Opinión

Benegá, la extrema izquierda modulada

Bien mirado, el Bloque es un partido, más bien una organización política conservadora. Al menos en lo cultural y en lo sociológico. Nació, entre otras razones, para preservar la identidad de Galicia y evitar que nuestra realidad diferencial se diluya y todo aquello que nos caracteriza como pueblo desde tiempo inmemorial, empezando por la lengua, acabe por desaparecer. Su aportación en ese ámbito está fuera de discusión, porque sin ella, sin la presión nacionalista, el propio idioma gallego correría aún más riesgo de desaparecer del que aún corre. Sin embargo, desde el punto de vista ideológico el Bloque se consideró siempre muy de izquierdas, incluso antisistema o revolucionario, a diferencia de los nacionalismos tradicionalmente hegemónicos en el País Vasco o en Cataluña, ubicados en el centro derecha o el liberalismo, lindando con la socialdemocracia más tibia. Y no digamos de los regionalismos emergentes, con los que nada tiene que ver.

A decir de quienes lo conocen por dentro o lo han estudiado a fondo desde posiciones críticas, el Benegá tiende al ensimismamiento. Es la tentación en que suele caer en especial en los trances cruciales y en los momentos en que, como sucedió con el 11-M, se fraguan los movimientos telúricos que sacuden los cimientos del sistema político. Titubea y no acierta a recolocarse. O le pillan con el pie cambiado y se queda quieto para no correr el riesgo de tropezar. Aquel dar la espalda o ponerse de perfil ante la eclosión de los indignados lo pagó muy caro. La entrada en escena de la Alternativa Galega de Esquerda (AGE) de Beiras y Yolanda Díaz, germen de lo que hoy es Galicia en Común e incluso Unidas-Podemos, generó un gran trauma en el frentismo. El Bloque fue relegado a cuarta fuerza en el Parlamento gallego y desapareció de la política estatal.

Aquel nacionalismo desnortado consumió casi una década en reencontrarse consigo mismo. Le costó dar con el rumbo para volver a conectar con ese electorado movedizo que cada cierto tiempo le permite resurgir de las cenizas y recuperar el liderazgo de la oposición frente la mayoría conservadora del PP. Esta vez la travesía del desierto se llevó por delante a varios portavoces nacionales y carteles electorales, no sin generar además profundas heridas que no han cicatrizado del todo. Fue también una etapa pródiga en deserciones de gentes de peso, algunas de las cuales, eso sí, acabaron volviendo al redil. A diferencia de otras ocasiones, para salir del bache esta vez apuestan por un liderazgo amable, accesible y nada soberbio, el de Ana Pontón, y por la adecuada modulación del mensaje político, aparentemente más moderado, menos doctrinal o dogmático, aunque sin renunciar a los postulados que le dan sentido a la idea fundacional del Bloque.

Tales planteamientos programáticos -los inspirados por el "radicalismo" de la Upegá- siguen ahí. Son los que explican las alianzas en las últimas elecciones europeas o el apoyo en los comicios catalanes a partidos soberanistas o antisistema. Eso es algo que la dirección bloqueira se puede permitir porque cree que no le pasa factura en las urnas. No son mensajes para consumir aquí. Y procuran lanzarlos cuando en Galicia no se juegan nada o casi nada. Son una forma de contentar a sus bases militantes y de transmitir a los más fieles que no hay una renuncia a las esencias sino tácticas meramente coyunturales. Y un tanto desconcertantes, también. Su más reciente objetivo: adelantar al rupturismo por la izquierda y por la derecha, arrollarlo, dejarlo sin espacio propio. Ser una opción de banda ancha en la que quepan desde los galleguistas hasta los independentistas pasando por aquellos que pretenden derribar o superar el régimen del 78 y algún socialista descontento. Una clientela casi imposible de fidelizar. Ahí está el riesgo.

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