Opinión

Infodemia: así llaman a este nuevo desmán

Ya se sabe que, en la guerra -y estamos en guerra, aunque sea contra un virus que es mucho más que un virus-, la primera víctima es la verdad. O sea, la libertad de expresión. En el país donde se cierran, o se opacan, los portales de transparencia, en el que reinan las escuchas ilegales, los espionajes clandestinos “desde arriba”, en el que las hemerotecas claman por las violaciones a la verdad, hemos -han- decidido crear, atención, una Comisión Permanente contra la Desinformación. Se crea, nos dicen, para potenciar la verdad, combatir los bulos y las “fake news”, fomentar el pluralismo de los medios y detectar campañas lesivas contra el buen nombre de la nación (¿o de su Gobierno?) que pudieran ser puestas en marcha por “potencias extranjeras”.

Será, claro, el propio Gobierno, sus agentes en Moncloa, el humorísticamente llamado Godoy, quienes determinen el alcance, gravedad y consistencia de las transgresiones a la Verdad, presuntas o reales. Y los periodistas, a todo esto, viéndolas venir: que yo sepa, nadie nos ha consultado nada, aunque, en teoría, seamos los intermediarios entre los poderes y la opinión pública.

Si no fuese porque uno conoce a sus clásicos y el muy descriptible respeto a la libertad de expresión que reside en determinados miembros de este Ejecutivo, comenzando por su vicepresidente segundo -tampoco es que el presidente se haya mostrado como un campeón de la veracidad, como consta en múltiples ejemplos-, admitiría que acaso un deseo sincero de combatir el Gran Bulo Universal anida en el ánimo de nuestros gobernantes. El problema es que uno, perro viejo al fin, ha visto pasar demasiadas torrenteras bajo los puentes quebradizos de la libertad, y hasta heridas en el alma, algunas bien recientes, aún conserva uno: pandemia, pandemia, cuántos golpes a la libertad de expresión se cometen en tu nombre*.

Dicen que estamos ante una ola de “infodemia”, el mal de la mentira que se expande por doquier. Y aprovechan que el campeón del mundo de los mentirosos resida aún en la Casa Blanca. Desde allí se atrevió a proclamar “urbi et orbi” que había ganado unas elecciones que no había ganado; de paso, ha desautorizado el sistema, enlodando el prestigio de los EEUU. Y nada ha ocurrido, hasta ahora, ante tan monstruosa deformación de la más elemental evidencia. Si en el país que se reclama cuna de la democracia no se tambalea la estatua de Lincoln por tener a Superpinocho de presidente, ¿por qué iba a suceder algo, un estallido de indignación, en un pequeño país del Imperio cuyo presidente asegura, ante unas elecciones, que las convoca para que no ocurra lo que, a las veinticuatro horas de celebrados los comicios, él mismo propició? Y eso, por poner apenas un ejemplo, desde luego.

Pues eso: que si Trump, siendo como es -veinte mil mentiras en un año, le contabilizó el Washington Post-, llegó a donde llegó, si Putin se permite hasta interferir en los recuentos electorales de otros países, ¿qué impide aquí forzar un poco la mano de la veracidad, alegando motivos de salud pública y el combate contra los bulos que la pandemia provoca (los primeros, por supuesto, son fomentados desde el propio Gobierno)? Bah, minucias: cuidado con los digitales y con los periodistas aviesos, que los Representantes del Pueblo tienen licencia para mentir, perdón, para edulcorar la realidad.

Lo siento, pero no concedo a este Ejecutivo la capacidad de discernir entre sus “verdades” y las presuntas mentiras -que las hay, sin duda- que circulan por ahí. Reclamo que esa Comisión integrada por funcionarios monclovitas, si es que una tal Comisión hubiere de crearse, que me parece que no, se sustituya por un ente más imparcial, mejor fiscalizado, menos sectario. Más creíble, en suma.

Y lamento mucho que la voz que con mayor estruendo se ha elevado para protestar contra este que ya es llamado “Ministerio de la Verdad” sea precisamente la de Vox, un partido alineado con el “trumposo” presidente aún de los Estados Unidos y, desde luego, no precisamente célebre por su defensa del pluralismo y de la apertura informativa. No; la protesta tiene que estar alejada de cualquier caverna. ¿Dónde está la voz corporativa de los periodistas, a la que han puesto sordina, incluso desde las redes sociales? ¿Dónde la de una sociedad que, con todas sus razonables críticas hacia algunos medios, hacia ciertas prácticas, debería reclamar su derecho a ser informada sin restricciones ni cortapisas?

Lo peor de una sociedad en crisis es su miedo a gritar contra la iniquidad, pensando que la menor disonancia te puede costar una represalia. O, aún peor, no servir de nada. Ahí lo dejo, por si a alguien le suena lo que digo. Me temo que “los rusos”, o los cabezas de huevo que, desde cualquier despacho oval, todo lo trampean, están mucho más cerca de nosotros de lo que pensamos.

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