Opinión

¿Una oportunidad perdida?

No cabía esperar mucho del encuentro del presidente Rueda con los líderes de los partidos de la oposición. Unas reuniones de cortesía, de las que poco más podía salir que unas cuantas fotos, teniendo en cuenta la actitud, bastante escéptica, con que acudían unos y otros. Los protagonistas coinciden en que reinó un clima de cordialidad, aunque a la hora de la verdad vienen a reconocer que cada cual estuvo en su sitio e hizo su papel, el que le correspondía, sin salirse ni un ápice del guión. Habrá que pensar que fue, más que nada, un maniobra de aproximación, y que a partir de ahora, sabiendo de qué va cada cual, es posible plantearse otros acercamientos, pero concretando y acotando los asuntos sobre los que se pretenda acercar posturas, Además habrá que tener claro que puede haber -pocas, seguro- coincidencias a tres bandas o -lo que tampoco estaría mal- solo a dos y que en todo caso se deben evitar las cuestiones de principios, en las que de antemano se sabe que nadie está dispuesto a ceder.

Sin embargo, las condiciones objetivas de la actual política gallega son muy propicias para el clima del diálogo y la posibilidad de alcanzar acuerdos de país. No sucede lo mismo, por desgracia, en el ámbito nacional y en otras comunidades, donde la reina la crispación en algunos de sus más altos grados, con lo que en los debates saltan chispas, sea cual sea, el tema que se aborde y las posturas tienden a distanciarse abismalmente por nimio que desde fuera pueda parecer el asunto de que se trate. En el Parlamento gallego hay solo tres grupos políticos representados y los tres son partidos serios, del sistema, consolidados y con notable implantación institucional en todos los niveles. En Hórreo, a diferencia de lo que sucede en el Congreso, en el Senado o otras cámaras legislativas autonómicas, no hay formaciones radicales, ni extremistas, ni populistas. En Galicia no quienes no respetan las reglas del juego carecen de representación parlamentaria y su papel en la política autonómica y local es meramente testimonial. Están poco más que para dar tabaco.

También abona el terreno para los consensos el hecho de que tanto el PP como el Pesedegá y el Bloque hayan confiado su liderazgo a Rueda, Pontón y Formoso, personajes generacionalmente próximos, sensatos y moderados. Gente con los pies en la tierra, con una visión pragmática y constructiva de la actividad política. Y con una considerable experiencia. Ninguno de ellos es un recién llegado al escenario y que por tanto tenga la imperiosa necesidad de hacerse notar para encontrar su sitio. Nacionalistas y socialistas tienen además acreditada su capacidad de entendimiento, plasmada en los gobiernos bipartitos de las diputaciones y unos cuantos ayuntamientos y además se saben condenados a entenderse si algún día quieren desalojar a los populares de la Xunta. La holgada mayoría de la que goza el Pepedegá le permite ser generoso y arriesgar con algunas cesiones que ni su propia parroquia podría considerar signos de debilidad. 

Ahora bien, tampoco hay que sacralizar el consenso. En política, lo natural, lo suyo, es la confrontación de ideas y proyectos, porque es lo que permite a los ciudadanos conformar su criterio sobre los actores políticos y en base a ello decidir a quién votan en cada momento. Reconozcámos que en Galicia, desde que arrancó el proceso estatutario hasta hoy, no tenemos antecedentes de grandes acuerdos de país en asuntos trascendentales o con repercusiones directas en la vida diaria, sin que nos haya ido tan mal. Sin embargo, han sido posibles la confluencia en temas puntuales o menores y los posicionamientos conjuntos frente a los agravios del Estado. Algo es algo. Ocurre, sin embargo, que esas no tan escasas coincidencias apenas suelen ser noticia y rara vez alcanzan el eco mediático de los disensos y los debates tensos o broncos, por más que éstos sean la norma y no la excepción. Y lo que no trasciende a la opinión pública o publicada es irrelevante, y no da réditos políticos. 

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