Opinión

El nuevo Feijóo

Moreno Bonilla y Núñez Feijóo se parecen bastante, aunque Juanma es más joven, más guapo y puede que más alto, desde luego mucho más extravertido y carismático que Alberto. Desde que se conocieron, se estableció entre ambos una conexión que ha derivado en amistad personal y en complicidad política. Tienen muchas cosas en común, entre ellas haber tenido en un caso como valedor y en el otro como padrino a Mariano Rajoy. De él aprendieron a poner siempre la ideología en un segundo plano para centrarse en la gestión pura y dura. Y los dos le han copiado esa actitud flemática, alejada del histrionismo o la estridencia, casi tancredista, con la que enfrentarse tanto a los grandes retos como a los asuntos ordinarios del día a día para inspirar tranquilidad y confianza. Ambos se esfuerzan en parecer previsibles y fiables, y en transmitir una imagen de estabilidad que por lo visto sus conciudadanos valoran tanto o más que los resultados prácticos de la labor de gobierno. 

Bien mirado, Moreno Bonilla es, políticamente, como un clon de Feijóo. Bajo su liderazgo el PP andaluz se transformó en algo bastante similar el PP gallego: en un partido de banda ancha y de escaso calado ideológico, sin aristas. Gracias a la escora derechista de Vox y al descalabro de Ciudadanos, ocupa el centro del tablero, con posibilidad de ensanchar su espacio electoral a derecha e izquierda. Practica un reformismo nada traumático y de paso corto, que no asusta a nadie ni genera reacciones adversas. Porque no rompe ni rasga lo sustancial del sistema. No hay borrones y cuentas nuevas. Es también un planteamiento presidencialista, que empequeñece las siglas y la marca partidaria hasta casi ocultarlas, y que sin embargo no cae en el personalismo caudillista. Por lo demás, una actitud muy coherente con la secundarización de las ideas. 

El PP de Andalucía practica un andalucismo -como el galleguismo del Pepedegá- de baja intensidad, con la ventaja de que sin lengua propia se ahorra el conflicto lingüístico. Enarbola la bandera verde y blanca junto a la española, con escasa pasión, pero sin complejos, como una muestra clara de su defensa del autogobierno andaluz y de la España de las Autonomías, en general. Hasta hace bien poco, por razones históricas y sobre todo por sus cuatro décadas en el poder, el PSOE patrimonializaba la herencia de Blas Infante, (para entendernos, una especie de Castelao andaluz), mientras el PP seguía encarnando el españolismo. Mirándose tal vez en el espejo de la Galicia de Feijóo, Moreno Bonilla imprimió a su partido, ya antes de gobernar, un tenue pero perceptible barniz andalucista, que lo alejó de Vox e incluso de Ciudadanos mientras le acercaba a la parte tibia del electorado socialista. 

Juan Manuel Moreno Bonilla es ahora el nuevo Feijóo. De la noche a la mañana se ha convertido en el barón con más peso político del refundado PP que desde abril lidera el expresidente gallego. Con su arrolladora e inesperada victoria del 19-J -para algunos más meritoria que las sucesivas mayorías de Feijóo por ser Andalucía el gran bastión del PSOE-, Moreno se sitúa muy por encima de Ayuso, al menos mientras la baronesa madrileña no vuelva a ganar las elecciones y a ser posible con una mayoría absoluta, de la que aún está lejos. El líder de los populares andaluces se encarama a una posición privilegiada para postularse a la sucesión de Feijóo cuando llegue el momento, siempre y cuando de lo que se trate sea de dar continuidad a un proyecto de centro derecha, pragmático y moderado, cambiando simplemente al cabeza de cartel. Porque, eso sí, Juanma después de Alberto sería más de lo mismo. O casi.

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