Opinión

Refundar la patronal, ya no queda otra

Esta vez ha sido un visto y no visto. José Manuel Díaz Barreiros duró apenas cuarenta y ocho horas como presidente de la Confederación de Empresarios de Galicia (CEG). Ninguno de sus tres antecesores habían logrado completar el mandato de cuatro años. Alguno aguantó tan solo unos meses. Pero el gestor ourensano batió todos récords. Más que breve o efímero fue fugaz. Puede decirse que en realidad no llegó a asumir el cargo al que accedió sin necesidad de ganar las elecciones, por la retirada “in extremis” de su rival, el pontevedrés Pedro Rey, con quien llegó a un acuerdo de integración en aras de la tan deseada candidatura de consenso. Ya nunca sabremos si ese tandem podría funcionar adecuadamente en beneficio de los intereses del empresariado gallego o si la cosa acabaría como el rosario de la aurora en poco tiempo, algo nada improbable dados los antecedentes de esa casa.

Todo apunta a que Antonio Fontenla, el sempiterno líder de la patronal coruñesa, fue quien propició la victoria de Díaz Barreiros, al retirar en el último momento el apoyo que le había ofrecido a Rey y el mismo Fontenla provocó después la inmediata caída del nuevo presidente, que dio la espantada al ver que se dudaba de la legitimidad de su “victoria” y encima no iba a tener las manos libres para ejercer las funciones presidenciales. Debió ver claro que el mismo sector que le daba el empujón definitivo se encargaría de segar la hierba bajo sus pies en cuanto intuyese que pretendía ir por libre o simplemente cumplir los compromisos que había ido adquiriendo durante el proceso electoral en el más que probable caso que eso supusiera un significativo menoscabo del poder real de quienes han manejado la CEG a su antojo en los últimos años.

Como en cualquier partido político, en un sindicato, o en las organizaciones sociales, en la CEG hay un auténtico aparato que controla su funcionamiento desde la estructura burocrática aliada con los poderes territoriales que, a pesar de la reforma de las estatutos, son una especie de contrapeso (o una oposición interna de facto) frente al presidente y su equipo, sea quien sea. Quien pretenda desmontarlo para lograr una auténtica autonomía, además prestigio personal y reconocimiento público, lo primero que necesita es una gran capacidad de liderazgo y un amplio apoyo interno. De eso carecían, hay que decirlo, tanto Díaz Barreiros como Pedro Rey. Y es que, para más INRI, ninguno de los dos son en puridad empresarios, ni siquiera altos ejecutivos. Claro que eso va quedando más bien poco -si alguno hubo tal- dentro de la Confederación, con el consiguiente detrimento de su representatividad y su capacidad de interlocución.

Ya no cabe referirse a la situación de la CEG como una crisis enquistada a la que habría que seguir buscando solución desde dentro y desde fuera. Se metió ella solita en una dinámica autoesdestructiva que no tiene retorno. Ahora si que no. A estas alturas no cabe siquiera intentar el reseteo. Borrón y cuenta nueva. Toca refundar la entidad desde un planteamiento que en poco o en nada debe parecerse a lo que hay. En San Caetano abrigan la esperanza de que aquéllos que hasta ahora han manejado el cotarro -Fontenla y compañía- se echen a un lado, abochornados por el daño causado a la representación institucional del empresariado gallego, de modo que sea otra gente la que cree y dé forma a una nueva confederación que hasta debería renunciar a la denominación y a unas siglas más que desprestigiadas. Ahora bien, la refundación tampoco será viable si no se encuentra la fórmula que imposibilite el control de la organización regional por las provinciales o sectoriales. Se trata de que el presidente mande, y no sea un mandado.

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