Opinión

EDITORIAL | El momento más doloroso de Ourense

Ourense vive sus días más tristes en cuatro décadas de democracia. Es difícil imaginarse un panorama más desolador mientras se camina por sus calles vacías. Un mes y medio lleva ya la ciudad confinada y las familias y amigos separados. La hostelería está cerrada y muchos negocios malviven al borde de la ruina. El coronavirus se cebó en la segunda ola con una ciudad a la que terminó de desnudar todas sus carencias. Las colas del hambre crecen a la misma velocidad que se pudre el Concello.

Ourense entró en el túnel de la pandemia con una estructura tambaleante. Aquí no hay plan urbanístico ni proyectos de nuevas inversiones ilusionantes. Veinte años después, no se ha culminado la llegada del AVE ni el transporte metropolitano y se sigue esperando por el hotel balneario. No hay planes a medio y largo plazo; las concesiones caducan junto a una ciudad cada vez más agrietada de la que se han marchado centenares de jóvenes. Todas estas son viejas canciones que los ourensanos se saben de carrerilla pero que ninguna voz política municipal entona con firmeza. “Si fuésemos Vigo ya estaríamos abiertos”, se escucha estos días en la calle. Con este escenario, quién se puede sorprender de que la tercera ciudad de Galicia pueda tener tentaciones derrotistas. 

Evidentemente no todo es culpa de Jácome. Él precipitó la dolencia en la resaca de la Pokemon, muchos compraron su diagnóstico y ahora el enfermo es crónico, pluripatológico y tiene el covid. Lo peor para los ourensanos es que parece que saldrán antes de la pandemia mundial que de la epidemia local. Al vodevil municipal le toca gestionar el terremoto económico y es aquí donde se encienden las pocas alarmas que quedaban inactivas. Leer estos días el testimonio de trabajadores de bares, restaurantes y proveedores debería activar la acción política. Pero no. Da igual que la ciudad viva desde hace mes y medio con las restricciones más duras de España y que los empresarios y los ciudadanos busquen interlocutores creíbles ante su inevitable desesperación. Están solos: el cartel de “liquidación por cierre” que se clona por las cristaleras de los barrios se podría colgar también de las ventanas del Concello. 

Allí habita un gobierno que no puede y una oposición que no quiere. El alcalde se enreda con sus conspiraciones e imitadores –cada día es más difícil diferenciar a uno y a otros- y los que deberían ofrecer alternativas prefieren observar el incendio. Y no, por mucho trabajo que desplieguen funcionarios y técnicos, tres concejales nunca estarán legitimados para capitanear una ciudad de 100.000 habitantes. Tener que recordarlo es surrealista. La brecha entre lo expresado en las urnas el 26 de mayo del 2019 y lo que se vive cada día en la ciudad va creciendo y corre el riesgo, si no lo ha hecho ya, de engullir también a la oposición. Ourense está árida de metáforas y cada vez menos ourensanos se sienten representados por sus dirigentes locales. Es la marejada de la encuesta publicada hace unos días, y esto nunca es una buena noticia para la capital y la salud de sus instituciones públicas. Tampoco para el propio futuro de los políticos presentes. En Allariz, la vida municipal se volteó por un río contaminado. En Ourense, la cochambre ahoga ya el salón de plenos. 

Todo esto solo se puede aguantar por la resistencia de los ourensanos y su capacidad para, pese a todo, huir de victimismos y pelear día a día. El problema, y lo más doloroso, es preguntarse cuánto sufrimiento de esta crisis del covid podría haber amortiguado un Concello naturalizado y que ahora pudiese idear la recuperación con nuevas armas y sin viejas hipotecas. ¿Cuántos empleos generados por el nuevo PXOM se podrían haber sostenido en esta recesión? ¿Cuántas inversiones se podrían haber desarrollado si se hubiesen aprobado las cuentas municipales año a año? ¿Cuánto talento hubiese emprendido aquí en el último lustro si hubiese tenido las condiciones necesarias? ¿Cuántos “milenials” se hubiesen quedado en Ourense si la clase política hubiese presionado por mejorar el Campus? ¿Cuánto hubiese favorecido a la hostelería en este terrible 2020 tener una ordenanza de veladores actualizada? ¿Cómo habría ayudado a los proveedores del Concello que éste les pagase en tiempo y forma? ¿Cuánto hubiese ayudado a la dañada cultura ourensana tener interlocutores y no un muro?

Las crisis sirven para medir el nivel de los líderes. Bueno, este es el resultado del examen. Afortunadamente la altura de la ciudad ya se evaluó hace mucho tiempo. El centenario de Nós sirve como recordatorio de un legado que honraron, cada uno a su manera, los miles de emigrantes que se fueron en la posguerra y todos los que quedaron en su tierra para luego, hombro con hombro, construir el Ourense moderno del siglo XXI. Ahora solo podemos volver a confiar en la fortaleza de la sociedad civil: a ella le toca exigir soluciones inmediatas a la política y zanjar este triste capítulo, con ya demasiadas páginas emborronadas. 

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