Opinión

Villalvas en la montaña

Descendientes de Villalva hasta cuarta generación, en la cumbre de Trevinca.
photo_camera Descendientes de Villalva hasta cuarta generación, en la cumbre de Trevinca.

Yendo una vez más a las Trevincas, esta vez con acceso a una de las  cimas, O Maluro, en todo terreno, impuesto el sistema con la intención de completar el recorrido por sus crestas, nos hallamos un cuarteto en el punto de salida en Vilanova. Cholo y Marcos en  O Trisquel nos donan con unos cafés antes de la partida hacia la cima, ambos  muy comprometidos con aquellas montañas; Cholo en una comunión, mística si se quiere. Nos vamos hacia O Maluro para evitar esa monótona pista de media docena o algo más de kilómetros que no mucho aportan, que por ello subimos en un todoterreno. Cholo me dice que muchos montañeros en ruta por esta pista cuando le digo que un poco de embarazo por subir motorizado, pero me convence  diciéndome que él algunas veces sube hasta o Maluro para ganar tiempo y perderlo por las cumbres. Ya en camino, a pesar de mi camuflaje con gorra y gafas, alguno de los caminantes rebasados por el todoterreno, muy comprensivos con esa intrusión, me reconoce. Llegados al Maluro, apresuramos los preparativos para irnos por ese fermoso sendero a caballo de los valles de Foxo Castaño y Foxo Grande o das Meladas. Una vez en la cima de Pena Trevinca comenzaría la arribada de grupos hasta sobrepasar la veintena y fue cuando reconocí a Anselmo Menéndez Villalva y toda la recua de primos Villalva entre adolescentes, jóvenes y adultos que en la cima se quedarian para el llantar a pleno sol, mas mitigado por la brisa y nosotros más abajo al cobijo de un peñasco para sombrearnos. Retornados por donde venidos salvo dos que se fueron por a lagoa da Serpe, y en bajando camino de Vilanova motorizados a menos de kilómetro del Trisquel dos montañeros, uno aquejado de la cadera y el otro no rehusando montar, nos acompañaron  y allí fueron llegando los primos Villava hasta más de veintena de entre más de setenta que se reunieron por unos días en Porto por la cercanía a Valdesirgas que siempre fue como fijación trevinqueña  de la familia.

En O Trisquel rememoramos con los primeros llegados desde cuando sus abuelos de zamoranas tierras vinieron a la ciudad, el paterfamilias, alto cargo en Aduanas y la mater a la crianza de los que llegarían a catorce con los que cierta pugna mantuvimos por unos cuantos años pues de cierta amistad, y por teléfono, a cada nacimiento que invariablemente se producía cada año, hacíamos llamadas cuando los adelantábamos y las recibíamos cuando adelantados por ellos en el número de familia. Así que por muchos años mantendríase la lid hasta que finalmente los adelantaríamos dejando la cosa en quince Outeiriños-catorce Villalvas, sin que a más fuese porque la amistad, imposible entre todos sino con unos cuantos, perduraría.

Los Villalva, así con V, fueron como pioneros del esquí por acá, al menos en la construcción y práctica cuando con rudimentaria carpintería los hacían de madera de fresno y los modelaban en las calientes aguas de As  Burgas y, a cuestas, se llevaban desde Casaio a Fonte da Coba, como media docena de kilómetro cuesta arriba, o desde Os Milagros hasta San Mamede. Todo por echar unas esquiadas. Unos esforzados entre los que estaban Andy, Ico, Nazario, seguidos de sus menores hermanos. Deportistas ejemplares como reflejo de unos paseantes padres que hasta provecta edad se daban sus curres por la ciudad y residenciados en Madrid donde unos cuantos hijos, por la diáspora inevitable de tan larga familia.

Cuando aquellos exámenes en la Escuela de Periodismo a los que acudíamos Ruko Lezcano y Pepe Platero, en algún descanso me iba a Peñagrande en las afueras de Madrid donde Andy cuando vacaba de su trabajo, la emprendía en una nave anexa a su casa donde construía veleros de poliester muy cotizados, cuando a un navegante también le tiraba la aérea navegación. Desde su casa-chalet nos íbamos a un aeródromo abandonado de la República en Almorox, Toledo, donde con un haiga americano a modo de torno arrastraban un velero, que enseguida una vez remolcado subía a los aires y desaparecia en los nubarrones de la sierra del Guadarrama y retornaba horas después con Ico a los mandos. Unos vanguardistas estos hermanos, que tenían mano para todo. Incluso los menores rehicieron un motor de automóvil en el patio interior de su vivienda que al arrancar provocaría el escándalo de algún vecino de orden, que se dice. Aún se comenta el hecho de esta peculiar y, por demás, muy sociable familia.

Amparo, Federico, Andrés, Julia, Marita, Mª de los Angeles, Nazario Bernardo,  Ana María,  Mº Teresa, Carlos, Alfonso, Pilara y José Luis de los que solo permanecen con nosotros en esta ciudad, Julia, Ana María, María Teresa, y los demás dispersos por ahí. Nunca fueron llamados por apodos por sus hermanos porque para ellos Ico era Federico, Andy era Andrés, al revés de sus oponentes quince de mi familia que todos con apodos.  Éramos de costumbres y donde aquí el apodo prevalecía allí el nombre de pila se imponía y cuando algún desvío nos recordaban que Ico era Federico y Andy, Andrés. Es que nosotros los gallegos proclives somos al apodo que después vincula tanto que difícil desprenderse de él, ni quisiera en mi caso y en el de los otros, supongo.

Larga vida a los Villalva y a esa cuarta generación desde cuando se instalaron entre nosotros y huella dejaron, donde ya hay negros adoptados en una demostración de familia liberal y desprovista de prejuicios, gracias a los que descubrí Fonte da Coba, Trevinca y Valdesirgas con los que siempre un motivo recurrente este paisaje para cuya rememoración han plantado sus reales (nunca mejor si por tales caravanas y tiendas de campaña) muy cerca, en el área recreativa de Porto de Sanabria al lado del Bibei y muy próximos a su recordado Valdesirgas. Una anual juntanza que este año a punto de llegar a la centena.

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