Opinión

Una comunista de las de antes al frente de Podemos

No quería renunciar a la cartera de Trabajo. Por eso Yolanda Díaz es vicepresidenta tercera, y no segunda, del Gobierno de España. A ella le da igual, pero para Unidas Podemos no deja de constituir una cesión ante los socialistas. Ciertamente más simbólica que real, pero cesión al fin y al cabo, que probablemente no habrá sentado bien a los sectores más aguerridos de la estructura orgánica podemita. El caso es que se impuso el sentido común. Sería un despropósito, además de una distorsión funcional, que la responsable de la política económica estuviera situada en el escalafón gubernamental por debajo de la encargada del área laboral. El presidente Sánchez no llegó a contemplar en ningún momento tal posibilidad y el jefe de Díaz, Pablo Iglesias, renunció a dar una batalla  que sabía perdida y que habría servido para arrojar más leña al fuego de las disputas permanentes en el seno del primer gabinete bipartito de la reciente historia de España. 

Cuentan que a Sánchez no sólo no le disgusta el ascenso de Yolanda Díaz, sino que lo considera una justa recompensa a una ministra muy valorada por el electorado progresista y los agentes sociales y de la que tiene muy buen concepto. El presidente está convencido de que con la nueva vicepresidenta no tendrá problemas de entendimiento ni en lo personal ni en lo político, a diferencia de lo que sucedía con Iglesias. Hasta tal punto llega su afinidad, que se especuló con la posibilidad de que Díaz acabara incorporándose al PSOE sanchista e incluso que llegase a desbancar a Gonzalo Caballero como cartel socialista para las próximas (aunque lejanas) elecciones autonómicas. Sin embargo, con el movimiento de Iglesias para ungirla su sucesora esa posibilidad se desbarata, al menos por ahora. 

La suya ha sido una ascensión fulgurante. La "filla do Suso", que es como llamaban a Yolanda Díaz en el Ferrol de su juventud por ser hija del histórico dirigente de Comisiones Obreras Suso Díaz, llega a vicepresidenta del Gobierno de España, nada menos. Y podría convertirse a no tardar en lideresa del rupturismo español. Así será si se cumplen las previsiones sucesorias de su mentor y resulta elegida secretaria general de Podemos en un próximo Vistalegre IV, que desde luego se prevé menos tormentoso que los anteriores. Lo paradógico es que, a día de hoy, ni siquiera es formalmente militante del partido a cuya cúspide orgánica se va a encaramar. Fue dirigente de Esquerda Unida/Izquierda Unida y renunció a la militancia con todas las consecuencias. Ahora -y lo proclama con orgullo- solo conserva el carnet del Partido Comunista de España, al que, dicen no piensa renunciar.   

Por si quedaba alguna duda de la condición de partido de filiación comunista de Podemos, el desembarco de Yolanda Díaz la despeja. Ahora bien, la ministra de Trabajo tiene una concepción del comunismo enraízada en los planteamientos ideológicos y estratégicos del viejo PCE, no demasiado marxista y para nada leninista, cuyo compromiso con la reconciliación nacional y pragmatismo pactista fueron cruciales para el éxito de la Transición. Aquella era gente de orden. Díaz lleva en los genes la concepción del diálogo y el acuerdo como elementos clave de un progresismo constructivo. Su ejecutoria ministerial lo evidencia. Que se lo pregunten a patronal y sindicatos. Tampoco Pablo Iglesias puede llamarse a engaño. Cede los galones a una comunista de las de antes, cuya forma de entender el liderazgo, y la propia política -también por razones generacionales- se parece poco a la que hasta ahora impera en Podemos. Lo de asaltar los cielos no es lo suyo.

Te puede interesar