Opinión

Ciegos ante el alcoholismo de nuestra juventud

Ocurrirá una muerte por intoxicación etílica, como la de la niña de 12 años fallecida en noviembre del año pasado en la localidad madrileña de San Martín de la Vega, y la desgracia nos hará ver que todos hemos sido cómplices por la permisividad con el botellón, especialmente las administraciones públicas encargadas de velar por la convivencia social. Y si no es un coma etílico o una sobredosis por consumo de sustancias opiáceas, una pelea también puede acabar en tragedia. Las probabilidades son extremas. El 74% de los niños menores de 14 años han probado alguna bebida alcohólica, según datos del Plan Nacional sobre Drogas, y la tolerancia social de progenitores, adultos e instituciones hace que con esa primera copa se adquieran muchas papeletas para saltar a drogas más peligrosas y a comportamientos delictivos.

El daño que se hace a la sociedad disculpando el consumo temprano o naturalizando el ocio alcohólico de los adolescentes es terrible y acarreará unas consecuencias imprevisibles. Los adolescentes se están haciendo daño a sí mismos, además de interferir en el descanso de los vecinos y de convertir parques y jardines, que al día siguiente tendrían que disfrutar ancianos y niños, en auténticos estercoleros. Justificar el botellón argumentando que en los bares las copas son muy caras resulta una irresponsabilidad difícil de superar, ya que se da por descontado que los chavales tienen que beber hasta emborracharse para pasárselo bien en vez de abogar por alternativas saludables y el deporte. Islandia era a finales de los 90 uno de los estados europeos con mayor consumo de alcohol y tabaco entre los jóvenes entre 14 a 16 años, y ha conseguido reducirlo al 5% al involucrar a los adultos en la prevención. 

En Ourense el problema lo tenemos a la vista. Hay que estar muy ciegos por la desidia para no verlo ni hacer nada por atajarlo. Las imágenes que La Región publicó del caos en la Alameda del Concello tras las noche del martes al miércoles, coincidiendo con la celebración del Samaín, tendrían que haber hecho saltar las alarmas en la Alcaldía, en la Subdelegación del Gobierno y también en la Xunta. Mirar hacia otra parte no te exime de tus responsabilidades y el desmadre viene de lejos. Galicia aprobó en 2010 la Ley de Prevención de Consumo de Bebidas Alcohólicas en Menores, elevando la prohibición de la ingesta y la venta a los 18 años, pero la norma se ha mostrado como un instrumento absolutamente ineficaz al delegar en los concellos el cumplimiento de las sanciones, sobre todo en Ourense, en donde no hay una ordenanza municipal al respecto. En Santiago, ciudad universitaria por excelencia, una normativa inflexible consiguió mitigar las prácticas del botellón callejero o que la fiesta haya regresado a los pisos de estudiantes, evitando así estampas lamentables en su casco histórico como las que se suceden en la Alameda ourensana cada fin de semana o víspera de festivo. Lo más lejos que se ha llegado en Ourense para impedir esta orgía de alcohol ha sido acordonar con cintas de plástico la Alameda para evitar la invasión vandálica que destroza mobiliario urbano y los columpios del parque infantil. En esta espiral de eficacia, al propietario del bar más próximo, los agentes de turno le recomendaron que contratase seguridad privada cuando solicitó que también acordonasen la entrada de su establecimiento. Esa cinta de plástico y la respuesta que obtuvo el damnificado empresario son la metáfora perfecta de la inoperancia disuasoria con que se emplean las administraciones públicas para abordar un grave problema social.

El problema de convivencia va en aumento. Los vecinos reivindican su derecho a descansar y a hacer un uso lúdico de una Alameda que se ha convertido ya en un punto de venta de drogas, escenario de peleas y actos vandálicos que se repiten con impunidad. Los placeros del rianxo se encuentran a la mañana siguiente con una situación de insalubridad por la orina y las vomitonas al pie de sus puestos de venta y nuestra juventud crece entre una nebulosa alcohólica mientras reímos la gracia como si fuese una travesura infantil. El día que ocurra una desgracia irreparable tocará llorar por la hipocresía cómplice. Avisados estamos.

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