Opinión

21-D, una efeméridepen sin pena ni gloria

Por algo es una fecha que ni se recuerda ni se conmemora. Aquel 21 de diciembre de 1980 menos de un treinta por ciento de los gallegos acudieron a las urnas. El referendum para la aprobación del Estatuto de Autonomía registró una abstención récord, que reflejaba el escaso interés -y el nulo entusiasmo- con el que los ciudadanos de a pie vivieron el proceso autonómico. Nada que ver con el fervor autonomista, o más bien nacionalista, con el que se movilizaron catalanes y vascos para lograr la restitución de las instituciones de autogobierno de las que habían gozado durante la Segunda República. La escasa participación en la consulta estatutaria gallega seguramente se explica también por la escasa trascendencia del resultado: el triunfo del sí estaba garantizado, porque, en el fondo, ni a los partidarios del "no" les interesaba el fracaso de aquella aventura. 

En el contexto del 21-D, autonomistas, lo que se dice autonomistas en sentido estricto, eran los comunistas de Santiago Álvarez y Anxo Guerreiro; un sector mayoritario pero no toda la UCD gallega y algunos grupúsculos herederos o vinculados al galleguismo de preguerra. La Alianza Popular de Fraga, la genuina, recelaba del estado autonómico; el PSOE gallego se declaraba abiertamente federalista, y el nacionalismo, en general, apostaba por la autodeterminación porque no creía que el Estatuto fuera a servir para que los gallegos decidiéramos nuestro futuro y menos aún para que resolviéramos nuestros problemas. Mención aparte merece la posición de Camilo Nogueira, quien consideraba que había que apostar por la autonomía aunque solo fuera para después superarla en el avance hacia al derecho a decidir.

Aquellos eran tiempos muy convulsos. El gobierno centrista de Adolfo Suárez vivía instalado en una crisis autodestructiva. Mientras, al PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra le corría prisa derribarlo. Pocos meses después del referendum gallego se precipitaron los acontecimientos. Dimitió Suárez y un conato de golpe de estado puso en evidencia la debilidad del recién estrenado régimen democrático. La todopoderosa UCD, la fuerza politica mayoritaria en Galicia durante la transición y la que había pilotado -con no pocos bandazos eso sí- el proceso autonómico, ya daba muestras de descomposición. En las primeras elecciones gallegas empezaría a escurrirse por el sumidero de la historia.

Por decisión sorpresiva y mayoritaria de los gallegos, la tarea de la construcción y la gestión del autogobierno acabaría recayendo en los aliancistas. Ellos acogieron en su seno a los náufragos del centrismo para construir una mayoría "natural" que dura ya casi cuarenta años. El propio Manuel Fraga, aquel que no apoyó el título II de la Constitución y a quien nadie ganaba en la defensa de la España unitaria, se reconvirtó en galleguista, cuasi federalista, y gobernó Galicia durante tres lustros. Fue la etapa en que los gallegos, ya que no por convicción, por puro pragmatismo nos hicimos más autonomistas. La percepción de que la autonomía era útil hizo que hoy casi nadie la ponga en duda. A estas alturas, sin embargo, hay estudios demoscópicos que advierten que en la comunidad gallega ya son casi tantos los partidarios confesos de la recentralización como quienes se declaran fervientemente nacionalistas. Ojo al dato.

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