Opinión

La estafa a Ourense

Las fases expansivas, de crisis y recuperación tienen una cosa en común: como ya hemos denunciado en numerosas ocasiones, nunca es un buen momento para la inversión pública en Ourense y cada proyecto de Presupuestos Generales del Estado solo recuerda que el reequilibrio territorial es una de las grandes mentiras políticas del país.

Evidentemente jamás existió esa España feliz en la que el interior era tratado igual que los centros de poder y sus litorales. El progreso a dos velocidades se aprecia en los privilegios de ciertas comunidades autónomas y también, en un plano inferior, comparando provincias: basta medir cómo la A-56 y A-76 sufren el adelantamiento inversor de la A-54 y la circunvalación de Pontevedra o recordar cómo Ourense recibirá la Alta Velocidad sin ni siquiera haber licitado el deformado proyecto de Norman Foster mientras Vigo celebra una infraestructura impresionante de más de 200 millones sin tener todavía fecha para su nueva etapa ferroviaria. Es decir, el desarrollo de la red viaria bloqueado durante dos décadas en esta provincia sí avanza en la Galicia atlántica y aquí maltratamos a los viajeros del AVE que llegarán en diciembre y allá homenajean a los que ni se sabe cuándo llegarán. Ha dado igual nuestra inminente repotenciación en el mapa de comunicaciones ferroviarias, mejor invertir en otros horizontes más rentables electoralmente en lugar de tener preparado un sistema atractivo de lanzaderas para conectar A Ponte con el resto de capitales gallegas. Como símbolos del doble rasero sirve comparar las rebajas de la AP-9 con los precios de la AP-53 o ese mísero galpón para el autobús frente a la modernidad de la terminal santiaguesa.

El concepto de “cohesión territorial” funcionará para el mitin de campaña pero en la terca realidad del BOE se encuadra en la misma categoría de ficción política que “diputado ourensano capaz de anteponer los intereses de la provincia por encima de los de su propio partido”: PSOE y PP siempre han sido víctimas en el Congreso del cortoplacismo y de los chantajes de sus socios minoritarios a la vez que sus representantes provinciales en Madrid declinaban en oscuros delegados de Ferraz y Génova. Aplaudir o silbar en rueda de prensa al toque de corneta.

Es desalentador observar cómo los proyectos ni pasan del papel -y después ver cómo en la última década un 60% de lo poco licitado ni se ejecuta-, aunque lo más doloroso es constatar el vacío que existe a la espalda de las promesas: es tan obvia la ausencia de la apuesta por esta tierra como que esa responsabilidad debería partir de una administración local exigente, fiscalizadora y rebosante de propuestas. Señalar hoy lo conseguido por otras capitales gallegas no debe entenderse como un microlocalismo rencoroso sino como un elogio al trabajo bien hecho en esos territorios. Por eso la estafa a los ourensanos tiene doble responsabilidad en esta ciudad menguante. Por eso Vigo tiene preparado su Thom Mayne y Ourense desaprovechará la ocasión de coser A Ponte y O Vinteún con el ambicioso plan original de 2011. O por eso otras localidades ya tienen perfilados su horizonte postcovid y aquí uno se conforma con que el gobierno municipal no ahuyente al visitante mientras trata de diferenciar entre la tristísima realidad de Alcaldía y el guiño torcido a una sátira política como “Yes, minister” o “Vota Juan”.

Esta ciudad se ha ido convirtiendo en un catálogo de oportunidades perdidas hasta llegar a un 2021 empeñado en terminar de ponerla ante el espejo. Es imposible imaginar un momento peor al actual: solo ante la inminente llegada de la Alta Velocidad sería obligatorio que alguien explicase por qué después de 13 años de retraso habrá que compatibilizar otros siete años de AVE con obras que ya tendrían que estar terminadas; cómo es posible que no haya un plan de aprovechamiento económico ni al menos estén preparados los atractivos urbanos -ahí está Jácome y su vodevil termal-; por qué otras ciudades inauguran auténticas maravillas y Ourense estrena “pendellos” dignos de la posguerra o qué demonios tiene que pasar para que los actores sociales despierten de una vez para reclamar todas las deudas.

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