Opinión

Malas noticias llegan de palacio

Los periodistas que asistimos cada año a la recepción del 12 de octubre en el Palacio Real vivimos ese día una de las jornadas más ajetreadas del año. Los informadores han de transitar de corrillo en corrillo -un deporte difícil ese de encontrar un puesto lo suficientemente cerca del líder como para escuchar bien lo que dice- en busca de la declaración, off the record, del político de turno. O del juez que corresponda. O de quien en esos momentos protagonice un pedazo de actualidad. Claro, Pedro Sánchez y Feijóo fueron las “estrellas” del asedio. Creo que ambos salieron disgustados de la fiesta. Y muchos analistas, desconcertados. Malas noticias -el desconcierto, la confusión, siempre lo son- procedentes de palacio.

Vi a Sánchez abandonar el acto (antes que los reyes) un poco a la carrera, tras interpelar a una colega acerca de algo que al parecer no se le había entendido bien. Confusión, ya digo. Y hablé con un Núñez Feijóo serio -más de lo habitual- que parecía algo incómodo. El presidente y el líder de la oposición habían escenificado, por separado y ante los corrillos con periodistas, su enésimo desencuentro referente a la renovación del gobierno de los jueces, muchos de ellos ausentes, por razones variadas, de la recepción.

Andábamos todos mirando el dedo que señala a la luna, hablando sin parar de que si Sánchez había hecho esperar unos minutos a los reyes antes de comenzar el desfile militar para evitar los abucheos. Tema más o menos polémico, sí, pero ceñido al protocolo, que ya se sabe que es la asignatura que más conflictos genera entre los humanos. Pero el asunto importante era el desencuentro escenificado entre Sánchez y Feijóo acerca de cómo, cuándo, cuánto, reformar ese gobierno de los jueces que se pudre de puro caducado.

Creíamos que en la “cumbre” en Moncloa del pasado lunes entre ambos se habían desatascado los puntos calientes sustanciales y ya ven: le haré a usted gracia, lector, de por dónde anda la polémica, porque nada hay de fundamental, sino de inflexibilidad tozuda, en ella. Pero el caso es que parece que nos hallamos donde estábamos. O eso, creo, están entendiendo en Europa, esa Europa que nos urge a solucionar la vergüenza en que se ha convertido la pervivencia de un poder de Montesquieu que desde hace casi cuatro años incumple las previsiones constitucionales sobre su necesaria renovación.

Puede que este ni siquiera sea el mayor de los agobios que nos aguardan ante este invierno. Pero ese del agobio próximo no era el tema en los corrillos: ni qué pasará cuando lleguen los fríos con la luz y la energía, ni la inflación, ni la pervivencia débil de la pandemia, ni el regreso o no de Juan Carlos I -cuántas recepciones allí mismo presididas por él-...

Nada de eso: el tema era ese que no apasiona precisamente a los pasajeros del metro o los autobuses: qué hacer para acabar con el que ya es llamado “el conflicto judicial”. Y por lo visto se trata aquí de lo mismo de siempre: sostenella y no enmendalla, no ceder ante el adversario. La dichosa política testicular española, trasladada a los salones palaciegos, ante el pasmo de los muchos representantes de la sociedad civil que este año fueron invitados y transitaban por allí, pasmados, en medio de los invisibles cuchillos verbales.

Y ahora ¿qué? Ahora, la vida parlamentaria sosa e ineficaz: el debate de este jueves, con Sánchez retornando al sincorbatismo. Y el próximo debate, el martes 18 en el Senado, entre Sánchez y Feijóo, entre Feijóo y Sánchez. Que seguro que se están telefoneando estos días intentando achicar el agua con la que sus respectivas y acaloradas declaraciones “sin comillas” en palacio anegaron el barco del Estado. Porque, tras toda la comedia, habrá acuerdo sobre la renovación del poder judicial. Los dos “gladiadores” tendrán que ceder. Y pronto.

Allí el único que cumplía un papel pacificador era el rey, pero el rey ya se sabe: reina, pero no gobierna. Se ocupa de que las fotografías, tan importantes, no reflejen del todo su patente preocupación. Y a mí eso me inquieta casi tanto como las ausencias, que quieren ser bofetadas al jefe del Estado, en el día de la Fiesta Nacional. O casi tanto como lo que se dice en los corrillos que, en el fondo, no nos lo transmiten todo. Casi nada, de hecho.

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