Opinión

¿Repensar el Xacobeo?

Es de locos. En este doble Año Santo las rutas jacobeas están batiendo todos los registros y superando con creces las previsiones más optimistas. Miles de peregrinos las recorren cada día, masificando algunos tramos e inundando Compostela con una marea humana que la capital de Galicia por momentos ya no es capaz de digerir. Cada vez se escuchan más voces reclamando medidas que pongan orden en un caos que, si no se ataja, puede terminar por ahuyentar a quienes de verdad aún sienten la llamada del Camino, como a los que, movidos por el interés cultural, desean conocer una de las más emblemáticas ciudades españolas Patrimonio de la Humanidad. En el fondo lo que está en tela de juicio es la necesidad de establecer límites razonables al crecimiento de esta forma de turismo para que sea sostenible en todos los sentidos y al tiempo evitar que se acabe expandiendo la aún incipiente pero preocupante turismofobia, que no distingue entre los peregrinos de bocadillo, alpargarta y mochila y los otros, los que dejan mucho dinero a su paso. 

Declarado en 1987 primer itinerario cultural europeo, en muy pocos años el Camino de Santiago ha pasado de acoger a unos cuantos cientos de peregrinos y caminantes motivados por la fe o la espiritualidad a ser transitado por multitudes que en su mayoría desconocen el origen y la razón de ser de las varias rutas que desembocan ante la tumba del Apóstol Santiago, en la catedral compostelana. No es solo la Iglesia Católica la que advierte que se está desvirtuando -y banalizando- un fenómeno secular de profundas raíces religiosas; son también las asociaciones de amigos del Camino, las que mantuvieron viva la tradición de peregrinar a Compostela cuando aún no se había “inventado” el Xacobeo, quienes temen que estemos ante una moda que lleve a las rutas jacobeas a morir de éxito.

El Camino de Santiago sufre una imparable deriva turística, que a su vez acaba convirtiendo a la ciudad del Apóstol en un gran parque temático, o más bien, monotemático. Sus habitantes empiezan a estar hartos de una invasión incómoda por multitudinaria y ruidosa, frecuentemente incívica o simplemente desconsiderada, que aporta riqueza y empleo, sí, pero que por momentos convierte a Compostela en invivible para sus habitantes, al menos para los que no viven directa o indirectamente de lo que se mueve en torno al Xacobeo. Para ellos, todo son molestias. Están empezando a perder la paciencia y la capacidad de compresión incluso hacia el peregrino tradicional, que hoy es minoría frente a las multitudes bullangueras para las que la peregrinación es una fiesta y ante las masas, enganchadas al trekking, que conciben el Camino como un itinerario más de senderismo.

Puede que ya sea demasido tarde para según qué medidas. Pero algo habrá que hacer. Bueno sería que las autoridades tomasen conciencia de la magnitud del desafío que entraña racionalizar el Xacobeo para asegurar su subsistencia. Detrás del actual bum hay decisiones políticas que vienen de lejos y que indudablemente han de ser revisadas a la luz de las consecuencis que generaron. Conviene de huir de planteamientos cuantitativos, de la obsesión por seguir sumando cada vez más peregrinos y recontando más “compostelas”, para empezar a aplicar el “sentidiño” a la hora de limitar la “turistificación” de los caminos y de Santiago, aunque esa decisión tenga repercusiones económicas. Por sentido de la responsabilidad, incluso histórica, se ha de poner coto a la barra libre turística más alla del fenómeno jacobeo para que no siga degenerando. Se requieren iniciativas valientes. Y urgentes. Si no se actúa a tiempo, los que hoy mandan serían corresponsables de la muerte la gallina de los huevos de oro. Si acaso, unos más que otros.

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