Opinión

Felipe, Mariano, volved, que os perdonamos

Alguien tendrá que explicarme algún día por qué los presidentes del Gobierno se vuelven más simpáticos, cordiales y hasta mejores políticos cuando se convierten en ex presidentes. Recuerdo cuando Mariano Rajoy y Felipe González se enfrentaban abruptamente, nos hablaban de "derecha" e "izquierda" y consideraban que, como España no es Alemania, pensar en una gran coalición "a la española" entre, por ejemplo, el PP y el PSOE era una mera utopía. Ahora, dialogando ambos en el llamado Foro la Toja, resulta que se entienden estupendamente, se parten de risa el uno con los chistes del otro y abogan por un entendimiento transversal para poder llegar de una vez a la formación de un Gobierno estable tras las elecciones del 10-N. Pasmoso.

Incluso, hace unos días tuve ocasión de subir en un ascensor, que es zona de confidencias o de incomodidades, con el expresidente José María Aznar, sin duda uno de los jefes de Gobierno más antipáticos que se hayan conocido, y se mostró sonriente y hasta amable con un servidor, que no ha dudado en criticarle cuando le pareció oportuno: "¿Qué si voy a participar en la campaña? A estas alturas no me voy a preocupar de si me llaman o no", respondió, bienhumorado, a mi pregunta. Y Rodríguez Zapatero, quizá el más simpático en lo personal de cuantos presidentes yo haya conocido, incluso elogió mi "profesionalidad" no hace mucho, cuando, en sus tiempos en el poder, creo que decía más bien otra cosa.

Para mí que cuando dejas de ser presidente, y sabes que ya no vas a llegar Jamás tan alto, a la par que tienes la vida resuelta, tiendes a ver las cosas de otra manera: exacerbas la crítica a lo que hacen y no hacen tus sucesores en La Moncloa -las malas relaciones entre sucesor y sucedido son una realidad incuestionable- y abrazas soluciones, como ese pacto entre derecha e izquierda, de las que abominaste cuando estabas en la poltrona. Te mejoran el talante y la sonrisa, quizá porque tienes menos aduladores a tu alrededor, y hasta se te ocurren posibles salidas "nuevas" para la crisis catalana. Un día de estos hasta les vamos a escuchar reconociendo los errores que cometieron, ya verán.

Yo creo que Pedro Sánchez quisiera ser "este" Felipe González, como me parece que a Pablo Casado no le importaría ser Mariano Rajoy (o incluso Aznar, pero en menos pugnaz); les falta aprender a reírse de sí mismos. Albert Rivera quisiera ser Macron, pero se tendría que conformar con ser Manuel Valls, que también anda, por cierto, pidiendo un entendimiento entre PP y PSOE tras el 10N. Pablo Iglesias quisiera ser la portuguesa Catarina Martins, que no tiene problemas con "la otra" izquierda. Abascal quizá quisiera ser Trump, pero con aspecto de legionario, en lugar del horrible tupé anaranjado. Y Errejón quizá quisiera ser el Tsipras de otros tiempos: bueno, a ninguno de los dos se les ha visto con corbata, si es que eso significa algo, que no. Y todos, en conclusión, sueñan lo que no son, aunque ninguno lo entienda.

He tenido mis más y mis menos tanto con Felipe González como con Rajoy: es lo que tiene haber ejercido durante tan largo tiempo el oficio de comentarista político; que acumulas muchas anécdotas, algunas bien significativas, de tu relación con el poder. Ocurre que los periodistas casi podríamos decir lo que el bedel del Ministerio cuando el ministro olvida saludarle: "Sí, sí, te crees mucho, pero tú te irás de aquí, como los anteriores a ti, y yo me quedo". Quiero decir que los periodistas guardamos memoria de lo que hicieron y no hicieron quienes hoy dicen que harían lo que, cuando podían hacerlo, obviaron hacer. Pero, en fin, lo importante es lo que ahora dicen que harían. Volved, Felipe, Mariano, que os perdonamos.

Te puede interesar