Opinión

Sequía, también en el país de los mil ríos

En Galicia todavía llueve mucho, aunque dicen que ya no tanto como antes. Aun así no sobra el agua, ni mucho menos. El país de los mil ríos puede verse abocado a restringir su uso y su consumo, si no logra implantar un nuevo modelo de gestión, además de concienciar a la población de que abrir el grifo, enchufar la manguera, llenar la piscina o regar la huerta es algo que no podremos seguir haciendo con la despreocupación con que aún lo hacemos. Ya vamos tarde para tomar según qué medidas. Se impone con urgencia una racionalización en el aprovechamiento de un recurso que tiende a escasear - ya no sólo en los años más secos- y que el común de los gallegos, moradores de una tierra húmeda y verde, no valoramos en la misma medida que los habitantes de otras regiones de España donde nunca abundó. Nos equivocamos si creemos que la sequía es algo que nos cae lejano, porque ya la tenemos encima.

En lo que va de año, a no ser en el mes de marzo, apenas ha llovido sobre Galicia. A las puertas del verano, la situación es más que preocupante. Con los caudales de los ríos a los niveles habituales de agosto, está más que justificada la declaración de prealerta por parte de la Xunta y los reiterados llamamientos a un consumo responsable para evitar llegar a las restricciones drásticas, que en algunas zonas inevitablemente habrá que imponer. Seguramente no en todo el territorio gallego, pero sí en el Lugo más interior y en determinadas comarcas de Ourense, que son las más vulnerables porque suelen registrar menos precipitaciones incluso en años en que llueve mucho más de lo habitual. El grueso de la población lo sabe y lo padece. Por más que se contengan a la hora de consumir agua, acabará escaseando.

Del mismo modo que los incendios se apagan en invierno con medidas de prevención, en la época de lluvias hay que prepararse para el estío, cuando escasean o desaparecen las precipitaciones. Para empezar, se impone mejorar los sistemas de retención y almacenamiento. Es llamarse a engaño pensar que la abundancia de embalses garantiza una disponibilidad casi ilimitada en cualquier momento y en cualquier lugar. Por ese lado hay un amplio margen de mejora, según los expertos. Téngase en cuenta que la gran mayoría de esas presas no se construyeron para el abastecimiento ni para el regadío, sino para generar energía eléctrica. Además, la gestión eficiente del agua requiere poner los medios para que no se pierdan grandes cantidades - hasta un 20 por ciento según algunos cálculos- por fugas en las canalizaciones de la red de distribución, buena parte de ellas muy antiguas y en mal estado de conservación. Y cuidado con los acuíferos.

Lo que está fuera de discusión es que, aunque se capte más y mejor, el consumo de agua no puede seguir creciendo indefinidamente. Porque se trata de un recurso limitado. El objetivo es que la demanda se contenga y se vaya reduciendo. No se precisan medidas drásticas, aunque sí paulatinas, que inevitablemente tendrán su impacto en la calidad de vida de los ciudadanos, tanto en las urbes como en el rural. Hasta ahora, consumir más agua suponía vivir mejor y era además un claro índice de desarrollo económico y social. De ahí que sea necesario un cambio de mentalidad. Un proceso, si se quiere, un tanto regresivo. De algún modo supone volver a unos tiempos no tan lejanos, cuando no existía la posibilidad de malgastar el agua. No había traídas, ni de redes de distribución, y los regadíos eran compartidos. Todo el mundo sabía que era un recurso muy limitado, además de costoso. Así fue durante muchas generaciones... y así volverá a ser.

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