Opinión

Así, ¿cómo diablos quieren ganar las elecciones?

La política de confrontación, que algunos nos empeñamos en criticar tantas veces y tan a fondo, hace perder elecciones a quienes la practican. No se puede andar por el mundo criminalizando a “los del puro”, a los del Ibex, a los empresarios de la patronal, a los de las grandes superficies, a los medios que no nos gustan, a los de la oposición política, a los jueces, sin que ello tenga consecuencias a medio e incluso a corto plazo.

Pienso que, en lugar de criminalizar a la figura del presidente de Ferrovial, cuya trayectoria no siempre he aplaudido, bien haría el Ejecutivo en reflexionar sobre el escaso acierto de quienes le aconsejan mantenerse en esta política “contra todos” pensando, con patente error, que ello les llenará las urnas de votos de la España que se siente maltratada por los “poderosos”. Entre otras cosas, porque sucede que los principales “poderosos” están instalados en el Gobierno, en los gobiernos.

Supongo que expertos tendrá la Moncloa para calibrar hasta qué punto está el ciudadano harto de la guerra permanente contra sectores influyentes que, sin duda, suscitan escasa simpatía en la calle -sueldos excesivos, sí; escaso patriotismo, también; alejamiento de los problemas de la gente, por supuesto-, pero que mantienen puestos de trabajo y, en el fondo, son generadores de riqueza y de prestigio en el mundo exterior. Y son lo que hay, salvo revoluciones indeseables.

Ahondar en la brecha de las dos Españas es algo que, a la postre, siempre hace que una de las dos, habitualmente la más poderosa, se encoja de hombros y enfile el rumbo hacia fuera de las frnteras patrias, en busca de mayores rentabilidades, más seguridad jurídica y, acaso más importante, más simpatía en el trato.

Un Gobierno antipático -no es que el presidente de Ferrovial, por ejemplo, sea mucho más empático, pero ese no es ahora el caso- tiene pocas probabilidades de perpetuarse, por mucho que utilice el BOE para intentar congraciarse “con los de abajo”. Porque no se trata de hacer un país con “los de abajo” y “los de arriba” enfrentados. Sino de acordarse de aquellos pactos de la Moncloa, en los que todos hicieron cesiones, políticas y económicas, en un momento clave para el país; es preciso, por más obvio que resulte el decirlo, tratar de copiar lo bien hecho, descartando lo malo, que siempre es la pelea descarnada por el poder.

Vivimos deslumbrados por el escándalo menor, bochornoso, patético -“Tito Berni” es el último capítulo, que no, no hará caer al Gobierno, contra lo que quieren algunos, porque se trata de una corrupción menor, que desde luego no afecta ni de lejos a la generalidad del partido gobernante, las cosas como son-. Y, en cambio, no atendemos a esa corrupción sistémica que hace que la seguridad jurídica no valga nada, el sentido común sea el menos común de los sentidos, la separación de poderes una entelequia y la arbitrariedad, aberrante incluso con los “del puro”, moneda corriente. Y así, claro, muchos se nos van a Portugal, a Estados Unidos, a los Países Bajos o a ese exilio moral interior que se refugia en el pasotismo. Así ¿cómo diablos van a ganar unas elecciones?

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