Opinión

Un Gobierno que quizá no cumpla (así) los 300 días

Esta semana que comienza se cumplirán esos míticos cien primeros días que, dicen los cánones, se da de plazo a un Gobierno para poder evaluar su gestión inicial. Es obvio que el equipo de coalición "progresista" formado el 13 de enero para nada podía prever la que le esperaba y, por tanto, es imposible calificar cualquier otra cosa que no haya sido su, por lo demás, cuestionable gestión de la pandemia, una enfermedad que nos ha colocado a la cabeza mundial de muertos. Una catástrofe que hace imposible prever el futuro, pero que garantiza que este Ejecutivo, tal y como está, con sus fricciones internas y su confrontación con una parte de la sociedad, no acabará, desde luego, la Legislatura aún recién comenzada. De hecho, se me antoja difícil que, en su actual composición, llegue a cumplir los trescientos días.

Curiosamente, la pandemia, que obliga a restringir la actividad parlamentaria, que tiene colapsada a la Justicia y en precario a los medios de comunicación, es el mejor sostén de un Gobierno que sabe que no pueden prosperar mociones de censura en su contra en estas circunstancias y que, por imperativo constitucional, no podría haber elecciones antes de final de año, que es, por cierto, para cuando algunas fuentes gubernamentales cifran el fin total de las restricciones a la libertad de movimientos y de comercio.

Ignoro si, finalmente, un Sánchez que aparece como envarado, pero firme, en sus comparecencias semanales en televisión, logrará cerrar un pacto transversal con todas las fuerzas políticas, sindicatos, patronal, autonomías, que ya no sería tanto de progreso como de "reconstrucción", que es ahora la palabra de moda, asumiendo que estamos destruidos. Tengo para mí que, antes de pactar con Pablo Casado, con quien este lunes se encuentra en medio de no muy buenas perspectivas de acuerdo para ese "frente de reconstrucción", Sánchez debería hacerlo con su propio socio, Unidas Podemos. Cuyo líder, pésimamente valorado en las encuestas, sigue tratando de arrogarse el papel de "poli bueno", es decir impulsor de la acción social, como el mínimo salario vital, en el Consejo de Ministros.

Por lo demás, cien días después, la verdad es que el país está hecho unos zorros, y sería injusto culpar al Gobierno, más allá de sus innegables errores, de la actual situación. La pandemia ha arrasado con todo y ha puesto de relieve las carencias y deficiencias estructurales de nuestro país: un Estado de bienestar débil, una cohesión territorial aún más débil (a saber qué ocurrió de aquella mesa negociadora con los independentistas catalanes) y una separación de poderes cuestionable. El Parlamento está debilitado, la Justicia paralizada y con riesgo serio de colapso y la economía para qué le voy a contar: como en la posguerra, exageran -¿exageran?- algunos, el vicepresidente del Banco Central Europeo, Luis de Guindos, entre otros.

Es obvio que es mucha tarea para una sola persona. A este paso, Sánchez no podría, sin la anuencia de la derecha (Ciudadanos ya la ha dado), sacar adelante unos Presupuestos "de guerra", que harán sufrir bastante a no pocos españoles. Creo que, para sobrevivir en La Moncloa más allá de ese fin de año que parece que se nos presenta figuradamente como casi el fin del mundo, es evidente que Sánchez tendrá que intentar un Gobierno de más amplio espectro, que entre otras cosas le ayude a frenar el nuevo redoble de tambores secesionista que se adivina en Cataluña para cuando la angustia por sobrevivir remita algo.

El balance de estos cien días no puede ser, por tanto, ni bueno ni malo: es, simplemente, imposible. Nunca Gobierno alguno había tenido que hacer frente a esto en los últimos ochenta años. Otra cosa es que lo esté afrontando con más o menos dosis de simpatía hacia los ciudadanos y contando con más o menos complicidad de los ciudadanos. Que es más bien menos: hoy por hoy, las encuestas salvan por los pelos a Sánchez y despeñan a Iglesias. Rana y escorpión. ¿Alguien tomará nota?

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