Opinión

Solidarias por unos ríos impolutos

Sara y Judit, un ejemplo que nadie sigue.
photo_camera Sara y Judit, un ejemplo que nadie sigue.

Por ambas márgenes del Miño, entre las pasarelas de Oira y Outariz te puedes encontrar con dos aguerridas mozas, bolsa en ristre, dispuestas a no dejar nada que a la vista agreda y aun más allá, por qué si antiestético es ver papeles, plásticos u otros desperdicios por el camino, que atacan la estética visual, no menos cierto que todo eso contribuye a degradar el paisaje, y por acumulación, a hacerlo insoportable. Algunas veces de monte por ahí los acompañantes suelen arrojar mondas de plátano o naranja con el pretexto de que por frutos la naturaleza pronto esta los degradará, y no es así porque además del impacto visual, al no existir microfauna adecuada para la pronta asimilación de esos restos por no ser tierra ni de plátanos ni de naranjas, la degradación de tan lenta lo que puede es originar que otros sigan incrementando el basurero por simpatía. Pero estas dos, madre e hija, no es que sean flor de un día en el miñoto paseo si no que constantes están una y otra vez limpiándolo todo al detalle y no con esa euforia que por tal, solo del momento, para pasar a un pronto olvido. Hay que agradecer a estas filonaturalistas que las márgenes del Miño aparezcan cada día impolutas y no dejar la limpieza, que, por esporádica, las autoridades pronto descuidarían. Mejor que no hubiese denunciantes del deterioro ambiental, porque éste va a existir siempre a no ser que se tope con unas indesmayables como Sara y Angie, madre e hija, las cuales, infatigables, recorren ambas márgenes, no para hacerse la foto si no por esa vocación que el espíritu da en pro de los demás. Deberíamos todos ensuciando menos colaborar en algo aparentemente tan sencillo que si se trasvasase a otros lugares seríamos espejo para muchos aun fuera de nuestras galáicas fronteras.

Noraboa para estas dos atletas, que por tales han de tenerse quienes recorren una distancia con el trabajo de recogida y el peso a soportar hasta el hallazgo de un contenedor.

Y  de estas dos, a recordar que limpiando el cauce del río Mao, allá entre Vilariño Frío y Montederramo, llenando entre media docena de voluntarios inmensas bolsas, incluso de cubiertas de autos, alguna nevera dejada in situ y algún colchón a punto de ser arrastrado por las aguas. Llevando todo este continente al pueblo de Montederramo, el alcalde a la sazón se negaría a llevar todo aquel contenido al basurero municipal dejando que fuésemos los voluntarios los que deberían hacerlo, y con un intercambio durísimo de palabras con el omiso alcalde, quizás picado en su amor propio por no haber tomado él las medidas de limpieza, hubimos de llevar aquello al basurero, que, pensamos que por estar en declive, en una fuerte avenida irían a parar al mismo rio de donde extraídos. Así que un poco alicaídos nos fuimos con la sensación de un trabajo hecho a medias.

Se quiso repetir la operación en el Edo, ese que pasa en lo profundo de Castro Caldelas pero hubo de desistirse por las dificultades orográficas cuando ya una llamada minicentral había represado las aguas haciendo más patentes los desperdicios. Hay que recordar que por aquellas fechas los ríos eran la sentina de todo lo sobrante; ahora parece que se ha tomado conciencia, aunque, esporádicamente, alguna de esas cubas vacíen a hurtadillas los detritus de las granjas como más de una vez hemos comprobado de rural paseo.

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