Opinión

(Casi) todo lo que puede pasar dentro de un mes

Nos abruman con encuestas varias y con no menos variados análisis demoscópicos. No hablamos de una ciencia exacta y constamos que (casi) todo puede pasar, porque hay muchos indecisos que se sentirán influenciados por los aciertos o, más probablemente, desaciertos que los partidos cometan en campaña electoral. Convendrá usted conmigo en que, a la vista de lo que dicen los sondeos, lo más probable ahora sería que Pedro Sánchez se alzase con la victoria -no entraré ahora en los motivos, no siempre bien explicables, por los que asciende en el aprecio del electorado-. Y la incógnita sigue siendo con quién gobernaría. Es decir, si el vicepresidente va a ser Albert Rivera. O Pablo Iglesias, que este domingo volvía a "ofrecerse" para el cargo. No parece haber muchas otras opciones, porque el batacazo que le predicen a Pablo Casado es de órdago, si Dios, él y los votantes no lo remedian.

Lo más desacertado entre los muchos desaciertos que han ocurrido en esta larga precampaña (hasta el momento) ha sido esa especie de promesa lanzada por Albert Rivera en el sentido de que no apoyará un pacto de gobierno con los socialistas. Los suyos lo han repetido: no pactaremos con Sánchez porque él va a aliarse de nuevo con los independentistas. O sea, que en lugar de prometer "con nuestro apoyo obligaremos a Sánchez a apartarse de los independentistas", hacen lo contrario: con nuestro rechazo a un pacto de centro-izquierda (que, por cierto, parece estar entre los proferidos por el electorado), echaremos a Sánchez en brazos de los Torra y Puigdemont.

Yo diría que esta es una de las bazas no tan secretas de Pedro Sánchez, que, me dicen, tiene ya muy claro dónde están los límites para el pacto. Nunca de nuevo con un chiflado como Torra o con un suicida como Puigdemont. Puede que acabe hablando con el preso de Lledoners, que es mucho más sensato que el fugado en Waterloo. Veremos qué ocurre con la sentencia en el "juicio del siglo" y con los fuegos artificiales que sin duda montará el pirómano que increíblemente sigue al frente de la Generalitat. Y veremos qué dice el sondeo definitivo que es el de las urnas, claro.

El caso es que Sánchez, que es un privilegiado, quizá sin mucho fundamento, de la diosa Fortuna, va a poder elegir, e incluso amenazar, a Rivera para que rompa con sus promesas de ayer: si no se me apoya desde Ciudadanos para un equipo de centro-izquierda, puede que tenga que buscar "otros" apoyos. Y ahí está Iglesias, en desbandada, dispuesto a asumir el gran sacrificio de ocupar el despacho del vicepresidente del Gobierno, tal vez alguna cartera para "los morados", quién sabe si RTVE, los servicios secretos... O sea, como en 2016. No ha aprendido nada, constatamos el domingo en su proclama republicana frente al Reina Sofía, así de contradictoria es la vida. E Iglesias.

¿Y Pablo Casado? Se juega mucho, todo, en este envite. Está aterrorizado ante el presunto auge, que no es para tanto, de Vox. Se retrata en los mítines de impoluta corbata con fondo de azul cielo surcado con nubles que no anuncian lluvia. No le favorece esa imagen beatífica, sin gente. Es quizá el más dotado, en cuanto a cualidades personales, si exceptuamos las de estratega, para presidir un gobierno. Pero es, me parece, quien, entre Sánchez, Rivera y él, menos posibilidades tiene de hacerlo. Tengo para mí que le favorecería más la batalla contra las huestes de Abascal que el plegarse a las pasadas de los "voxeros". Y habrá de intentar convencer a Ciudadanos de las bondades de un centro-derecha que no sé si las encuestas, para lo que valgan, dan como posible. Me parece que, en este cuarto de hora, no. Pero ya digo que mucho va a depender de la campaña, ahora que ya tenemos desveladas, tras episodios de sonrojo, las últimas incógnitas de las listas. Hagamos juego, que en él nos va todo.

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