Opinión

El 28M en perspectiva gallega

Ados meses apenas de la cita con las urnas, las encuestas le sonríen al Pepedegá y se nota. Entre sus dirigentes reina un “optimismo prudente”. Tienen alta la moral y no lo disimulan. El 28M no dibujará ni de lejos un mapa político local como el que arrojaron las elecciones municipales de 2011, cuando los populares lograron alcaldías que no creían tener a su alcance o a las que ni siquiera aspiraban. Sin embargo, en esta ocasión mejorarán sensiblemente los resultados globales de hace cuatro años, lo que les permitirá gobernar alguna de las ciudades, recuperar al menos una diputación y reconquistar el gobierno de unas cuantas villas emblemáticas. Con ello, Alfonso Rueda superaría -con algo más que un aprobado- el primero de los tres tests electorales a los que se ha de enfrentar en el plazo de poco más de un año, el último de los cuales será el que, allá por el verano de 2024, determine si el sucesor de Feijóo cuenta o no con el respaldo ciudadano como presidente de la Xunta.

A elevar los ánimos en la cúpula del PP galaico contribuye también la constatación de que Ciudadanos va a desaparecer de los pocos ayuntamientos en los que tenía presencia y el convencimiento de que esas bolsas de votos, en su práctica totalidad, caerán impepinablemente en las redes de los populares. De hecho no pocos de los actuales concejales o en su día candidatos del partido naranja se están integrando en las listas del Partido Popular. Otro tanto sucede con antiguos promotores de candidaturas “independientes”, que en realidad vuelven a la que en algún momento fue su casa, eso sí, debidamente recompensados con puestos de salida y compromisos de poder. Como Vox no está ni se le espera, los de Rueda acarician la posibilidad de concentrar todo el voto de centro derecha, lo cual pondría a su alcance las imprescindibles y tan difíciles mayorías absolutas que necesitan para gobernar en “concellos” y diputaciones.

Por su parte, el Pesedegá, que se atribuye la condición de partido municipalista, se tendrá que conformar con que el desgaste de la marca PSOE no les pase una factura demasiado abultada a sus alcaldes y alcaldesas y a los presidentes de Diputación, que apuntan en su haber un positivo balance de gestión. Saben que inevitablemente van a perder algo de poder urbano, precisamente porque es en las ciudades donde el voto ciudadano tiene un mayor componente ideológico o partidista. Ahí las siglas cuentan lo suyo. Por eso mismo confían en que no sufrirán apenas desgaste en poblaciones intermedias y en el rural, sobre todo allí donde lograron en su día desplazar al PP y consolidar su hegemonía. Formoso, el líder de los socialistas gallegos -que por algo opta a recuncar en As Pontes- confía en que el retroceso sea mínimo e internamente manejable, para que no sirva de munición a quienes discuten su liderazgo orgánico. 

En el Benegá, los esperanzadores augurios de hace unos meses se han ido atemperando. No corren el más mínimo riesgo sus alcaldías más emblemáticas (léase Pontevedra, Carballo, Allariz...), mientras otras recientemente conquistadas tienden a consolidarse, aunque sea en precario. En cambio, barruntan que no registrarán avances significativos allí donde han cogobernado con el PSOE, cuyos alcaldes -es lo habitual- serán quienes rentabilicen electoralmente el trabajo de la coalición. Como le ocurre al PP con Ciudadanos, el Bloque de Ana Pontón espera terminar de recuperar buena parte de la clientela que le arañaron las Mareas en 2015 y 2019. Así será si el espacio rupturista consuma su proceso de deconstrucción, con los antiguos compañeros de viajes presentándose por separado. Ya se sabe que los votantes penalizan la fragmentación y premian la concentración de ideas y marcas. Y eso es, precisamente, lo que encarna más que nunca el BNG con su planteamiento frentista. 

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