Opinión

Candidatos vienen y van

Empieza el baile. En realidad comenzó hace ya algún tiempo. Más de un alcalde y un buen número de concejales cambiarán de siglas en las próximas elecciones municipales. En el fondo es un espectáculo poco edificante, que se repite cada cuatro años cuando se va acercando la cita con las urnas, pero que ya no escandaliza a casi nadie. Quienes lo protagonizan saben que la ciudadanía lo tiene totalmente normalizado y, lejos de penalizarlo, se diría que indirectamente lo incentiva. Los grandes organizaciones partidistas son a la vez beneficiarias y víctimas del comportamiento de habilidosos personajes que se manejan a la perfección en la política de proximidad, cuyas instituciones son las más cercanas a los ciudadanos y las encargadas de proveerle servicios básicos y de solucionarle muchos problemas del día a día. Una nutrida fauna que va por libre, que no acepta tutelas ni tutías precisamente porque considera que los votos son suyos -personales y transferibles-, no de su partido.

El ecosistema político municipal es un mundo aparte, sobre todo en los municipios medianos y pequeños, en villas y pueblos. En ese ámbito la política tiene sus peculiaridades. Siempre se dijo que no se vota a los partidos, sino a las personas, a los candidatos, por ser quienes son y no por lo que representan. Como en el resto de los procesos electorales, en las municipales las candidaturas se presentan cerradas y bloqueadas. Sin embargo a la hora de decidir, el votante tiene muy en cuenta el perfil individual de las personas que las conforman. Sabe quién es quién y las vinculaciones familiares, a qué se dedica, dónde vive y no suele desconocer sus intereses económicos o patrimoniales. Todo eso es lo que sopesa antes de decantarse por una u otra papeleta.

Paradójicanente, aquí los programas electorales cuentan y mucho. Importan las propuestas, los proyectos y los compromisos. Mandan las ideas. Las ideologías son lo de menos. Pasan a un segundo o tercer plano. Son de quita y pon. O de pura conveniencia. Quien más y quien menos sabe de algún veterano alcalde que ha sido reelegido encabezando las listas de tres -y hasta cuatro- partidos distintos, de derecha, de centro y de izquierda. Culos de mal asiento que en un momento dado también han promovido candidaturas “independientes” por sentirse incómodos o demasiado constreñidos en su militancia, o para desprenderse de las ataduras partidarias. Su trashumancia oportunista no ha de confudirse con el transfuguismo, porque en este caso quienes cambian de chaqueta se someten al juicio de sus conciudadanos, que aprueban o reprueban.

Resulta cada vez más difícil reclutar candidatos. Las principales fuerzas políticas -y no digamos las pequeñas y las de nuevo cuño- se las ven y se las desean para completar las listas en muchos pequeños concellos. Menos mal que en algunos casos se eligen cada vez menos ediles por aquello de la despoblación. Faltan voluntarios hasta el punto de que a veces hay forzar o incentivar a gente sin vocación ni ganas, que en cuanto puede lo deja, porque no aguanta la presión y el nivel de exigencia que supone la cercanía con los administrados y el saberse permanentemente sometido a su fiscalización, tanto en la vida pública como en la privada. Si se lo toman en serio, la de alcaldes y concejales es una labor ardua y exigente, cuyo principal aliciente, más allá de sueldos y compensaciones, es precisamente ser uno mismo, y estar por encima de militancias y etiquetas.

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