Opinión

Enfrentarse a La Moncloa tiene sus riesgos

Resulta muy difícil salir indemne de un desafío al poder monclovita. Hay periodistas que lo saben, hombres de empresa que lo han sufrido, correligionarios que aún conservan las cicatrices de su reto al poder encarnado en el hombre que ocupa el sillón principal del palacete, que no ha dejado de crecer, en la Cuesta de las Perdices, donde, por cierto, ya no queda una sola perdiz. Sospecho que Pablo Iglesias va a experimentar muy pronto, si no lo está haciendo ya, el vértigo de los riesgos de lanzar un órdago al inquilino de La Moncloa, sobre todo porque este se encuentra decidido a seguir habitando allí como sea.

Una lectura a fondo de la prensa de estos días muestra que los tentáculos de La Moncloa son largos, inaprehensibles. Leo columnas que sin duda han bebido de aquellas fuentes, que expresan lo que Sánchez piensa de Iglesias: no se fía de él, dicen los traductores más piadosos. Se machaca al de Podemos, que la verdad es que no deja pasar ocasión para que incluso los suyos le despedacen. Sánchez tiene mucha gente que le ayuda a filtrar lo que él "baraja", "sopesa" o como se quiera llamar a lo que está pensando en este cuarto de hora (puede que cambie en los próximos cinco minutos, advierto). Pablo Iglesias no tiene quien le escriba, ni quien susurre cosas a los chicos de la prensa, con quienes nunca ha sabido llevarse bien.

Me parece que esta tendencia se va a incrementar en los pocos días que ya quedan para la ¿primera? ¿definitiva? ¿irrelevante? sesión de investidura. La diplomacia "telefónica" de Pedro Sánchez no ha servido de mucho, entre otras cosas porque Sánchez carece de cualidades diplomáticas: cree que todo le es debido, se cree el más alto, el más guapo y el más listo, y encima tiene ahora el "maillot amarillo", que da alas. Y así no se negocia; la verdad es que no tengo demasiadas fuentes en Podemos, pero me llega el profundo resentimiento de Iglesias, a quien lo menos que le han llamado desde el atril de Moncloa, probablemente no sin cierta razón, es ególatra.

Una vez fracasada la diplomacia del teléfono y de las llamadas a palacio -Albert Rivera- recordemos, en un alarde de mala política, ni siquiera quiso acudir-, ahora toca la estrategia de los mensajes por persona interpuesta. Mensajes a todos: a Iglesias, a quien hay que transmitir el enfado presidencial por no haberle comentado los pormenores de la consulta a las bases de Podemos, que tiene un resultado final casi cierto; así que puede que ya no haya ni siquiera oferta de "ministros técnicos". Y desde Moncloa le van a culpar de que no se haya logrado la investidura para un "Gobierno de progreso".

Mensajes hay también para Albert Rivera, empeñado en una batalla -ya digo que no sin riesgos- personal con Sánchez; al líder de Ciudadanos ya le han enviado algún recado desde la patronal, desde el Ibex, desde París y Bruselas. Y desde los editoriales de no pocos medios. En algún momento, sospecho, tendrá que apearse de su "no es no", porque la situación, incluso en el interior de su partido, se le empieza a hacer insostenible. Pero ese viraje tendrá, insisto, un alto coste personal para Rivera.

A Pablo Casado se le reserva un trato más benévolo. Porque ya nos dicen los viajeros a Moncloa que se entiende mejor con "el jefe" y que en palacio aún se espera un gesto de última hora procedente del PP, que este partido decida abstenerse para facilitar la investidura de Sánchez y la formación de un Gobierno sin "morados", sin adherencias de Esquerra, sin cheques al PNV, etcétera. No creo que de aquí al 25 de julio se produzca el giro en el partido conservador, pero de aquí a septiembre, con el peligro creciente de tener que repetir las elecciones, quién sabe. Si suspendemos en julio ¿reválida en septiembre? ¿O más bien habrá que repetir curso? Maaadre mía.

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