Opinión

Más remiendos que Remedios

El pasado mes de marzo. la Xunta de Galicia y el Concello de Ourense anunciaron una inversión de dos millones de euros para adecentar el exterior del Pabellón de Os Remedios, corregir deficiencias en la la sala multifuncional, retocar el techo y mejorar la accesibilidad de personas con movilidad reducida. Se trata de otra capa de colorete en una instalaciones inauguradas el 1 de junio de 1969. El esfuerzo se agradece y se valora, aunque hemos tenido que esperar a que una ourensana, Marta Míguez, estuviese al frente de la Secretaría Xeral para o Deporte para conseguir una inversión cuantiosa aunque insuficiente para rellenar las carencias que para la ciudad representa un complejo levantado hace 49 años, durante el régimen de Franco. 

Ourense no puede seguir contentándose con parchear infraestructuras del pasado en vez de apostar de manera decidida por construir el futuro. Necesita unas instalaciones a la altura de la tercera ciudad de Galicia, con servicios modernos y de vanguardia en edificios de referencia que satisfagan plenamente las exigencias de los usuarios, de los actuales y de los del futuro. 

Que el Pabellón de Os Remedios sea nuestro centro deportivo de referencia tras medio siglo de uso es una anomalía que retrata la falta de ambición de las administraciones y la resignación política, sobre todo si se repasan las instalaciones de las otras capitales gallegas. No es posible transformar la ciudad si sólo nos limitamos a reparar averías. ¿Podría el viejo Pazo de Xustiza albergar la justicia del futuro? No. Por eso fue remozado para mantener su funcionalidad, pero en paralelo se construyó un edificio emblemático contemplando las necesidades venideras y con ambición de revalorizar arquitectónicamente la estética de la ciudad. La suerte del resultado puede ser discutible, la pretensión no. No podemos contentarnos con ofrecer servicios para una ciudad menguante bajo el pretexto de que la población decrece porque, precisamente, estaríamos contribuyendo a que eso suceda. La trampa es peligrosa. Los políticos tienen la obligación de pensar, imaginar y crear servicios e infraestructuras capaces de voltear la tendencias. La receta es construir para una ciudad con ansias de crecer y mejorar.

No podemos en modo alguno resignarnos a ser una provincia en la que las administraciones aplican por norma rebajas y recortes a las inversiones tan prometidas como necesarias. Los ejemplos de agravios son irrebatibles. Nos dijeron que la estación diseñada por Norman Foster era demasiado cara para Ourense y el proyecto inicial se ha desvirtuado tanto para ahorrarse unos euros, que habrá que cruzar los dedos para que la decisión no acabe siendo más costosa en el futuro que el ahorro conseguido. En la avenida Otero Pedrayo se pensó en uno de esos proyectos que son capaces de transformar una capital de provincia de más de 100.000 habitantes. La idea inicial consistía en soterrarla para integrar de forma absoluta el Campus con la ciudad, pero como alguien en los despachos debió de pensar que el coste de 14 millones de euros era demasiado para Ourense, se decidió atajar el asunto con una inversión de 1,7 millones, que atenuará el impacto del tráfico pero no transformará como estaba previsto una zona emergente integrada en la universidad pero castigada por esa brecha llamada N-536. 

En diciembre pasado, la pista cubierta de atletismo. En La Región saludamos y le dimos la bienvenida a un recinto único en el noroeste peninsular, pero para conseguirlo hubo que cercenar el uso del pabellón de ferias Expourense. Una situación de estas características no ha ocurrido en ninguna otra ciudad. ¿Acaso para conseguir un nuevo servicio han de amputarnos otro?

 En la estación de montaña de Manzaneda, la única de Galicia, se ha racaneado durante mucho tiempo la inversión para mejorar las instalaciones sin tener en cuenta su capacidad para aumentar el turismo y fijar población. Ha costado años convencer a las administraciones de que invirtiesen 6 millones de euros para dotarla de cañones de innivación. De nuevo se agradece y se les da la bienvenida, pero doblando la cantidad se habría multiplicado por diez el efecto y las ganancias a futuro. Podríamos seguir enumerando ejemplos, pero ¿acaso no son suficientemente elocuentes?

Esta situación de rebajas en Ourense se repite en el tiempo, mientras en provincias como A Coruña se echaron al mar sin demasiados miramientos unos 1.000 millones de euros en el Puerto Exterior, una infraestructura de viabilidad incierta a día de hoy. La política local tiene el deber de luchar contra esto sin incurrir en localismos trasnochados. No se trata de posicionarse en contra de la inversiones en otros lugares, sino de hacer comprender que las que se proyectan para esta provincia ni son excesivas ni caras, máxime cuando la realidad señala que siempre llegan tarde y se quedan cortas.

La excusa de que Ourense consigue en las últimas legislaturas la mejor tajada en los Presupuestos Generales del Estado ya no sirve. El AVE se lleva nueve de cada diez euros y es un proyecto para Galicia. Por Ourense pasa. Si no cambiamos la situación, el turista no parará y los que aguantan aquí lo utilizarán para largarse. La calidad de los servicios ejerce de reclamo.

Regresemos a la salida porque la meta parece clara. Ourense necesita un complejo polideportivo con altura de miras, con un aparcamiento en condiciones para los 4.000 abonados y los más de 40.000 deportistas que recibe al mes.

Con la reforma prevista se podría dejar el recinto para determinadas prácticas deportivas, pero continúa siendo necesario un complejo para el presente y el futuro, en el que no haya zonas de la grada ciegas, en el que la gimnasia cuente con altura suficiente para desarrollar esta disciplina... Los 6,5 millones de euros que se llevan desperdigados en mejoras a lo largo del tiempo es una historia de remiendos en unos pantalones viejos. Invertir en deporte, en implantación de hábitos deportivos y modos de vida saludables, es invertir en personas sanas y, por tanto, en ahorrar dinero a la sanidad, esto es a la hacienda pública y al bolsillo de los contribuyente. Pero si el ahorro se sitúa en primer lugar en la mesa de planificación y en el corto plazo, está demostrado que a la larga sale caro. 

Ourense necesita, sobre todo, ambición en la gestión política y políticos con imaginación y suficientemente motivación para cambiar las inercias negativas e inventar oportunidades donde aparentemente no hay nada. Valientes para tomar decisiones que, tal vez al principio, nadie más entienda, pero que a la larga mejoran la calidad de vida. Asfaltar la N-120 lo hace cualquiera, pero atraverse a soterrarla o desviarla en el tramo urbano para volver a conectar la ciudad con el Miño, ahora divorciados por el diseño obsoleto de las comunicaciones, sólo lo pueden soñar los que son capaces de cambiar el curso de la historia. 

Ourense es una ciudad de oportunidades y los gestores públicos han de ser los primeros en detectarlas para después actuar sin miedo a la crítica ni temor a pelearse con la administración, sea más o menos amiga, para obtener financiación. De su talento y osadía depende que el futuro sea esperanzador y que Ourense presente su candidatura para convertirse en la primera ciudad de Galicia en un horizonte no muy lejano. Ya lo es en muchos aspectos, pero para lograrlo en otros hay que remangarse. La pusilanimidad sólo conduce al retroceso. Se habla mucho de revertir la caída demográfica y se teoriza sobre el problema, pero hay quien piensa que se puede arreglar con un cheque-bebé. Bienvenidos también los cheques-bebés, pero si de verdad queremos darle la vuelta a la pirámide de población, es necesario actuar con imaginación, visión de futuro y grandes dosis de ambición. Lo demás sólo son cuidados paliativos.

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