Opinión

Alguno quiere meter al Papa en la campaña

En la guerra, en el amor y en las campañas electorales todo vale. Hasta meter al Papa de por medio. Especialmente, cuando la campaña tiene los tintes de la que vivimos aquí y ahora. Es decir, por poner apenas un ejemplo, una situación tan inédita como la que se vive, paralelamente a esta campaña, con un "juicio del siglo" que a duras penas un juez magnífico, Manuel Marchena, mantiene controlado para que no se desmadre.

Y es que todo, todo, ha estallado de golpe: el sistema de partidos, con la irrupción de la ultraderecha y el hundimiento de la ultraizquierda, la memoria histórica, el clamor de ese setenta por ciento del territorio despoblado. En este contexto, algo angustioso, no ha faltado quien trate de arrimar el ascua a su sardina y apropiarse, con fines electorales desde luego, de la enigmática frase del papa, afirmando que vendrá en visita pastoral a España "cuando haya paz".

Claro, la entrevista -qué envidia sentí como periodista: conocer al magnífico Francisco es toda una meta- de Jordi Évole al Pontífice estaba ya grabada cuando este pronunciaba, en el avión papal que le llevaba a Marruecos, esas palabras, que él mismo reconoció que eran "crípticas". Pero no está el horno para esos bollos crípticos, y en la España en la que este domingo algunos periódicos publicaban portadas con imágenes de violencia en las calles de Barcelona cada cual hacía interpretaciones libres y, desde luego, subjetivas: ¿considera el papa más mediático de la historia que España está en situación prebélica?¿O es que precisamente no quiere meterse, aquí y ahora, en este avispero para evitar que su persona sea utilizada por quienes se le reclaman más cercanos o rechazada por aquellos a los que molestaría quizá su presencia apostólica?

Algunos, que siempre miran hacia otro lado, deberían calibrar el posible último significado de la frase papal. Y ponerla en el contexto de un país magnífico, como el nuestro, que, entre unas cosas y otras, está perdiendo imagen internacional a raudales.

Con los reyes limitados en su agenda, exterior e interior, precisamente para garantizar la exquisita neutralidad que, contra viento y marea, mantienen; con la nación medio paralizada por unas campañas electorales que se eternizan; con el propio ministro de Exteriores pensando ya en sus próximos destinos; con los partidos peleando como si estuviesen en un patio de colegio, qué quiere usted que le diga: que yo, si fuese Jorge Bergoglio, quizá tampoco anunciaría así como así una fecha para visitar España, o una parte de España -menudo lío, decir que sí va a una autonomía y no a otra-.

Comprendo que hay unas normas de cautela antes de lanzarse a anunciar una visita papal a una nación enzarzada en una casi eterna contienda electoral. Entre otras cosas, porque el futuro de inestabilidad y crisis política de este país nuestro podría ser largo. Pero, Santidad, en guerra, lo que se dice en guerra, todavía no estamos. Que se sepa, al menos. Es solo que los españoles gozamos destruyéndonos a nosotros mismos, nada más. Y nada menos.

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