Opinión

¿Hasta cuándo durará el desprecio a Valdeorras?

Un boleto de la Lotería premiado con 1,6 millones de euros en septiembre de 2019 dejó 600.000 euros más en O Barco que todo lo invertido por el Gobierno central para la A-76 en los Presupuestos Generales del Estado de 2021 y 2022. La autovía que debe unir Valdeorras, Ponferrada, Ourense y Monforte sumará el próximo año 500.000 euros, partida idéntica a la destinada a las obras de mejora de la avenida Martín Palomino en Plasencia. Lo más doloroso -recuerda el crónico maltrato al interior de España- es leer cómo la ciudad cacereña llevaba dos décadas y media esperando por esa remodelación. Aquí en Valdeorras suman ya 16 años mirando la maqueta de la promesa.

Si las inversiones públicas se decidiesen a través de un concurso objetivo sería muy difícil encontrar un opositor mejor que Valdeorras. Apoyada en la pizarra y en su carácter emprendedor, está en la parte alta de Galicia por pujanza económica y en Ourense solo la capital supera el dinamismo de una comarca que genera el 30% de las exportaciones provinciales. Estos méritos se unen al pésimo estado de sus infraestructuras viarias, el interés por potenciar al sector pizarrero -más de 2.000 empleos directos en un contexto de crisis industrial- y la necesidad de equilibrar territorialmente una zona que lleva demasiado tiempo obligada a mirar hacia León. Y para completar la ficha de merecimientos tampoco será porque Valdeorras no haya reivindicado la importancia de la autovía llamada a vertebrar el interior de Galicia y Castilla: la han solicitado vecinos, plataformas, empresarios y asociaciones a través de cartas, pregones, reuniones, actos y alianzas con Lemos y El Bierzo.

La necesidad y la presión se llevan estrellando desde 2005 contra la falta de voluntad política. Este tiempo solo ha servido para que PSOE y PP hayan tenido margen para irse echando de forma alternativa la culpa por la falta de avance de una autovía que llegó a ser calificada en 2015 como prioritaria por la Secretaría de Estado de Infraestructuras -por cierto, junto a la A-56- y hoy solo tiene algún avance en dos tramos. Las recientes declaraciones del presidente socialista de la Diputación de León avanzando el desdoblamiento de la N-120 como velada solución ante las “dificultades ambientales” de la tercera fase de la A-76 son una señal de alarma. Ese argumento ya se ha escuchado muchas veces y nunca termina bien para Ourense: por supuesto que la vieja nacional necesita una mejora -su deformación es otro insulto- y por supuesto que la nueva autovía deberá cumplir con todos los requisitos pero ya no cabe ni una sola excusa más para frenar su desarrollo: sin querer repetir argumentos, inversiones millonarias han servido para que regiones más jugosas electoralmente construyan en quinta velocidad conexiones viarias o estaciones mientras esta provincia lleva toda una vida viendo cómo sus demandas se paralizan o afeitan en nombre de supuestas estrecheces que siempre acaban hiriendo a los mismos.

El dinamismo de Valdeorras -ahí están las cifras o los proyectos de ampliación para los polígonos de O Barco y A Rúa- se ha construido a pesar de las infraestructuras y no soportado en ellas: esta comarca aporta mucho a la economía gallega -solo la venta de pizarra supone de media unos 250 millones anuales- a cambio de sufrir carreteras agrietadas, recortes en los servicios ferroviarios, seculares retrasos en la nueva circunvalación y el estrépito de la A-76. La deuda con Valdeorras es muy evidente y reclamarla no es victimismo sino una cuestión de justicia.

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