Opinión

EDITORIAL | Ni una sola luz en el Concello de Ourense

Las luces navideñas vuelven a ser polémica en una ciudad con políticos incapaces siquiera de normalizar el evento más rutinario y previsible del año. Por lo visto, en Ourense es imposible adivinar la llegada de la Navidad e imaginar posibles atrancos en la tramitación de sus adornos, ni tampoco sortearlos a tiempo. Ahora y a su pesar, Jácome ha convertido las luces del 2020 en metáfora de su mandato: vendidas antes de tiempo con grandilocuencia -“el proyecto más ambicioso de la historia”-, luego cae enfangado en la burocracia, no cumple ni de lejos con lo prometido, intenta tapar torpemente sus huellas -llegó a decir que retrasaba el encendido para esperar a la hostelería-, culpa de los errores a quien no le va a responder en público -los técnicos, la adjudicataria, la lluvia…- y finalmente trata de desviar los reproches sin rastro de autocrítica. Prueben a meter en este esquema la evolución de cualquiera otra de sus promesas.  

El alcalde Jácome habitúa a cubrirse de adverbios -ese “obviamente” que esconde tantas inseguridades-, adjetivos e hipérboles. Las luces son “la mejor iluminación navideña de la historia de Ourense”, como antes lo fue su Entroido o lo iba a ser su San Martiño. Es su opinión, y ahora no entramos a valorarla ni tampoco la idoneidad o no de aumentar ese gasto en plena crisis -si estimula la economía local, bienvenido sea-. Pero lo que sí se puede constatar es que han sido las más caras -350.000 euros, el doble que en 2019 y el triple que en 2018- y que se han activado 14 días después de lo anunciado en el pliego y solo en una parte de la ciudad, convirtiendo a Ourense en la última urbe gallega con la decoración encendida y molestando a los vecinos que siguen sin ellas -algunos estarán así hasta el día 20-. La capital también pierde respecto a las villas en el día del encendido. Y siguiendo con datos y atendiendo a la hemeroteca, no es este el único apartado provincial en el que la ciudad palidece: 73 municipios superaron en 2019 a Ourense en obra pública licitada por habitante. Él es alcalde desde junio del año pasado y ha estrenado su primera obra 17 meses después. No sabemos tampoco si lo medible es o no opinable, pero sí que la morosidad del Concello con sus proveedores llegó este noviembre al récord de 125,4 días -otra cifra- y que, ocho meses después de anunciadas, hay autónomos que siguen todavía esperando a que les resuelvan la prometida ayuda. Si Jácome trabaja en “megaproyectos”, desconocemos cómo habría que definir el tamaño de su expediente judicial, de alcalde ya suma una decena de enredos y acaba de sufrir otro revés: la jueza suspendió de forma cautelar la expulsión de DO de los críticos, tres meses después de la implosión de un grupo municipal que ya se ha cobrado 14 cambios en sus cargos de confianza. Y si, en definitiva, cree que las luces son “míticas”, dudamos sobre el calificativo para acompañar la realidad de su gobierno, que sumó más de dos meses sin celebrar juntas de área y que ahora no afronta la reapertura de las termas, la activación del PXOM o el PMUS, con el dato de 13 de 15 desafíos de movilidad pendientes y recordatorios como los dos atropellos mortales registrados en la rúa Pena Corneira en solo un año -justo el tiempo que lleva aprobado el plan-. Todos estos son hechos -y no opiniones- publicados en el último mes y medio en la prensa ourensana.

Un alcalde con experiencia en la gestión sabe esquivar trabas y apretar para cumplir lo prometido a sus vecinos. Jácome, por su parte, cae en cada piedra del camino. Sus recientes intentos de capitalizar herencias -licitar obras diseñadas en otros mandatos o por Caride, expedientes de Morenza, el remanente o el presupuesto- se estrellan contra su inferioridad política -con ecos berlanguianos, está en minoría en el pleno y ahora en su propio grupo- y su actitud, con bochornosos clímax como el del pasado pleno. Allí, en lo que pareció un guiño a su famoso magosto televisado, degradó todavía más la imagen institucional del alcalde de Ourense con bromas intolerables, culminadas avanzando un “sabotaje” de DO a la propuesta del BNG de convertir la vieja biblioteca en Casa da Cultura. La normalización de estas bobadas y vejaciones es la más peligrosa contribución de Jácome a la política ourensana: es inadmisible que un regidor se jacte de su propia ignorancia, cuestione la eficiencia de lo público o que trate de gobernar igual que aparca, movido por sus impulsos individuales y olvidándose del bien colectivo. 

Los comerciantes avisan de que el “ridículo del Concello traspasa fronteras” y los hosteleros dicen sentir “vergüenza” por sus políticos. Es indiscutible que la pandemia ha cogido a Ourense en la peor situación inimaginable y que si las luces navideñas son una metáfora, la gobernabilidad del Concello es a día de hoy un oxímoron con factura a pagar en cada calle y en cada piso, consiguiendo que ya no sea noticia el apagón reinante en la Praza Maior. Pero lo que ya parece una escandalosa provocación a la ciudadanía es que los mismos que no son capaces de articular una alternativa a Jácome en tres meses acuerden en solo unas horas repartirse sueldos y ventajas, demostrando sus prioridades y atreviéndose a salir al día siguiente, muy orgullosos, para pedir el PSOE esa movilización social que fuerce la moción de censura -es decir, “haced mi trabajo”- y el PP responda reafirmando sus vetos autojustificatorios -es decir, la nada-.

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