cuantos todavía, o que saludas o te saludan como yo pasando en la Rúa dos Viños donde solamente de fugaz tránsito porque uno de poca afición o ninguna a los tales, si acaso a los aguados con gaseosa, cuando fui interpelado o abordado por el amigo Quique, do Frade, que es el nombre por el que se le conoce por su mesón; deportista como pocos, me dice que la única afición que no le falta es la de la montaña que siempre está ahí, y que no hay placer comparable al de adormecerse oyendo los aullidos de lobo embutido en un saco vivaqueando en la misma Trevinca al lado de la gran cruz de cemento armado caída que fue como liberar a la cumbre galaico-zamorana de simbología representativa. Quique que no desaprovecha los momentos que un negocio como es la hostelería le deja libres para acometer trepando o escalado las cimas ibéricas, abandonada una absorbente afición a la equitación que le ocupaba sus pocos ocios, cuando aparece un ciclista si por tal más portador que por ella transportado, de foco encendido y aspecto del que no se sospecharía que demandante de alguna moneda para libarse un café, saborear un vinillo o darse a pinchos, nos dijo. Yo por no portador de moneda alguna mas que aliviado por la solidaridad del amigo que soltaríale un par de monedas de cuyo agradecimiento se hacía tanta boca que si no se le despidiera amablemente, estaríamos hasta hoy oyendo sus historias, que muchas más para contar darían los que aguardaban en el cercano Hogar del Transeúnte para pasar las gélidas noches bajo techo, mientras algunos entre cartones, protegidos de las intemperies, a cubierto de algún portal, soportal, o esquina a cubierta de los helados vientos, prefieren la libertad a sujetarse a horario.

Te puede interesar