Opinión

Jácome ha matado a Jácome

No hay lugar a la interpretación. Ni montajes ni manipulaciones ni voces sintetizadas por inteligencia artificial. Es Jácome, con su inconfundible y poligonera jerga, quien va trazando un autorretrato fiel y confirmando que nada o casi nada de lo que ha venido haciendo mientras tomaba el Concello estaba dentro de los cánones de la normalidad institucional.

Como todos los tramposos cuando se les pilla, intenta embarrar la evidencia e inventa enemigos y conspiraciones sobre las que desviar la atención de sí mismo. La sociedad en su conjunto y los partidos normalizados que la representan esperaron días a que Gonzalo Pérez Jácome diese explicaciones sobre el contenido de los audios que le señalan con crudeza como una persona hambrienta de beneficios espúreos.

La justicia le ha dado de momento tres portazos a su ansiedad censora, recordándole su débil argumentario

Ha sido La Región quien ha pillado dopado hasta las trancas al representante de todos los ciudadanos de la capital, justamente ese que acusa a los medios de comunicación de ser unos “yonkis del dinero público”. Esta manida y recurrente forma de victimizarse ha sido el principal argumento defensivo. Este y el no menos conocido de la conspiración de un sistema corrupto que maniobra para derribarlo. Obvia malintencionadamente que hoy el sistema es él. La democracia (y la torpeza del PSOE y del PP) que tanto vitupera es la que ha permitido que cuatro concejales en una Corporación de 27 manejen decenas de millones de euros sin ton ni son. En beneficio de sus intereses y no de los de la tercera ciudad de Galicia. Este es el “sistema” imperante en Ourense.

Acorralado y sin modo de explicar lo inexplicable, ha salido corriendo a los juzgados a pedir por tierra, mar y aire que detuviesen la publicación de las comprometedoras informaciones. Vano intento, porque, afortunadamente y hasta en tres ocasiones, le han respondido que no hay en las denuncias del alcalde ni el más mínimo indicio de esos hechos delictivos de los que se dice ser víctima. Es palmario que Jácome sale moribundo ante el derecho fundamental de los medios de comunicación a informar y de los ciudadanos a ser informados. El peso de la Constitución ha caído como un mazazo sobre el inquilino de la licencia con que emite Auria TV, acostumbrado a manipular a su antojo y con total impunidad la información municipal. (El uso indebido e inexplicablemente consentido que hace de una concesión pública como es la televisión, arrendada por cierto a los socios de la Ser en Galicia, sin empleados, sin programación, sin pluralidad, con emisiones piratas y un largo etcétera de irregularidades merece un capítulo aparte). El caso es que ahora, sin censuras ni artificios, sale a relucir la verdad oculta, para colmo de veracidad, narrada por él mismo.

No es posible reírse durante tanto tiempo de la responsabilidad y la inteligencia de los votantes

La Justicia le ha dado de momento tres portazos a su ansiedad censora, recordándole su débil argumentario, pero también es cierto que muchos ciudadanos esperaban del poder judicial algo más contundente que una mera resolución de denuncias de terceros. La Región ha publicado durante días audios que han escandalizado por su contundencia y gravedad a toda la sociedad española, pero ese sonrojo no parece haber movilizado a una sola toga en Ourense, más allá de posicionamientos y movimientos imprescindibles sobre los asuntos que la oposición y el propio Jácome les han puesto entre manos. La intervención de oficio sobre los asuntos publicados no parece estar contemplada entre los encargados de velar por la Justicia.

Siempre hemos defendido que en las instituciones deben estar los elegidos por los ciudadanos. Los jueces no tienen como misión, como alguno/a interpretó en tiempos recientes, subvertir la voluntad de las urnas y tumbar alcaldes. No gobiernan, pero sí tienen el deber de vigilar la legalidad, de intervenir cuando se presumen hechos delictivos y evitar delitos mayores.

En el caso que nos ocupa, la Justicia se toma su tiempo. ¿Sería descaballeado preguntarse si ha sido posible destruir pruebas a medida que se iban haciendo públicas las componendas municipales? Recuerden la estampa de Jácome y uno de sus asesores, de madrugada ante una dependencia municipal y la posterior salida del llamado “conseguidor” con una mochila, después de permanecer encerrado en la sede de Infraestructuras durante dos horas. ¿Cuántas mochilas se habrán descargado con nocturnidad y alevosía desde entonces? Esta es la misma Justicia (o eso creemos) que no hace tanto partió de una denuncia anónima para actuar con una celeridad insospechada y de forma absolutamente despiadada contra los presuntos culpables de unos hechos de los que con el tiempo han quedado exonerados. Esto ocurrió, recuerden, en aquellos años en los que fluía una extraña empatía entre Jácome y algún que otro juez y fiscal que le reían las gracietas y daban carta de naturaleza a sus caprichosas denuncias. En la Justicia hay malos jueces y buenos jueces, malos fiscales y buenos fiscales. Ocurre en todas las esferas de la vida. Los malos son los menos.

Lo cierto es que, a día de hoy, sobre el ambiente social y político pesan como una losa los audios que evidencian la degeneración de la vida institucional del Concello de Ourense durante este mandato. El sátrapa ha mostrado, en un descuido propio de quien se siente empoderado e inmune, una foto al desnudo en la que se le presume cometiendo un amplio y variado catálogo de delitos, inmoralidades y bajezas que habrían obligado a cualquier persona con un mínimo de ética y vergüenza a exiliarse. A cualquiera menos a Jácome, capaz de saquear las nóminas de sus empleados, aprovechándose en muchos casos de personas necesitadas de un ingreso para vivir. 

Pues no, no hay un ápice de vergüenza. Lejos de ello, se exhibe con la orquesta Panorama, amparado por los que solo esperan cachondeo, aunque sea a costa de las arcas y la imagen de la ciudad, y de quienes vieron en él a una suerte de Mister Proper de la política y hoy, viéndose absolutamente engañados, se niegan a aceptarlo. “Es más fácil engañar a la gente, que convencerlos de que han sido engañados”, decía Mark Twain. 

La mayoría de esos engañados han huido ya del fraude y de Jácome, otros emprenden el mismo camino, pero bajo el insultante razonamiento de “bueno, todos roban” se atrinchera una minoría tozuda, entre la que se cuentan personas de cierto reconocimiento social y a las que se les presumía altura intelectual. Se niegan a reconocer que el sistema imperante durante estos cuatro años es Jácome, el limpiador que ellos compraron y resultó tan cutre que no ha hecho más que enmerdarlo todo hasta límites disparatados.

No. No todos los políticos roban. No todos los políticos mangan el sueldo a sus empleados (no se puede ser más miserable). No todos los políticos presumen de lavar dinero negro. No todos los políticos se vanaglorian de meter el cazo hasta el punto de decir aquello de “si metes el palo, mételo a lo grande”. Nadie que no sea un ladrón pronunciaría algo así. Pero no todos los políticos son unos ladrones. La inmensa mayoría son gente honrada y quienes no lo son acaban defenestrados por la sociedad, por la Justicia o por ambos.

Este episodio negro de la política ourensana escribe sus últimas líneas y de ellas se desprende que Jácome se ha condenado a sí mismo con una torpeza grotesca. Jácome ha matado a Jácome. No es posible reírse durante tanto tiempo de la responsabilidad y la inteligencia de los votantes. 

Los ourensanos nos merecemos otra cosa, después de cuatro años perdidos por la ineficacia de un alcalde incapaz de construir un proyecto ambicioso de ciudad, y de otros cuatro malversados por un Jácome que dilapidó el dinero ahorrado y deja el Concello en números rojos. Incapaz de hacer lo más elemental durante tres años y medio, lo ha derrochado todo en seis meses. Con la burda intención de tapar el fracaso de su mandato, ha salpicado la ciudad de hormigón y ladrillo, levantado aceras en buen estado, ha tratado de disimular con maceteros el abandono de los parque públicos y, eso sí, en plena campaña electoral, saltándose la ley, inaugura unas rampas mecánicas de dudosa utilidad en la calle donde tiene sus negocios. Reveladora metáfora de cómo Jácome gestiona lo público en beneficio de sí mismo.

Por suerte para la ciudad, Jácome ha aniquilado a Jácome, el peor alcalde que jamás haya podido tener una ciudad. Hasta nunca.

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