Opinión

Recuerdos de la raia, cuando las fronteras aún lo eran

Un paseo por la sierra de O Larouco.
photo_camera Un paseo por la sierra de O Larouco.

Esa montaña que dicen sagrada y luego divisoria entre paises: O Larouco, por ser morada de dioses con no menos de tres aras votivas en honor de un imaginario olimpo castrejo, se localizan en esta sierra que en su cimera cumbre, a 1.500 metros, tal vez habitasen esos dioses que los castros próximos de Saceda, San Millao o Boullosa tenían por Lares o Penates, protectores de la casa. El Larouco acaso sea la montaña más sacralizada de la Península.

Fuimos como tres los profanadores de aquellas cimas cuando aún el parapente no se había enseñoreado de aquellos cielos, que ni atisbo de ellos había. Saldríamos de A Xironda, que siempre a francés me sonaba por eso de La Gironde, los girondinos(la montaña, los campesinos) y todo eso, que tan familiar por eso de ser los protagonistas de la Revolución Francesa, juntamente con los jacobinos, por proceder del parisino monasterio de Saint Jacques-San Jacobo o Santiago- (la ciudad, el valle). Ya en esta aldea nos sorprendió ese vistoso peto de ánimas que más altar parece, tallado en la piedra y como incrustado en la fachada de una casa. Motivado el trío por esta invernal visión en soleado día pusimos rumbo a la aldea de Santo André, en Portugal, que ya nos extrañaba que los arraianos llamasen, por la brava o breve Santander, o así nos sonaba. Camino de la sierra, fue como solemne el paso de la frontera cuando todavía no hechas las pistas de la parcelaria concentración. La llegada a Santo André fue como un grande sorpresa, porque a esa hora, undécima del día, surgieron como de la nada unos burros cargados de panes, que empezaban a distribuirse al peso, con arcaicas romanas portadas por los arrieros y una multitud de demandantes en torno a los soportales de lo que plaza podría ser. Era como subasta porque las bollas de tantos tamaños se pesaban y luego como a modo de subasta se adjudicaban a la vecina subastera que más daba. En una de estas, uno de los burros de un cabezazo enviaría a los cielos los panes, que suponemos para varios días, de una adjudicataria, que, cual obús, volarían más allá de los tejados. Un contratiempo al que no compensarían los arrieros-panaderos porque el riesgo debía formar parte del trato. Abandonamos el lugar en medio de la simpatía del vecindario al que fotografió uno de los acompañantes de tanto artilugio fotográfico, que luego le penalizaría en la ascensión a la sierra de no menos de 700 metros de fortísimos desniveles.

Entre Gralhas y Santo André elegimos campo a través por donde más asequible, que no sería tal porque navegaríamos entre casi verticales penedoscomo incrustados en la ladera, y ya en la cima, los mismos y rigurosos dioses como sintiéndose profanados, desatarían al regidor de todos los vientos, Eolo,  y Júpiter, sus fríos, de tal modo que aun abrigados, irresistible permanecer en aquel panorama grandioso so riesgo de inmediata congelación. Y sería que a toda marcha evacuaríamos o se bajaría a toda prisa. Fue como un fenómeno sobrevenido, como nunca experimentado, todo adicionado por algunas nieblas que a toda velocidad transitaban por las cumbres ya dejando aquello despejado ya cubriéndolo, mientras Emilio Rial se ponía a cubierto conmigo y el amigo fotógrafo de cuyo nombre no puedo acordarme, aun andaba peleando por aquellas laderas entre su peso y el adicional de una aparatosa carga de máquinas y objetivos.

La bajada al llegar al llano, que mucho antes liberados del intensísimo frio, fue como la gloria y aun nos animaría a continuar a Vilar de Perdices donde ya famosa por un poeta-pastor y por un cura que tranquilamente iría a la hoguera si en tiempos de la Inquisición nos hallásemos, en su calidad de factótum de un congreso de brujería o de esas cosas mágicas, caso de una llamada medicina natural, que el término aun no de circulación. Vilar de Perdices, la del padre Fontes, que llegaría, además de investigador del patrimonio a vareador(concejal) de Montalegre, aunque nunca portador de las varas, haces o fasces, que los lictores llevaban acompañando a los magistrados romanos, como símbolo de autoridad. Era esta más que aldea como un pueblo fragmentado en no menos de una decena de núcleos, muy prietos, eso sí,  que el renombre ganado  a pulso e incrementado porque aun las fronteras marcaban, dado que el llamado Mercado Común, o Comunidad Europea luego, y  ahora Unión Europea, todavía no había abatido las fronterizas vallas.

Fue imborrable el recuerdo de aquella caminata en la que tanto en tan poco, como me recuerda Emilio Rial, que supongo que a él también le impactaría, dado lo muy fresco de aquellas montañeras caminatas. Del acompañante fotógrafo, porque antes poseer máquina, solamente unos cuantos, no recordamos el nombre. Acaso él si el nuestro. Y yo no es que lo olvidara, pero es que con tantas trepadas por las sierras uno hasta se olvidade los que un día fueron próximos y esporádicos colegas de alguna trepada.

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