Opinión

La culpa, claro, la tienen las encuestas

La culpa, cómo no, la tiene el mensajero. Las encuestas, en este caso. Que conceden, pese a todos los esfuerzos de imagen que está haciendo Pedro Sánchez, una creciente ventaja, aún insuficiente, a Núñez Feijóo. Eso hace que el inquilino de la Moncloa se lance por los caminos a repartir sonrisas, que reciba a “invitados anónimos” en el palacio presidencial y que acceda a batirse con el líder del PP y de la oposición en un “cara a cara” en el Senado que Sánchez cree que va a ganar porque tiene más bazas en la mano. Y mientras, pasen y vean, empieza el curso: el escolar, el judicial -que ese es otro incendio-, el de las angustias energéticas e inflacionistas.

Los comentaristas se centran, sobre todo y ante este panorama, en el “duelo dialéctico” en la Cámara Alta este martes entre el presidente del Gobierno y el presidente del Partido Popular, que es la formación al alza en los sacrosantos sondeos, los públicos y los que los partidos guardan celosamente en sus cajas fuertes. Casi nada he leído sobre la extrañeza que produce que el presidente reciba en la Moncloa a “la gente” -lo que me parece bien- y no reciba, en cambio, al líder de la oposición o a sectores críticos -lo que obviamente me parece mal-.

Existe expectación máxima por algo que en cualquier país sería casi rutina, la confrontación dialéctica entre el jefe del Ejecutivo y la oposición, y en cambio consideramos algo casi obligado, normal, el enfrentamiento que se está dando en el poder judicial, desgastado y desesperado porque van a cumplirse cuatro años, cuatro, habiendo vencido su preceptiva renovación constitucional. Son apenas dos ejemplos de hasta qué punto está trastocada la vida política española, mientras los problemas de la ciudadanía, esa ciudadanía a la que la llamada “clase política” dice escuchar, se acrecientan: se paga más por el curso escolar, por el gas que ya escasea, por la electricidad, por la cesta de la compra.

Y sospecho que esas son las causas fundamentales por las que, no solo en España, los que gobiernan descienden en las encuestas y quienes ejercen la oposición suben, pensando el personal que en el péndulo está la esperanza. Veremos quién gana este lunes en Gran Bretaña, quién a finales de este mes en Italia o en Brasil, por citar solo tres citas que apasionan a los sondeos y cuyo resultado va a influir sobre la marcha del mundo. Conservadores, progresistas y populistas se reparten el escenario; es el esquema, muy simplificado si usted quiere, de cómo anda la cosa. El bipartidismo imperfecto.

En este marco tan preocupante dudo bastante de que el “cara a cara” en el Senado se sustancie como a uno le gustaría: con ofertas de colaboración, una mano tendida para arreglar el desaguisado judicial, un recuerdo constante a los sufridos ciudadanos que esperan que “los políticos” les solucionen sus problemas (entre otras cosas, porque así lo proclaman las promesas de los representantes de esa ciudadanía). Pero si ellos mismos dicen no fiarse el uno del otro, ¿cómo esperar que se fíen de ellos esas buenas gentes “de la calle” a las que ellos insisten que procuran escuchar? Yo creo que más bien lo que ellos escuchan es lo que dicen las encuestas, que no son exactamente la voz de la calle, y actúan en consecuencia, lo que no siempre lleva al éxito en las urnas.

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