Opinión

La operación Feijóo


Estas cosas no se improvisan. Hace ya algún tiempo -meses, según algunas fuentes y semanas, según otras- que Feijóo empezó a considerar la posibilidad de asumir la presidencia nacional del PP, una vez que tuvo conocimiento de que varios de los “barones” más influyentes y unos cuantos notables del partido estaban decididos a descabalgar a Pablo Casado, con la anuencia de sectores económicos y mediáticos afines a la derecha política, descontentos con la labor del sucesor de Rajoy. No se contaba don Alberto entre los que pusieron en marcha la operación, ni fue de los primeros en mover ficha. Sin embargo, desde el principio tuvo claro que tenía todas las papeletas de ser él quien asumiese el liderazgo de la organización política fundada por Fraga en la Transición y refundada por Aznar en los 90. Reunía todas las condiciones y sabía que contaba con la bendición incluso de aquellos que ponían en duda la oportunidad del relevo. Y se dejó querer.

No le van las maniobras bruscas, ni el estilo marrullero. De ser posible, él habría hecho las cosas de otra manera. Sin embargo, los acontecimientos se precipitaron de modo que no le quedó otra que mojarse, sumarse al golpe de timón y dejarse querer. Seguramente se vio abrumado por amplitud y contundencia de los apoyos que le hicieron llegar quienes le consideran el principal activo del PP por su perfil, su brillante trayectoria y por el respeto que infunde tanto entre los militantes y cuadros populares como entre la clientela electoral conservadora. No podía decir que no, aunque no le apeteciese en este momento una aventura de ese tipo y en esas circunstancias. Lo único que le cabía era poner condiciones, dentro de un orden y parece que se las aceptaron. La primera de ellas ser elegido y proclamado, si no por aclamación, al menos sin oposición, como candidato único. Y así saldrá, salvo sorpresa, del congreso nacional de principios de abril.

Aunque no le tenga alergia a las batas, sino todo lo contrario, a Feijóo no le apetecía nada ser el cirujano que hincase el bisturí para cortar por lo sano. Por suerte, esa labor, la de abrir el partido en canal, la hicieron otros más decididos y con menos remilgos. Ahora le va a tocar a él sanear las heridas, coser y hacer las curas, con la profilaxis pertinente, para evitar las temibles infecciones que pueden comprometer gravemente la supervivencia del enfermo. Pero, dada su precaria salud posoperatoria, el PP ha de pasar una temporada en reanimación. Queda mucho trabajo de recuperación por hacer. La convalecencia no será corta, si bien convendría apurarla y que no se prolongase más allá de unos meses para que el centro derecha esté cuanto antes en condiciones de afrontar los más inminentes desafíos electorales, dentro de unos meses en Andalucía y de aquí a poco más de un año las elecciones locales y autonómicas.

El relevo en Galicia no corre prisa alguna, se ponga como se ponga la oposición. Falta un mes para el congreso nacional que entronizará a Feijóo. A partir de ahí, ya se irá viendo. Formalmente el cargo de presidente de la Xunta y del PP son compatibles, eso sí, a base de un considerable esfuerzo y sacrificio. Además, faltan dos años y pico para las próximas elecciones gallegas. Hay tiempo de sobra para designar -o elegir- al nuevo candidato y para ponerlo en órbita, sobre todo si se trata de alguien que ya está en primera línea, como Alfonso Rueda, pongamos por caso. Se trata de una persona de absoluta confianza de Feijóo, además de buen conocedor del intríngulis institucional y de las tripas del partido. Y no es un desconocido para la ciudadanía. Una figura como la suya reduce al mínimo los riesgos de todo delfinato. A don Alberto no le se escapa que los trances sucesorios nunca son fáciles y suelen levantar ampollas. De hecho él estaba dispuesto a volver a sucederse a sí mismo para demorar el mal trago. Y evitar males mayores.

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