Opinión

Quemar por quemar

Existen. Son personas de carne y hueso. No espectros, ni fantasmas. Tienen nombre, aunque por ahora no se hayan difundido sus apellidos. Pertenecen a familias normales. Seguramente carecen de antecedentes penales. Son gente del común, lo que se dice unos buenos chicos, de los que pocos desconfiarían. De ahí que en sus familias y en su entorno no salgan de su asombro y casi no se lo crean. A los tres presuntos incendiarios detenidos en la Ribeira Sacra se les imputan hasta diez incendios registrados en aquella zona, uno de los cuales, el de Ribas de Sil, calcinó unas mil quinientas hectáreas. Ante la existencia de “indicios muy sólidos” de su responsabilidad, la jueza de Pobra de Trives no dudó en enviarlos a prisión provisional, en espera del juicio al que acudirán en su día con la pesada carga de una presunción de culpabilidad, consecuencia de un concienzudo trabajo policial de varios meses que, esta vez sí, parece haber dado sus frutos.

Algo vamos sabiendo. Por ejemplo, que su arma eran unos simples mecheros. Con eso les bastaba para incendiar. No utilizaban artilugio alguno con el que garantizar la propagación del fuego, aunque elegían el momento y las circunstancias más oportunas para la propagación de llamas. Actuaban al anochecer, a sabiendas que en ese momento del día el operativo antiincendios no podía recurrir a medios áereos y los terrestres encontrarían más dificultades. Algo que sabe cualquier y aún mejor que nadie alguien que, como uno de los detenidos, forme parte de las brigadas. Estaban coordinados o al menos eso creen los investigadores. Les unía una extraña complicidad que facilitó la detención tirando del hilo. Eran una banda, en todos los sentidos, un comando criminal que rompe la tendencia habitual de los incendiarios a actuar solos.

Al parecer eran incendiarios “motu proprio”. No recibían órdenes ni encargos. No cobraban de un partido político, ni de una comunidad de montes, ni de los madereros. No quemaban por interés. Tampoco por placer, ni por rencor. No pretendían hacer daño a nadie en concreto. Lo suyo era puro vandalismo. Podría decirse que prendían los fuegos casi por diversión, lo que no rebaja un ápice su responsabilidad, la que les puede acarrear unos cuantos años de cárcel y arruinarles la vida, a ellos y a los suyos. Al contrario, bien mirado, quemar por quemar agrava sus delitos desde la perspectiva social. Y hace incomprensible su comportamiento -al tiempo que absurdo- para la gente del común que, sin embargo, al menos en el caso de sus vecinos, no reclama un castigo severo y emplarizante, sino que más bien propende a pasar página o a mirar hacia otro lado.

Las autoridades constatan año tras año la escasa colaboración ciudadana en la lucha contra los incendiarios. En esto Galicia no es un sitio distinto. Tampoco aquí se consigue extender la conciencia sobre la gravedad de los incendios, ante los que buena parte de la población se muestra un tanto indiferente, salvo cuando se ven amenazadas o sufren daños sus propiedades, cuando arden sus leiras, sus galpones, sus establos o sus viviendas. Es como si nadie quisiera ver a los que incendian los montes como los verdaderos delincuentes que son. Y se tiende a justificar su comportamiento criminal -o directamente exculparles- con eso de que “o rapaz non estaba ben”. O sea, intentando presentarlos como pirómanos. También en el caso de la banda de Trives empiezan a escucharse, tímidamente, ese tipo de voces. Nacen de un peligroso buenismo, que se niega asumir que la maldad está ahí fuera, aquí al lado, y en ocasiones se encarna en personas que nunca nos parecieron malas y a las que hasta les compraríamos un coche de segunda mano. Tan tranquilamente. 

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