Opinión

“¿Se diluye el ‘efecto Feijoo’?”, preguntan en su tierra

Acudo a presentar un libro en Ourense y, de cara a un trabajo en preparación, recorro estas tierras mágicas, hablando con gentes que también algo de mágicas tienen. La tierra natal de Alberto Núñez Feijoo. No se le trata con veneración, sí con cariño, me parece. La pregunta que todos hacen al periodista venido de la crispación de la Villa y Corte es: “¿se está diluyendo en Madrid el ‘efecto Feijoo’?”. Una pregunta con difícil respuesta.

En realidad, no sé qué se le podía pedir a Feijoo, apenas nueve meses en la presidencia del Partido Popular después de que un congreso el 1 de abril pasado le entronizase como líder de la formación que representa la principal oposición al Gobierno PSOE-Podemos. Salía el PP de un marasmo interno aún no del todo asimilado y Feijoo era quizá la única alternativa, la esperanza blanca. Su discurso aquel abril fue de los mejores que le he escuchado. No ha vuelto a repetir algo de tal altura, ni siquiera cuando, hace una semana, lanzó un programa regeneracionista, a mi juicio interesante pero destinado a la controversia, porque pidió algo lógico y poco elaborado: que gobierne el candidato más votado.

Dicen sus paisanos que de quien más se tiene que cuidar el líder ourensano es de su teórica súbdita, la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso. Les aseguré que la propia interesada me ha recalcado más de una vez que ella ni aspira ni puede aspirar a ser presidenta del Gobierno de España: bastante tiene con lo que tiene en la batalla capitalina. Les digo que el verdadero enemigo de Feijoo no está, desde luego, en su partido. Ni siquiera en el PSOE, cuyo líder no recibe en la Moncloa al hombre que representa, hoy por hoy, la alternativa política en España. El enemigo del PP ex Vox, como Podemos lo es del PSOE.

Cuando me preguntaban sus paisanos si en el políticamente convulso Madrid se diluye el “efecto Feijoo”, este acababa de hacer unas quizá desacertadas declaraciones sobre el atentado islamista en Algeciras; dije que una de las cosas que quien pretenda gobernar “desde Madrid” ha de asimilar es a prever los efectos inesperados de cualquier cosa que digas, sobre todo si se refiere a temas de género, de religión o de terrorismo: no hay más que escuchar algunas cosas que se dicen en ciertas tertulias sobre el lamentable reciente atentado cometido por un fanático presuntamente demente para comprobar que muchas veces mejor es tener la boca cerrada.

Pero reconocí que no me resultaba fácil dictaminar sobre la temperatura actual del “efecto Feijoo” en un Madrid que, por ser el rompeolas de las dos Españas divididas, se vuelve cada vez más ilógico, más distanciado de casi todo el resto de España, Cataluña excluida. Feijoo debe aprender, me atreví a opinar, algunas reglas, unas cuantas cifras, quizá algún concepto económico, puede que a sonreír un poco más... y que Madrid es tierra de lobos que acaban con los corderos. Un juego que domina muy bien Sánchez y en el que Feijóo, para bien o para mal, tiene que adentrarse.

Al final del acto, un coloquio muy interesante por cierto, organizado por el centenario y gran periódico ourensano La Región, se me acercó una señora, bien vestida, inequívocamente de derechas, entrada en años, tono agradable: “Yo fui profesora de Alberto Feijoo -me dijo-. Era muy buen estudiante”.

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