Opinión

Este martes tendremos mucho en que pensar

Cuando se produjo aquel tristísimo intento de asonada militar que este domingo recordaban muchos periódicos, la irrupción en el Congreso de Tejero y sus compinches, 23 de febrero de 1981, Pedro Sánchez Pérez-Castejón estaba a seis días de cumplir nueve años. El martes, día en el que se celebra (es un decir) el cuarenta aniversario de aquel intento de golpe bochornoso, Sánchez estará, junto al hijo de aquel rey que protagonizó la noche infausta, en un acto conmemorativo, que se celebrará en esa Cámara Baja que los golpistas hollaron y a cuyos parlamentarios humillaron. Va a ser muy interesante la crónica de lo que allí pase, cuando España vive momentos casi tan desconcertantes como entonces.

Y por supuesto que no me refiero a peligro alguno de que nuestro militares, hoy ejemplares y demócratas hasta el tuétano, repitan una asonada. El colectivo militar, consta, está tan preocupado como el resto de la sociedad española por la situación que vive el país, en el que a la tragedia de la pandemia y al parón económico se une una crisis política que se evidencia cada día en el fraccionamiento del Gobierno y en la quiebra de las instituciones. Los militares saben, como usted y yo sabemos, que la democracia se alimenta con más democracia. Lo malo es que el propio término está adquiriendo, llevado de la mano del mismísimo vicepresidente del Ejecutivo, perfiles que se quieren equívocos.

Como se quieren también perfiles difusos sobre la propia Historia: en Unidas Podemos molestan los relatos que hablan del protagonismo del rey Juan Carlos I a la hora de detener aquella locura de hace cuatro décadas. Incluso alguno va sugiriendo no se qué complicidades del Monarca en la absurda intentona. A lo largo de estos cuarenta años he tenido ocasión de investigar aquello lo suficiente como para poder asegurar que el papel de Don Juan Carlos fue decisivo; quién sabe lo que hubiera ocurrido si no hubiese salido aquella noche ante las cámaras de televisión con su memorable mensaje dirigido a la nación, sí, pero sobre todo a los generales que dudaban si sumarse o no a la demencia de Tejero y Milans del Bosch.

Pero la primera tarea de un revolucionario de salón -y aquí tenemos a unos cuantos, y no me refiero a los chiflados que incendian ciudades apoyando a un mal rapero- es ofuscar la Historia anterior, en una especie de adanismo asesino del pasado. Por eso, y porque conviene apagar las luces del reinado del llamado emérito y los "logros del 78" para poner el foco en las sombras, a UP y a su líder, que funge de "número tres" del Gobierno, les gusta poco el acto que presidirá Felipe VI, a cuyo lado estará Pedro Sánchez, el martes. Un martes para reflexionar, y mucho.

He afirmado que me encantaría estar en los cotilleos de este acto -no podrá ser: el periodismo presencial se está poniendo muy difícil-porque va a suponer pasar revista a un pasado, a los cuarenta años transcurridos desde "aquello", y me parece que también va a ser un guiño al futuro. Quisiera ver muy de cerca el encuentro allí, en el Congreso, entre el presidente y Pablo Casado. Probablemente ambos vuelvan a reunirse esta semana en busca de remendar, aunque sea malamente, los jirones en el poder judicial, en RTVE, en el Tribunal Constitucional, el defensor del pueblo y quién sabe si en busca de un acercamiento sobre el propio concepto de la democracia. He escandalizado a más de uno al afirmar que me parece que Sánchez está hoy anímicamente más cerca de Casado que de su "socio a palos" Pablo Iglesias. Pero así pienso que es.

Los altercados callejeros, que UP no condena, son el penúltimo desencuentro en el seno del Ejecutivo. Creo que el último, por ahora, va a ser esta revisión de la Historia en torno al papel jugado por el anterior jefe del Estado. Y, por cierto, ¿acudirá el vicepresidente a un acto como el del martes, en el que la figura de Juan Carlos I estará, claro, ausente, pero muy presente, tanto que será el protagonista de la efeméride?. Una muestra más de la esquizofrenia política en la que vivimos, dicho sea de paso. A ver si el 24-F empiezan de una vez a enderezarse las cosas, porque, como dicen, decimos, tantos comentaristas, esto no puede seguir así. Y quien tiene que tomar las grandes decisiones es el hombre, algo misterioso, en el que se ha convertido aquel niño que apenas soñaba con su noveno cumpleaños aquel 23 de febrero de 1981 en el que, entre otras cosas, nos vacunamos para siempre contra el golpismo.

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