Opinión

El síndrome de la Moncloa

Mientras miles de personas se manifestaban recorriendo en coche las calles de las principales ciudades de España protestando contra la Ley Celaá, Pedro Sánchez decidió contraprogramar con un "aló Presidente" para decir que lo único que le importa es que le aprueben los Presupuestos Generales del Estado.

Ni una palabra de reconocimiento hacia los miles de ciudadanos que clamaban reclamando libertad para elegir el tipo de educación que quieren para sus hijos rechazando una ley aprobada por los pelos en el Congreso porque es una ley de la mitad de España contra la otra mitad.

El motor de la protesta va más allá de la política, porque esta ley al rebajar la exigencia de mérito para aprobar los cursos -se pasa con suspensos- empobrecerá a los alumnos para posteriormente abrirse camino en una sociedad tan competitiva como la actual.

Sánchez nunca estuvo muy dotado de empatía, acreditó ese sesgo durante la pandemia llegando a decir que estábamos derrotando al virus y que íbamos a salir más fuertes mientras miles de personas perdían la vida y muchos miles más estaban enfermas. Esa misma frialdad con la que se relaciona con todo y con todos la trasladó a su discurso triunfalista del domingo anunciando vacunas que todavía no han sido suficientemente testadas para establecer posibles efectos secundarios. Sánchez salió el domingo a hablar no de lo que la gente estaba denunciando en las calles sino para hablar de lo único que a él le interesa: los Presupuestos. La aprobación de las cuentas del Estado que son el pasaporte que le permitirá agotar la legislatura.

Es su objetivo y su obsesión. Un objetivo al que está sacrificando la poca credibilidad que le queda. Pacta con Bildu pero no se atreve a reconocerlo; cede a las exigencias de ERC para liquidar al castellano como lengua vehicular en Cataluña y lo hace de manera vergonzante. Negándolo a pesar de la evidencia.

Sánchez, que vive de la propaganda, no parece haber entendido el fondo de la protesta que sacó pacíficamente a miles de personas de sus casas en una mañana soleada de domingo. No ha entendido el clamor de la calle; que lo que se rechaza es la injerencia del Estado en el ámbito de la libertad en este caso de las familias para elegir el tipo de enseñanza que quieren para sus hijos. Vive en la burbuja que le fabrican sus colaboradores, las encuestas del CIS y la agenda que le marca Pablo Iglesias. Y le falta empatía. Por eso no le hemos visto en ningún hospital interesándose por los enfermos afectados por el virus que ha provocado la pandemia. Empieza a tener el síndrome de La Moncloa.

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