Opinión

Erga, semillero de nacionalismo


En sus mejores tiempos apenas alcanzó el millar de militantes. Sin embargo, daba la impresión de estar en todas partes. Y a donde no llegaba mandaba recado. Erga (Estudantes Revolucionarios Galegos), ya desaparecida, cumpliría ahora cincuenta años. Surgió en 1972, en pleno tardofranquismo, como el brazo estudiantil de la casi recién nacida Upegá (Unión do Povo Galego), por entonces más bien un movimiento que un partido político propiamente dicho. Su labor fue fundamentalmente proselitista, de “agiprop”, de agitación y propaganda. El objetivo era claro: sembrar las aulas de ideas nacionalistas y marxistas, en sintonía con los movimientos de liberación nacional que proliferaban en aquella época y contrarrestar la influencia que pudiera tener en el ámbito educativo el Partido Comunista, la fuerza omnipresente en todos los frentes de lucha contra la dictadura.

La expansión de Erga fue muy rápida. Aun sin los medios de comunicación y difusión actuales, en cuestión de unos pocos meses estaba presente en media Galicia, fundamentalmente en la urbana, y acabó siendo, mientras duró, la organización hegemónica tanto en las aulas universitaria, que fue donde nació, como después en los institutos y algunos colegios privados. Su exponencial crecimiento se explica por la existencia de un amplio sustrato de jóvenes con inquietudes políticas y de un malestar cívico alimentado por las movilizaciones obreras y labriegas y la fuerte represión con que respondió el Régimen. Aquel era el contexto adecuado para que fructificase una iniciativa de ese tipo. Ese fue el acierto estratégico de los “coroneles” de la Upegá, para quienes la lucha por una enseñanza pública galleguizada, universal, gratuita y de calidad era más bien el pretexto táctico.

Muchos de sus primeros dirigentes, los que la impulsaron en la Universidad de Santiago, eran jóvenes ourensanos. Muy concienciados y entusiastas militantes antifranquistas, procedían fundamentalmente del ámbito rural y de familias humildes, a las que había costado enormes sacrificios que sus hijos estudiaran una carrera. En su mayoría los “fichó” el sindicalista Manolo Mera, que, como él mismo ha contado, recibió ese encargo de la dirección “upegalla”, recién retornado de la emigración. El que llegaría a ser secretario general de la CIG lo tuvo más fácil de lo que pensaba. Aquellos jóvenes empezaron a hablar en gallego en las asambleas estudiantiles, a distribuir octavillas y hacer pintadas contra aquel sistema educativo desfasado y elitista. Su hiperactividad -descuidando el estudio- explica que diera la impresión de ser mucho más de los que eran.

Fue el gran semillero del nacionalismo político. Casi todos los últimos líderes del Benegá -empezando por Ana Pontón- pasaron por Erga, o por sus sucesores, los Comités Abertos de Facultade, los CAF, organizaciones en las que también militaron dirigentes y cargos públicos del rupturismo, de Anova, de Podemos, otros que se escoraron muy izquierda, hacia el independentismo, y hasta alguno del actual Pesedegá. Ninguno de ellos reniega de esa etapa. En ella se sentaron las bases para que a día de hoy en las estructuras de la enseñanza secundaria y de las universidades -eso sí, en unas más que en otros- las ideas nacionalistas hayan alcanzado una posición preeminente. Claro que probablemente entre quienes hoy la sustentan haya bastantes que desconozcan, o no valoren en su justa medida, lo mucho que aportó a la construcción de esa realidad la generación Erga. 

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