Opinión

Un paseo por el castro de Doade

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photo_camera Muíño de Froiz, entre el abedular, el más espectacular del río.

Ahí en la provincia de Pontevedra, al lado de la estación de ferrocarril de Lalín se encuentra esta ruta de dificultad  menos que media, que ofrece caminos fluviales, puentes, molinos, iglesias y "carballeiras". Incluso el pequeño castro de Doade, sin contar la avifauna que vamos a encontrar y un roble de porte más que centenario. Más por ella se discurre en subidas breves y llevaderas. Pasaremos debajo del viaducto del AVE, dos veces por encima del antiguo ferrocarril y una por debajo, y entre la arboleda, además de los "carballos", amieiros o alisos siguiendo por el cauce del abundante río Asneiros, que rinde tributo al cercano Deza. Abedules, apenas castaños y unas praderías bien cuidadas donde aún sestea el vacuno.

Os Muíños-Vilanova

Llegamos, salidos de la autovía, a la antigua estación de Lalín. Como menos de media docena de kilómetros y ya nos encontramos en la zona de salida y llegada en Os Muíños con aparcamiento entre la "carballeira", con el rio Asneiros al pie y en una pista forestal que discurre por un centenar de metros por la margen izquierda del río en medio de los alisos donde la víspera de charla con Xosé Lois Freixeiro, presidente que fue de la gallega de Montañismo y vicepresidente de la nacional, que venía de hacer unas mediciones de la ruta con su hijo que tiene una empresa que se dedica a marcar rutas  y un libro-guía publicado por la Xunta. Nosotros desde este encuentro, en menos de cinco minutos debimos acometer una subida hasta el poblamiento donde ubicada la Casa do Patrón, centro etnográfico distribuido entre varias casas por oficios, y gastronómicotambién, de la Diputación de Pontevedra, lugar de diaria concurrencia de autocares, más para visitar el centro etnográfico y el castro y luego el almuerzo.

Continuamos en dirección oeste para allegarnos al castro de Doade, que lleva el nombre de la parroquia, y en medio de la pradería, como castro en meseta donde solamente el costado sur presenta cierto elemento defensivo. Dos viviendas castrejas excavadas  y unos paneles explicativos. Se retroceden como 300 metros y se retoma la ruta bajando hacia el río Asneiros entre la floresta de la que claros o praderías de regado constante de purines de las porcinas del contorno, con lo que de contaminación para las aguas freáticas y fluviales supone; un viraje a izquierda nos lleva por el bosque de alisos hasta el mismo molino de Froiz, de tres muelas, canales y presa; se retrocede un centenar de metros y más adelante se pasa por un puente cerca del Couto de Prexigueiro, se accede a lateral del ferrocarril, se pasa por encima, se sube una cuestecilla, se vuelve a pasar el ferrocarril y entre corredoiras de repente te encuentras con la iglesia de Vilanova, dedicada a San Xoán, de un románico popular en su fachada. Aquí nos contacta un can que ya no nos abandonaría hasta casi la meta; marca territorio entre tumbas, que otra no viéramos, sin cortarse.

Vilanova –Santo Tomé

La aldea de A Canda, a derecha, cuando pasamos por despejada pradería y caminamos paralelos a las vías del AVE. El día, inmejorable, soleado, sin sobrepasar la veintena de grados, invita al despoje de cualquier abrigo; algún asfalto se debe pisar pero nada concurrido, ni un auto perturbaba aquella paz. Nos metemos en pinar en la máxima altura del recorrido, en el llamado Monte de Arriba, cuando se ha recorrido la mitad de la ruta. Un tractor y varias motos de cross serían el único perturbador en aquel bucólico paisaje, cuando otro tramillo de asfalto como preludio de hermosísima "corredoira" de hojas de roble alfombrada. De repente, como caídos en la aldehuela de SantoTomé, debemos traspasar la carretera, bajar hacia el ferrocarril, ladearlo, pasar bajo él y encaminarnos hacia el carballo más señero del recorrido.

Carracedo-Doade

Tomado contacto con el local asfaltado de una vía que te hace pasar por el lugar de Carracedo, en cuyo final como asentamiento en corrido banco de piedra a casa adosado. Aquí degustamos las provisiones que llevábamos, acompañados de un can que no nos dejaría en una decena de kilómetros y que algo pilló de nuestra comida. Aún quedaban más de tres kilómetros de camino, en gran parte a la vera del Asneiros donde ya surgió como de arrebato una pareja de azulones o ánades reales, allí espantadizos, y no digamos de un cormorán que en potentísimo arranque se fue volando a ras de río. Luego de la sorpresa un campo de narcisos en su esplendor, que el nombre llevan, según la mitología greco-romana, porque hallándose el hermoso Narciso contemplando su belleza en un estanque, los dioses decidieron convertirlo en flor; fue como ponerle la nota a una ruta publicitada en medios sociales, bajo la frondosidad de unos alisos, que aún despojados de sus hojas llenan de umbría el río Asneiros.

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