Opinión

Vendedores de fe

Estos podrían ser llamados caminos reales de la fe de aquellos constructores aldeanos capaces de elevar estas calzadas y muros.
photo_camera Estos podrían ser llamados caminos reales de la fe de aquellos constructores aldeanos capaces de elevar estas calzadas y muros.

Admiro en estos tiempos que todavía trasieguen de casa en casa esas vendedoras de fe, personas de más que mediana edad, más bien en la jubilación, aunque a veces acompañadas de jóvenes acólitos, que misal, improbable; biblia en mano, casi siempre, o sin ella, andan insistiendo en eso que salvación llaman. Generalmente son personas un tanto primarias en sus argumentos, pero poseídas de eso que fe se llama, si por tal, creer lo que no vimos, que sin arredrarse capaces serían de trotamundear para lograr sus objetivos de conseguir conversos de agnósticos o tibios, para la creencia de la salvación eterna que predican. Habría que ver quiénes están detrás de estas predicadoras, eso si, de su buena fe, que andan de piso en piso en pos de la conversión universal. Cuando tratas de argumentar, se atrincherarán en sus tópicos, que inamovibles permanecerán, por lo que inútil ejercicio éste de convencer a creyentes. El hombre desde la más remota hominización del simio atribuía calamidades y fenómenos naturales que le rebasaban, a los dioses, y para aplacarlos establecieron un nexo surgiendo los chamanes, luego augures, arúspices, sacerdotes y después toda una pléyade de clérigos, frailes, brahmanes, ulemas, estableciéndose una clase de predominio mental del entorno que conllevaba la dominación por los dioses o dios de los que se creían sus representantes. La imaginería, en esas grandes pinturas y estatuas, idolillos en algunas religiones, salvo la islámica, obraba el efecto impactante que las letras no podían, porque al alcance de muy pocos en un mundo de analfabetos. Todo ello al servicio del poder. Pero creyentes habrá hasta el fin de los tiempos, o mejor, de la humana raza, porque los tiempos seguirán hasta la extinción, o cremación más bien, del Universo, allá para dentro de 4.500 millones de años cuando el Sol consuma todo su combustible. Llevamos recorrida más de la mitad desde el bing-bang. Para entonces, que dios los coja confesados, si restos de humanidad hubiere, porque como tan solo 5 ó 6 millones de años atestiguan nuestro paso a homínidos. El gen de la inmortalidad no existe, si acaso las células cancerosas, que no  sobreviven porque el organismo que las soporta muere con ellas. Pero el hombre lleva ínsita esa creencia de la trascendencia, de la inmortalidad, no se resigna a un tránsito, un sueñecillo en el devenir de los tiempos, y quiere trascender. Por y en pro de esta trascendencia aún siguen insistiendo los sacerdotes. De esa trascendencia nacen las religiones y algunas o todas se alimentan de esa inmortalidad a la que como cretinos nos apuntamos por un ¿quién sabe? 

Y como que de frente me di con amigo de esos de los que aunque no coincidas, colega de muchas andaduras aquí y allende Portugal como es Norberto Varela al que tasador por libre de Caixa Ourense en sus días como aparejador y que con otro, Rafa Sas, y un tercero fundarían Creto, una constructora no de grandes vuelos, pero con un distintivo de calidad y seriedad en lo que hacían. Cuando de charla sobreviene un hombretón con un sobre diciéndonos si sabíamos dónde vivía un vecino, conocido de dos de los tres que éramos, y héteme que uno de estos dos se ofreció a entregarlo al destinatario que en el Liceo estaba, decía uno, y el otro que al día siguiente lo encontraría en el golf. Vaya casualidad que venga un provinciano, pregunte al azar a tres peatones por fulano de tal para entregarle un sobre y resulta que amigo de dos. Pero reticencias de recogida porque si se trataba de algo amarillo podría ser Hacienda que te reclama algo con multa o la DGT que te sanciona por contravención de tráfico, ambas cosas muy temidas y de no grata entrega. Al final resueltas las dudas porque ningún sobre de estos colores si no de impoluto blanco, algo así como informe reservado relativo a la salud, cogería Norberto el sobre y portando el tal hasta el Liceo; mientras, proseguíamos nuestro caminar por el casco vello por la calle de Colón de unos cuantos locales de abre y cierra. Transitada sí, pero los negocios en el casco,  salvo si de vinos y tapas se trata, pocos van para adelante. Cuántas ilusiones naufragadas en la orilla o en la semisoledad del casco vello.

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