Opinión

Un bienio jubilar y un Xacobeo prorrogado

Tengámoslo claro. Lo que el papa Francisco amplía hasta finales de 2022 no es el Xacobeo, sino el Año Santo Compostelano. Sólo él, en su calidad jefe y cabeza visible de la Iglesia de Roma, puede tomar ese tipo de decisiones en la medida en que afectan exclusivamente a los creyentes o practicantes de la fe católica. El programa lúdico, festivo y cultural del Xacobeo va por otra vía. Es un asunto terrenal, por no decir profano, sobre el que deciden las instituciones civiles -o sea, las autoridades políticas- que, si lo creyeran conveniente, podrían desvincularlo en parte o por completo del fenómeno religioso al que está unido desde su nacimiento, hace treinta años. Sin embargo, que uno y otro acontecimientos discurran en paralelo es algo que, innegablemente, beneficia a ambos. 

Bien está que el Santo Padre no haya pasado por alto las enormes dificultades a las que se enfrentarán los peregrinos que pretendan ganar el jubileo durante los próximos meses y probablemente a lo largo de todo el 2021, salvo que las vacunas obren el milagro de erradicar el covid de aquí al finales de verano. Por eso Francisco concede una prórroga que es como un aplazamiento encubierto. Dadas las circunstancias, de ser posible, lo aconsejable sería trasladar el Año Santo al 2022, pensando en que para entonces ya estaremos instalados en una relativa (que no nueva) normalidad. Pero la tradición es la tradición, más aún en el ámbito religioso. Y pesa mucho en las decisiones papales.

Contra lo que muchos creen, aun siendo algo excepcional, no es la primera vez que Compostela goza de un bienio jubilar. Ya sucedió durante la Guerra Civil, en los años 1937 y 1938. Por entonces, llegar a Santiago para postrarse ante la tumba del Apóstol resultaba tanto o más difícil que ahora, con la pandemia. Por ello Pío XI concedió la prórroga que le había solicitado el obispo Muñiz de Pablos. Pereginar por los caminos entrañaba un grave peligro. Casi como ahora sucede no tanto con la peregrinación como con las interacciones sociales o las ceremonias, en la medida en que contactos y concentraciones en lugares cerrados, como las iglesias o las catedrales, favorecen la expansión de la pandemia. Y al papa ha importarle salvar vidas tanto o más que almas.

Más allá de que vaya a durar veinticuatro en vez de doce meses, este Año Santo será muy distinto a los anteriores. Transcurrirá en gran parte en tiempos de pandemia y por tanto de preocupación, dolor y aflicción para muchos de los fieles que desearían obtener las gracias jubilares. El coronavirus alumbró un mundo distinto. Sus habitantes tienen ahora mayor conciencia de su fragildad. Por ello, al tiempo que depositan una creciente confianza en la ciencia, muchos de ellos se aferran a las creencias religiosas en busca de respuestas a la incertidumbre o simplemente redescubren la dimensión espiritual como el único elemento que le confiere plenitud a la vida. Para unos y otros peregrinar a Santiago o ganar el jubileo es como un bálsamo. Tal vez no cure, pero hace bien.

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